Buenos Aires es una ciudad triste. Lo dicen el tango, las caras de sus habitantes y las pocas sonrisas de sus niños. Buenos Aires siempre quiere ser blanca, aunque muchos tonos grises la revisten. Sus paredes son apagadas y sus viejos edificios lentamente van perdiendo su gracia. No obstante, Buenos Aires tiene su encanto y si se busca por sus rincones se podrá encontrar a personas que tratan de darle alegría a través de murales y graffitis coloridos.
El Muralismo es un movimiento artístico mexicano, de carácter indigenista, que surgió tras la Revolución Mexicana en 1910, para socializar el arte, ya que se rechazaba la pintura tradicional de caballete y estudio, así como cualquier otra obra procedente de los círculos intelectuales. Siempre se consideró al arte popular en un segundo plano, se lo desplazó de los museos y de los centro culturales vinculados a la clase alta y dominante, ante semejante desprecio, el muralismo propuso la producción de obras monumentales para el pueblo en las que se retrataba la realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos de su historia.
El muralismo mexicano fue uno de los fenómenos más decisivos de la plástica contemporánea iberoamericana y sus principales protagonistas fueron Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. A partir de 1930 el movimiento se internacionalizó y se extendió a otros países de América, principalmente Estados Unidos, Argentina, Brasil y Perú.
El impulsor de este movimiento fue José Vasconcelos, filósofo y primer secretario de Educación Pública de México quien, tras la Revolución, pidió a un grupo de artistas jóvenes revolucionarios que plasmaran en los muros de la escuela Nacional Preparatoria de la ciudad de México la imagen de la voluntad nacional. Los artistas tuvieron la total libertad para elegir los temas y mostrar un mundo nuevo sobre las ruinas, la enfermedad y la crisis política surgida tras la Revolución de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Los muralistas influenciados por el rico pasado precolombino y colonial desarrollaron un arte monumental y público, de inspiración tradicional y popular, que ponía fin al academicismo reinante, exaltando su cultura y origen precortesiano.
En Buenos Aires, los murales no son muchos pero que los hay los hay. Es habitual ver grandes murales en plazas, en paredes de galpones o talleres y también en alguna medianera de algún edificio público o estadio de fútbol. También en telas adornando escenarios para algún recital de rock and roll o música tropical.
Aerosol Urbano es un rinconcito porteño en donde se deja llevar la imaginación junto a una lata de aerosol en un amplio espacio. Ahí en Juan B. Justo al 1000, pleno barrio de Palermo, cerca de Plaza Italia y la Rural, Alfredo Segatori enseña el arte de pintar murales en aerosol.
“Mucha gente cree que soy graffitero, porque pinto con aerosoles, pero en realidad soy muralista urbano. La principal diferencia es el espacio, la extensión de la superficie que se piensa ocupar. Siempre se debe pedir permiso al dueño de la pared o al gobierno de la ciudad de Buenos Aires o a quien corresponda”.
Respecto a porque eligió el arte del mural, Segatori estableció que siempre tuvo “la necesidad de hacer algo en relación con lo expresivo, de colorear esta ciudad tan gris”, siempre vivió en la capital argentina y quiso alegrarla.
Aprendió a pintar con aerosol en San Pablo, Brasil, ya que en Argentina es muy difícil encontrar a alguien que lo enseñe y por esa razón decidió a mediados de 2000 crear un taller para enseñar esta técnica, entre otras, además de transmitirlas a sus alumnos que asisten a sus clases que da en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires.
“En el taller, que somos entre 10 y 15 personas, trabajamos sin boceto, pintamos directamente como si fuera una tela, aunque ya tenemos el tema elegido. Para elegir el tema, que es el principio del trabajo, comienzo a recorrer la ciudad, trato de hacer un espejo de cada barrio, con una situación de fantasía. Es decir, relleno un paredón dibujando una escenografía acorde con el entorno”.
Segatori, agregó que le gusta trabajar con tiempo, con muchos días, bien tranquilo, que aprecia pintar más en la ciudad, que a pedido, porque se es más independiente, más creativo, le gusta retratar gente del lugar, “porteños”.
