Si hablamos de frases, nos referimos a conjuntos de palabras; a representaciones de ideas. Y es inevitable para entrar en tema, remitirnos a una frase que no por antigua y transitada, es menos sabia: “El pez por la boca muere.” El sentido de esa expresión tiene que ver precisamente con el tema que estamos abordando; la perdurabilidad de algunas frases y el paso a la “inmortalidad” del pensamiento de muchas figuras públicas, debido a que en alguna circunstancia, se pronunciaron con respecto a diversos temas y la posteridad recogió esos dichos; para bien o para mal del hablante en cuestión. Seguramente no deben ser pocos los que con el paso del tiempo, hubieran preferido callar.
Esas familias de frases desafortunadas, suelen pertenecer por lo general a funcionarios públicos, dirigentes políticos o personajes de alta exposición mediática. Pero la frase hecha incursiona también en otros universos; como el de la publicidad comercial, el periodismo, las diferentes jergas – laborales, deportivas, estudiantiles, generacionales- y también en otros ámbitos. Ya que donde se reúne un grupo de personas con una finalidad determinada, se generan códigos comunicacionales; y las frases hechas son como el agua que busca el camino más corto: toma atajos, salta y esquiva obstáculos para comunicar una idea, un pronunciamiento, que suele ser ingenioso o parecerlo. En los grupos con fines determinados, esas frases suelen tener finalidades prácticas. Pero muchas veces trascienden ese medio reducido y ganan la calle, se popularizan. De tal manera ese conjunto de palabras se fija en la memoria colectiva, incorporándose al habla de la comunidad. En los casos de las figuras públicas, muchas frases trascendieron el tiempo enalteciendo o condenando a aquellos que las enunciaron. Desde aquella lacónica frase que la historia atribuye al emperador romano Julio César (vine, vi y vencí) y aun antes, ríos de frases atribuidas a otros tantos personajes atravesaron montañas de textos o se transmitieron por tradición oral y perduraron en el acervo cultural de la humanidad. Como modelos positivos o ejemplos de lo que no se debe hacer o decir. Pero la construcción de un discurso está inmersa en su tiempo, la condicionan las pautas culturales y políticas de una época y un pueblo determinado. Lo que ayer fue visto como bueno, hoy puede no serlo tanto e inclusive ser repudiado. O a la inversa, en el presente hay quienes rescatan dichos y hechos que antaño merecieron reprobación. “Honraremos nuestras deudas aunque sea con el hambre y la sed de los argentinos”, se dice que dijo el presidente Nicolás Avellaneda. Ergo, pagar lo que se debe es honroso; eso por lo general nadie lo discute. Pero más de un siglo después, cuando se conocen los mecanismos de endeudamiento externo, la toma de crédito por parte del Estado comprometiendo la capacidad de pago del país durante generaciones en función de modelos discutibles, esa frase tiene pocos admiradores. Pero a toda frase ingeniosa que sostiene un concepto se le puede oponer otra que afirma lo contrario. El ejemplo más común es: “Al que madruga Dios lo ayuda”; no tardará en aparecer quien diga: “No por mucho madrugar amanece más temprano.” Es que el sentido de pronunciar frases hechas es afirmar lo propio, ya se trate de un pensamiento o la revalidación de un hecho concreto. Las hay solemnes, cínicas, ingenuas, terminantes, absurdas… el terreno del adjetivo que recorren las frases es muy extenso. Pero como en la selección natural darwiniana, sólo sobreviven las más aptas, aquellas capaces de imponerse al paso del tiempo y las nuevas culturas; por algo algunas perduran en estado puro y otras sufren sucesivas transformaciones, pero aquellas elegidas por la memoria popular, llegan a la posteridad como fieles testimonios de su época. Otras frases son actos fallidos, o aparecen en el contexto de un escrito, un discurso o una entrevista periodística y por alguna particularidad, perduran. Probablemente, la zaga mejor provista de frases célebres sea la que nutren los hombres y mujeres del poder; trátese de funcionarios, políticos o empresarios. Pero a su vez, ésta podría subdividirse en “buenas” , que son las consideradas ejemplares o que al menos son dignas de recordar por que dejan algún saldo positivo y las “otras” , que son aquellas que engrosan el anecdotario del cinismo, el ridículo, la obsecuencia y otras miserias. Entre las consideradas ejemplares, marcó el camino la que Bartolomé Mitre atribuye al granadero Juan Bautista Cabral al morir en el Combate de San Lorenzo: “Muero contento, hemos batido al enemigo.” Esa frase heroica conmovió a muchas generaciones de alumnos y maestras primarias; ya que exalta el valor y la lealtad hasta la muerte. “Ay, Patria mía…” es otra pieza antológica puesta en boca de Manuel Belgrano, y que también habría sido pronunciada mientras agonizaba. Éste cúmulo de frases trascendentes atribuidas a algunos próceres –independientemente de su veracidad, al menos en esas circunstancias- tiene que ver con una etapa histórica en que se construía una historiografía oficial y la Nación, consolidaba su perfil definitivo.
