Y…si, es así: vivir es cambiar / en cualquier foto vieja lo verás (como decía el gran Homero y bien que se lo trae a cuento en el comienzo de este libro). Desde aquellos lejanos tiempos de la segunda mitad del siglo XIX, en que los soldados mitristas que visitaban los lupanares se convirtieron tal vez y sin saberlo en los primeros autores de tango -al ponerle letras a las melodías de esa música atrapante que iba naciendo de lo que hoy llamaríamos una fusión de habanera, ritmos africanos, música española e incluso autóctona-, los cambios han sido inconmensurables, en todos los aspectos, en todos los sentidos. Para empezar, aquellas primeras letras del género tenían la impronta de los prostíbulos que eran su fuente de inspiración, y así, solo hacían referencia a partes pudendas, posiciones sexuales, y un sin fin de situaciones que se daban en los “quilombos” de esa época, por lo cual la terminología que se utilizaba para darles forma era, como mínimo, chabacana, procaz. Como sabemos, a partir de 1917 (cuando Pascual Contursi le da vida a “Mi noche triste” tomando la melodía de un tango de Samuel Castriota que hasta entonces era instrumental y se llamaba “Lita”, y con ello da nacimiento al tango-canción)se da un vuelco fundamental en la historia del género poético-musical-popular más bello del mundo, y de ese modo, tanto en lo musical como en lo poético como en lo relativo a la danza, el desarrollo, el crecimiento cuantitativo y cualitativo del género es constante y digno merecedor de la admiración que se le profesa en todo el planeta.
Pero atención: si bien acabo de expresar que todo cambia, hay algo que no ha cambiado en estos cerca de 150 años que han transcurrido desde aquellas primigenias letras de corte llamémosle pornográfico, hasta las mucho más elaboradas -y en muchos casos cuidadamente poéticas- de una buena cantidad de autores contemporáneos. Y eso que no ha cambiado es que el tango siempre fue el reflejo de cada época, la crónica fiel de cada situación, el espejo de la sociedad en cada tiempo, el muestrario en cada instancia -en definitiva- de la condición humana. En las primeras épocas del género, reflejaba la vivencia de esos hombres (hay que tener en cuenta que era una sociedad con más hombres que mujeres: la mayoría de los inmigrantes que venían de Europa eran hombres que llegaban solos desde allí, o con algún familiar cercano pero generalmente varón también –hermano, tío-; pero además estaban los gauchos, los soldados…) que encontraban la alegría, la diversión, en ese ambiente necesariamente sexual de los lupanares. Las letras, entonces, mostraban eso. Veamos un ejemplo: el tango “Dame la lata” hacía referencia a las “latas”, que no eran más que las “fichas” que debían dejarse a las prostitutas, como comprobante de que se había pagado el “servicio” por un lado, y por otro para que las muchachas hicieran luego la “liquidación” ante la “madama” o el cafiolo. Otros títulos eran más directos y expresivos: “El fierrazo”, por ejemplo. Huelga decir que, a partir de “Mi noche triste”, el espejo va a tornarse mucho más abarcativo y toda la sociedad va a poder mirarse en él, ora para emocionarse, ora para alegrarse, ora para avergonzarse.
Estábamos entonces en que todo cambia y agregamos en el párrafo anterior que el tango es un reflejo de la sociedad toda. Aunando ambas cosas, podemos decir que nuestro género musical ciudadano (en sus letras, aunque también –y es imprescindible señalarlo- en su música, en su danza, en como se lo canta) es igualmente un muestrario incontrastable de esos cambios. Y si a esto le agregamos que el lenguaje, en todo el planeta, va modificándose día a día (una demostración más de que “todo cambia”), llegaremos a la necesidad, a la importancia, podemos decir a la imprescindibilidad del presente material de lectura, por lo cual yo podría decir –como Fernando de Sá Souza en el Prólogo- que me confieso un lector privilegiado de este libro sorprendente.
Ese lenguaje cambiante fue imponiendo nombres, términos, palabras, a los personajes que fueron conformando en cada tiempo una parte importante de la idiosincracia, de la característica, de la identidad en definitiva de los habitantes de esta ciudad de los Buenos Aires. Y como esta ciudad es más que probablemente la más cantada en el mundo por sus poetas, el tango –y sus hermanos milonga, candombe y vals- hizo la “fotografía” de cada uno de esos personajes. Los inmortalizó. Al dejarlos así, retratados, fijados en una imagen que perdurará indefinidamente, logró que esas mutaciones que inexorablemente se dieron, se dan y se darán en el habla en los porteños -pero en general en los hombres y mujeres de cualquier latitud- no podrán ya jamás destruir totalmente el recuerdo de esos arquetipos de la porteñidad. Muchos términos podrán dejar de formar parte del uso habitual en las diarias conversaciones, pero el tango los guardó para siempre en el “chip” indestructible de la memoria colectiva.
Y si el tango tuvo, tiene y tendrá ese privilegio de ser el que atesora y el protector de esa historia de los habitantes de Buenos Aires, este libro viene a completar esa faena. Conservará para los tiempos la memoria de esos personajes. Los significados cambiarán y así como hoy “chabón” o “tipo” o “milonga” -por poner tres ejemplos al azar- no tienen necesariamente el mismo sentido que a mediados del siglo pasado, lo mismo ocurrirá con otras palabras que hoy utilizamos creyendo ingenuamente que van a indicar siempre lo mismo, olvidando aquello de que todo va modificándose constantemente: ayer habrá sido un ciruja, hoy tal vez sea un cartonero. Tal vez el barra brava de estos tiempos es el “heredero” de aquellos compadritos de otrora.
Pero aunque cambien los significados, quedará en muchos tangos –y en este libro- el registro imperecedero de los personajes de esta ciudad que amamos los que nacimos en ella, aunque a veces le echemos alguna maldición, como también pasa con los familiares o amigos que queremos.
No podría decirse que este libro sintetiza toda la historia de Buenos Aires, pero tampoco podría negarse que refleja buena parte de ella. No solo en los textos, no solo en las letras de los tangos, sino también en las fotos y en las ilustraciones en general. Y allí radica esa imprescindibilidad a la que hacíamos referencia en párrafos anteriores. Tanto Ud, estimado lector, como yo, como los lectores de tiempos futuros, habremos encontrado en “Los Personajes del Tango” una síntesis de la vida porteña de varias generaciones. Y hurgaremos una y otra vez en sus páginas en cada ocasión que tengamos la necesidad, o busquemos el placer, de reencontrarnos con esos arquetipos que de una u otra manera forman parte del inventario emocional, del alma misma de Buenos Aires.
Y es que sabemos que en esos arquetipos estamos nosotros, aunque no esté allí nuestro retrato. Porque somos la sumatoria y la consecuencia de esos personajes. Nos guste o no reconocerlo.
Por Ernesto Pierro