Nunca había tenido inconvenientes con los vecinos por los temas elegidos para sus murales, hasta que pintó uno en la calle Godoy Cruz al 2200, que es la llamada “zona roja” de Palermo. Fue cuestionado, debido a que la chica que dibujó fue interpretada como un travesti, aunque reconoce que el taxista y el cartel de doble mano tenía sus obvias connotaciones. El lugar fue blanqueado nuevamente y le realizó un homenaje a Tato Bores, hecho que no disgustó a los distinguidos vecinos de Palermo viejo.
Descendientes de artistas, su mamá y su bisabuelo eran pintores, aseguró que todo “es una cuestión de familia”, por lo que decidió entrar al mundo muralista en 1994, cuando conoció a unos brasileños que escribían frases inspiradas en la cultura hip-hop, pero de quienes sólo adoptó la técnica del aerosol, las herramientas para aplicarlas a su concepto, ya que no le “gusta la idea de manada, no marco territorio, trabajo la idea como un cuadro, en el graffiti hay códigos que deben cumplirse”.
Por año realiza entre 6 o 7 murales, depende el tamaño, algunos a pedido y otros, la mayoría, por su libre placer de pintar. Segatori agregó que debe “cuidar a todos los murales que realizo, porque suelen aparecer con pintadas. Antes lo hacía más seguido, pero ahora hay menos tiempo”.
Buenos Aires queda muy lejos de la ciudad de México. Es imposible que Rivera, Orozco, Siqueiros y Antonio Berni, enseñen hoy sus técnicas, pero el alma de esos artistas que convirtieron sus murales en crónicas históricas y fuentes de reivindicaciones nacionalistas transitan por cada pintor que desea alegrar con colores su triste y gris ciudad.
Muralismo Arte Oficial de la Revolución Mexicana
El Muralismo fue considerado el arte oficial de la revolución mexicana y toda su obra un tributo a los más desposeídos, a los olvidados, a los marginados.
Cuando se crea el Sindicato de Pintores y Escultores su manifiesto fue dedicado a “la raza indígena, humillada durante siglos, a los soldados que lucharon por las reivindicaciones populares; a los obreros y los campesinos, y los intelectuales no pertenecientes a la burguesía”.
En el Manifiesto se repudiaba “la pintura llamada de caballeta y todo arte de cenáculo ultraintelectual por aristocrático”, se exaltaba las manifestaciones de arte monumental por ser de utilidad pública”.
Por su parte, se proclamaba que “toda la manifestación estética ajena o contraria al sentimiento popular es burguesa y debe desaparecer porque contribuye a pervertir el gusto de nuestra raza, ya casi completamente pervertida en las ciudades”, también se establecía que ”los creadores de belleza deben esforzarse para que su labor presente un aspecto claro de propaganda ideológica en bien del pueblo, haciendo del arte una finalidad de belleza para todos, de educación y combate”.
La síntesis del significado del manifiesto era una reivindicación al arte indígena como un arte en sí mismo y como modelo social,”el arte del pueblo de México es la manifestación espiritual más grande y más sana del mundo y su tradición indígena es la mejor de todas”.
Redescubrieron el Empleo del Fresco y de la Encáustica
El indigenismo tomó varios cauces, por un lado está la concepción histórica de Diego Rivera, en donde se describe minuciosamente una idílica vida cotidiana antes de la llegada de los españoles; por otra parte, José Clemente Orozco integra las culturas indígenas en el contexto de una religiosidad violenta, su obra épica la realizó con suficiente ironía, amargura y agresividad como para encarnar una imagen verdadera y convincente del mundo moderno, con su despiadada lucha de clases, teniendo como tema obsesionante el del hombre explotada, engañado y humillado por el hombre burgués y blanco.
En cambio, David Alfaro Siqueiros se interesó por acercar a la pintura moderna los valores plásticos de los objetos prehispánicos.
En cuanto a la técnica, redescubrieron el empleo del fresco y de la encáustica, y utilizaron nuevos materiales y procedimientos que aseguraban larga vida a las obras realizadas en el exterior. Siqueiros usó como pigmento pintura de automóviles y cemento coloreado con pistola de aire; Rivera, Orozco y Juan O’ Gorman emplearon mosaicos en losas precoladas; mientras que Pablo O’ Higgins utilizó losetas quemadas a temperaturas muy altas.
Algunas investigaciones técnicas hicieron posible el empleo de bastidores de acero revestidos de alambre y metal desplegado, capaces de sostener varias capas de cemento, cal, arena o polvo de mármol, de unos tres centímetros de espesor.
Por Mercedes Engelman