Que la propaganda política no es nueva, lo prueba la celebérrima consigna rosista “Viva la Santa Federación; mueran los salvajes unitarios.” Dicha frase durante los años de hegemonía de Juan Manuel de Rosas, llegó a encabezar documentos oficiales y proclamada por reflejo o convicción en actos políticos, brindis y grito de aliento en el combate. Buena parte del relato de nuestra historia está atravesada por esas sentencias que pacientemente recogieron los historiadores y el anecdotario nacional. Algunos próceres se destacaron más con la pluma y la palabra que con la espada. Domingo F. Sarmiento acuñó algunas de las frases más repetidas en la construcción de la cultura oficial. “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión”, dictaminó el polémico sanjuanino; pero no fue menos célebre su otra frase convertida en axioma excluyente: “Civilización o barbarie.” Con éste planteo dicotómico forzaba a los estadistas e intelectuales de su época, a optar por alternativas que a su juicio se excluían mutuamente.
En el imaginario sarmientino – compartido por la mayoría de los unitarios- la Civilización eran la ciudad y Europa, a las que se enfrentaba “la barbarie” representada por el campo, el gaucho y la cultura hispanoamericana. Así se da en nuestras tierras, la paradoja contraria al pensamiento griego: los bárbaros no son los extranjeros sino los propios; los civilizados son los de afuera y para Sarmiento, ambos encarnan valores que se excluyen mutuamente. Otro prócer ducho en frases altisonantes fue Bartolomé Mitre, quien en su carácter de historiador también se dedicó a rastrear frases de algunos constructores de la nacionalidad. Mitre sostuvo que “Las heridas de la libertad se curan con más libertad” , y también a él corresponde la paternidad de otra frase mucho más conocida: “La victoria no da derechos.” Éste último pensamiento repetido hasta el cansancio como ejemplo de gesto magnánimo, es permanentemente desmentido por la historia. Las frases que ‘prima facie’ fueron pronunciadas al fragor de las luchas civiles, son el emergente de una construcción ideológica y política que culminará en la Generación del Ochenta y la consolidación de la Argentina agroexportadora. La cultura rural fue también productora de infinidad de frases que además de ingenio, tenían un valor agregado que era una guía práctica para la vida. Martín Fierro es –más allá de sus indiscutibles méritos literarios- un catálogo de sentencias y frases, algunas de origen inmemorial pero siempre vigentes. Con la llegada de la inmigración masiva y la transculturación que vive la Argentina, comienza a delinearse una nueva cultura de masas. De esa fragua anónima surgen también frases que se incorporan al uso popular como filosofía de vida. Son los años en que el radical Hipólito Yrigoyen convoca a combatir al “régimen falaz y descreído” y más tarde, con las crisis económicas, a encontrarse en la miseria se le dice “estar en la vía”; ya que el camino de hierro se convirtió en el hogar de miles de hombres que caminaban a lo largo de los rieles buscando trabajo, o simplemente durando: eran los “linyeras.”
Es en la década de 1930 que un vicepresidente de la Nación, el Dr. Julio Argentino Roca (h.) pronuncia una de las frases más tristemente célebres: “La Argentina, por su interdependencia recíproca, es desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico.” Obviamente nuestro lugar junto al Imperio era el de colonia, ya que Roca lo dijo en relación al pacto “Roca – Runciman” en el que nuestro país entregaba toda la economía, a cambio sólo de que Inglaterra siguiera comprando la misma cantidad de carne. Los años de la Segunda Guerra Mundial dividen a los argentinos en bandos que podríamos identificar por las frases que en formato de consignas, ganan la calle: “Por la libertad, contra el nazismo”; proclama la Unión Democrática, un conglomerado electoral que junta desde comunistas hasta conservadores, en un frente electoral que en 1945 se enfrenta en las urnas al coronel Perón, a quien identificaban con el fascismo. “Patria sí, colonia no”, reclamaban los nacionalistas que apoyaron a Perón. Pero la frase que hace época por su asombrosa síntesis, es “Braden o Perón.” Éstas tres palabras resumen la confrontación de fondo entre el embajador norteamericano Spruille Braden y el coronel Perón, ya que el diplomático violando las más elementales normas, se pone a la cabeza de la oposición política interna. El peronismo con esa frase pone el conflicto en sus verdaderos términos; el choque de intereses representados por una y otra personalidad. Con el advenimiento del justicialismo al gobierno, un nuevo lenguaje político que se corresponde con profundos cambios en la superestructura socioeconómica y cultural, gana la calle y los medios de comunicación. La propaganda gubernamental abunda en slogans y frases de fuerte penetración: “Perón cumple; Evita dignifica”,
“En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”; la lista es muy larga y por lo general, se caracteriza por frases de claro contenido político y emocional. Al generalizarse el consumo, las empresas buscan instalar sus productos en la preferencia del público mediante campañas publicitarias no exentas de cierta ingenuidad: “Casa Muñoz, donde un peso vale dos”, anuncia la Sastrería Muñoz. “¿Con que pintas Juancito? Con pinturas Pajarito”, dice una marca de pinturas. “Ud. camina, camina y al final compra en Sadima”, afirma la popular frase de Sadima Muebles. “Nueve de cada diez estrellas de cine usan jabón Lux”, jura la conocida marca de jabón de tocador. Pero si hay una frase que puede considerarse una obra maestra de creatividad es: “mejor mejora Mejoral”, ya que con sólo agregar una letra logra con tres palabras, un consejo comercial de síntesis asombrosa; estuvo décadas en vigencia. Ya en el terreno de la creación anónima, hasta la década de 1970 se acostumbraba pintarles leyendas a los paragolpes de los camiones; sobre todo en Buenos Aires. Las frases iban del piropo galante al dicho picaresco, pasando por el chauvinismo barrial y el dejo tanguero, cuando se incursionaba en lo sentimental. “Su hija sufre y llora por éste varón señora”; “Haga patria, visite Barracas”; “Miralo de arriba abajo, lo compré con mi trabajo”; “Gracias a los viejos”; “De apurados como vos, está lleno el cementerio” ; “Qué Volvo se echó el Turco…!”y otras tantas con las que podría armarse una sabrosa antología. La radio en su momento de gloria tuvo protagonistas que en muchos casos se identificaban con una frase; como el conductor de un programa juvenil que en la década de 1960 batía récords de audiencia: “Una Ventana al Éxito.” Su responsable Antonio Barros, cerraba invariablemente el programa o los recitales que presentaba con la frase “Sean buenos…” dirigida a su jóvenes seguidores llamados “ventaneros.”
Con el auge de la televisión los mensajes se aceleran y masifican. Uno de los funcionarios pioneros en utilizar con frecuencia la TV para dirigirse a la población, fue el ministro de Economía del presidente Arturo Frondizi, ingeniero Álvaro Alsogaray; el ministro para referirse a la duración de su programa económico caracterizado por ajustes, congelamiento del gasto público y despidos, afirmó: “Hay que pasar el invierno.” La frase –los tiempos no se cumplieron- pasó a integrar la antología de los deseos políticos fallidos. Poco después Frondizi era depuesto por un golpe de estado; la frase que le legó a la posteridad, fue : “ no me suicidaré, no renunciaré, no me iré del país.” Presuntamente aludiendo a Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen y Juan Perón; el primero se suicidó, Yrigoyen fue “renunciado” por la asonada militar de 1930 y Perón se exilió cuando fue derrocado por otro golpe en 1955. También pertenece a la gestión frondizista la frase “La batalla del petróleo la ganará el pueblo”; fue la consigna agitada durante la aplicación del plan de autoabastecimiento petrolero y se exhibía hasta en una suerte de marquesina que los tranvías llevaban en el techo. En marzo de 1962 también Arturo Frondizi es hechado por un alzamiento militar, ya que todos los gobiernos electos por aquellos años, debido a la proscripción del justicialismo nacían con una mancha de origen, que consistía en ser ungidos sin que una gran parte de los argentinos que de hecho estaban políticamente inhabilitados, pudiera expresarse con libertad.
En 1963 el radical Arturo Illia es electo en condiciones como las ya mencionadas. Por aquellos años otra frase pone los pelos de punta al común de los ciudadanos: “la carestía de la vida” ; así se denominaba entonces a la inflación. En un contexto internacional marcado por la Guerra Fría –la confrontación entre los bloques occidental y oriental liderados por EE.UU y la Unión Soviética respectivamente- , nuestro país bajo la presión militar que tenía una fuerte gravitación sobre los gobiernos civiles, hacía gala en sus medios de comunicación y en los discursos oficiales, de un anticomunismo militante. Así se popularizaron frases como “estilo de vida occidental y cristiano” , “la subversión comunista” y otras muletillas de similar contenido ideológico, que agigantaban las posibilidades de sectores de escasa representatividad en la vida política argentina. El peronismo semiprocripto agitaba frases como “Perón vuelve”, “Patria sí, colonia no”, que en realidad venía siendo enarbolada por los nacionalistas desde décadas atrás y que se atribuye a los militantes de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), liderada por Arturo Jauretche y otros.
El temido comunismo, en su pacífica versión criolla, pregonaba una frase que fue su guía de acción durante décadas: “Por un gobierno de amplia coalición democrática.” A su vez en el otro extremo del arco ideológico, el grupo juvenil Movimiento Nacionalista Tacuara, afirmaba que “Tacuara es Patria” y “20 de noviembre es Tacuara”; en alusión al Día de la Soberanía que se conmemora en esa fecha.
En el terreno comercial, frente a la omnipresente Coca Cola que ya había instalado su imperativo “Tome Coca Cola bien helada”, la gaseosa local Bidú responde con un medido “Tome Bidú Cola.” Hasta que en 1961 llega al mercado local la también estadounidense Pepsi Cola. Ésta, mediante una agresiva campaña llega a competir mano a mano con la tradicional gaseosa. Pero al margen de esas feroces batallas que libran las bebidas cola multinacionales, otros alimentos continúan difundiendo sus frases a través de las que aconsejan consumir determinadas cantidades de sus productos; un misterioso mecanismo publicitario pero no menos efectivo: “Tome Toddy tres veces por día”, recomienda la conocida chocolatada; “Ginebra Bols, cada día una copita”, sugiere la consigna a los amantes de las libaciones más fuertes. En el terreno del consumo más sofisticado, la movilidad empieza a ocupar un lugar en la demanda de los argentinos; primero fue el “Ratón Alemán”, un pequeño automóvil que se abría por adelante, como una heladera. Luego otros vehículos livianos más confortables, como el Fiat 600, el Renault Gordini, el De Carlo y otros, acaparan las expectativas de nuestros compatriotas. Entre los jóvenes, causan sensación las motos en sus distintas versiones y cilindradas, pero la Siambretta es la más popular. “De Siambretta soy; y a Guidi voy”, dice la frase de un concesionario publicitando a la motoneta más demandada. Por otra parte, el programa cómico radial “La Revista Dislocada” impone una frase derivada de uno de sus scketchs: “Deben ser los gorilas.” El dicho era la muletilla de un episodio en que uno de los personajes se obsesiona con los simios y repite esa frase como una letanía. Los justicialistas se apropian de la popular expresión y empiezan a calificar como “gorilas” a los antiperonistas más acérrimos. La frase se convertiría en una expresión antológica de la cultura política argentina.
En 1966 es derrocado Arturo Illia y los militares entronizan al adusto general (R) Juan Carlos Onganía. Frente al complejo panorama político que se abre, Juan Perón desde su exilio español aconseja: “Hay que desensillar hasta que aclare.” Ajenas a la compulsa política, las empresas nacionales que abastecen el consumo interno, continúan sus campañas para ganar clientes: “Vega; Usted lo ve, lo prueba y se lo lleva”, promete Sastrerías Vega. No menos conocido es otro slogan de la misma firma: “ Bien de hombre, bien de Vega.” Pero si bien la gente continúa “Cada cual con sus trabajos, con sus sueños cada cual”, como dice Atahualpa Yupanqui en una de sus obras, el país vive una clara atmósfera de enrarecimiento; la dictadura de Onganía no deja resquicios y desde un libro hasta la minifalda, todo pasa bajo la lupa de la censura. La situación política se hace más densa y el dictador sostiene que para consolidar su proyecto de transformación de la Argentina, necesita quedarse veinte años en el poder. Sobreviene el “Cordobazo”, una pueblada en la ciudad de Córdoba que hiere de muerte el autoritarismo de Onganía. Una frase gana al activismo: “Unidad obrero – estudiantil”, siguiendo el ejemplo de Córdoba. La política se radicaliza y aparecen grupos armados que plantean la violencia como estrategia de poder. Paralelamente, las movilizaciones sindicales y huelgas son cada vez más frecuentes y Onganía es depuesto por sus camaradas en 1970 y meses más tarde, el general Alejandro Lanusse se hace cargo del gobierno nacional, después del fallido interinato de un ignoto general, Roberto M. Levingston. El enfrentamiento entre gobierno y oposición se polariza entre Lanusse y el proscripto Juan Perón. Entonces el debate se enriquece en términos discursivos, debido a las características personales del líder exiliado y la personalidad del jefe militar, más allá de la discusión política. La polémica se personaliza entre ambos hombres.
Cuando un periodista sugirió a Perón que Lanusse aspiraría a convertirse en presidente mediante el voto popular, el jefe justicialista replica: “Tengo más posibilidades de ser yo rey de Inglaterra que Lanusse presidente constitucional de los argentinos.” A su turno Lanusse desafía a Perón. Cuando pretende que éste regrese al país bajo las condiciones impuestas por él, dice: “Si Perón no viene al país diré que es porque no quiere; pero en mi fuero íntimo pensaré que es porque no le da el cuero.” La respuesta corre por cuenta de las manifestaciones multitudinarias: “A la lata, al latero; a Perón le sobra el cuero.” Las pintadas callejeras responden en forma más categórica: “Perón viene cuando se le canten las pelotas.” No obstante Perón regresó y en septiembre de 1973 fue elegido presidente por tercera vez con el 62% de los votos. Su breve gobierno estuvo marcado por fuertes tensiones políticas en las que distintas tendencias internas tuvieron un protagonismo excluyente. El sector juvenil que respondía a la organización Montoneros cuestionaba el rumbo del gobierno y a algunos dirigentes: “¿Qué pasa General?” preguntaba mediante cánticos y pintadas. Perón les responde públicamente en el acto del 1° de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo, donde los califica de “estúpidos que gritan” y de “imberbes.” El presidente, el 12 de junio de ese año habla en público por última vez desde el legendario balcón de la Casa Rosada. “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que es para mi, la palabra el pueblo argentino”, dijo en lo que claramente fue una despedida. Y otra frase que se convirtió en su testamento: “Mi único heredero es el pueblo.” El 1° de julio, fallecía. De allí en más la política se convirtió en una actividad vertiginosa que a diario generaba hechos. “Gracias Isabel”, proclamaban aquellos que apoyaban a la vicepresidenta en ejercicio de la primera magistratura, María ‘Isabel’ Martínez de Perón. “Afuera, Rodrigo y López Rega” cantaba una gigantesca multitud conducida por los gremios, cuando a mediados de 1975 decidió echar al ministro de Economía Celestino Rodrigo y al super ministro de Bienestar Social – su mentor- José López Rega. Luego vino el golpe militar de marzo de 1976 y el “apagón” político de mano de una represión implacable. Las frases de la propaganda oficial tenían un inocultable metamensaje, como aquella que refiriéndose a la necesidad de tocar menos bocina en la calle, afirmaba que “El silencio es salud.” Luego, cuando el mundo empezó a enterarse de la represión que padecía el país, el mensaje oficial fue: “Los argentinos somos derechos y humanos”, haciendo un juego de palabras con las denuncias por la violación a los derechos humanos en el país. Después vino la Guerra de Malvinas y las frases triunfalistas del poder: “si quieren venir que vengan…” decía el presidente de facto Leopoldo F. Galtieri. “Que lo manden al principito” ; frase atribuida al general Mario B. Menéndez –gobernador militar de las islas- y otras tantas que atronaban desde los medios por aquellos días. Con el desgaste dictatorial otras frases ganaron la calle: “Aparición con vida y castigo a los culpables”, reclamaban familiares de desaparecidos y organismos de derechos humanos. Luego llegó la democracia tan duramente recuperada y otras frases ocuparon el lenguaje de la calle y las paredes. “Ahorra grande Aurora Grundig”, proclamaba una empresa de electrodomésticos mediante un popular trabalenguas puesto en boca de un indio impostado. Los cruces políticos entre oficialismo y oposición son ruidosos: “Llorar es un sentimiento, pero mentir es un pecado”, responde el dirigente de la CGT, Saúl Ubaldini al presidente Raúl Alfonsín, quien lo había tildado de “llorón y mantequita.” Son frases desprolijas, pero dentro del juego democrático del disenso. Y Alfonsín se va antes de lo previsto con su gobierno devorado por la hiperinflación.
Lo sucede Carlos Menem, quien había proclamó con tono mesiánico: “Síganme; no los voy a defraudar.” Y después de Menem llega Fernando De La Rua con una frase que asombrosamente tiene éxito: “Dicen que soy aburrido…” Pero el gobierno de la Alianza dellarruista cae en 2001 en medio de una de las peores crisis de nuestra historia. Y pasa una maratónica sucesión de presidentes provisionales que nos dejaron alguna que otra frase para la memoria: “Crearemos un millón de puestos de trabajo”, dijo un eufórico Adolfo Rodríguez Saa en su gobierno de siete días y luego Eduardo Duhalde: “El que puso dólares recibirá dólares”, en referencia a la incautación de ahorros hecha por los bancos y también “Argentina es un país condenado al éxito.” Luego, fue el turno de Néstor Kirchner y después el de su esposa, Cristina Fernández “En política nunca hay que creérsela, porque nadie es eterno”, sostuvo en 2007 la entonces senadora Cristina Fernández. La historia reciente parece confirmar ese concepto. Pero el discurso, desde aquellas piezas oratorias cuidadosamente elaboradas hasta las frases escapadas de un enojo, como aquel celebérrimo “¡cállate!” pronunciado por Su Majestad Juan Carlos de Borbón al plebeyo presidente venezolano Hugo Chávez en una ruidos Cumbre hispanoamericana, tienen la virtud de “engancharse” mediante una palabra, o un toque de ingenio o por simple asociación con cuestiones que en el imaginario de la gente tiene un valor particular; entonces como las canciones o los libros o los hijos que crecen, ganan la calle y comienzan a recorrer un camino propio, cuyo final es absolutamente desconocido para aquel que las profirió; en las encrucijadas de la Historia, pueden ganar la gloria o el infierno.
Por Angel Pizzorno