Desde épocas inmemoriales los epitafios sobre estelas de piedra u otros elementos que permitieran grabar una semblanza, fueron habituales en muchas culturas; y aún gozan del prestigio obtenido por el uso perpetuado por siglos.
“Extranjero, ve y dile a Esparta que yacemos acá por ser fieles a sus leyes”; demandaba una estela en el sepulcro del rey espartano Leónidas, el que habría muerto al frente de sus hombres en combate contra enormes fuerzas persas en el paso de Las Termópilas, defendiendo la independencia de su ciudad – estado. Otras celebridades optaron por leyendas casi criptográficas, como el escritor argentino Jorge Luis Borges; en cuya sencilla tumba suiza una estela de piedra conserva un poema en antigua lengua celta, cuyo mensaje podría resumirse en la frase “… y no tengan miedo”. Frases de estilo épico como el del griego mencionado, cruzaron los tiempos y la geografía, para posarse en personajes más humildes pero no por eso desvalorizados: “Aquí yace el Soldado Desconocido de la Independencia, salúdalo”, conmina una placa de bronce en el frente de la Catedral Metropolitana de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; advirtiendo que allí están los restos de un guerrero argentino anónimo. En el mismo templo se encuentra el cuerpo del general José de San Martín; libertador de Argentina, Chile y Perú.
A su vez, los epitafios colectivos conmemorando a los caídos en gestas guerreras atravesaron el siglo XX; centuria generosa en conflictos y masacres. El período más sangriento, destructivo y cuyas consecuencias se prolongan hasta el siglo XXI, fue sin duda la Segunda Guerra Mundial. Entre las gigantescas batallas libradas en los numerosos teatros de operaciones, vale recordar la lucha por Monte Cassino, en Italia meridional. En un monte coronado por el antiguo monasterio benedictino que se yergue camino a Roma y a cuyo pie está la localidad de Cassino, durante seis meses se enfrentaron los ejércitos alemanes y aliados por la posesión de esa altura; arrasando la milenaria reliquia arquitectónica (luego reconstruida) y dejando miles de muertos y heridos, hasta que los aliados obtuvieron la victoria. Entre las tropas de los numerosos países aliados que combatieron, se encontraban los Polacos Libres; fuerzas formadas en el exilio luego de la caída de Polonia en 1939. Los polacos tuvieron un rol protagónico en ese triunfo, dejando más de mil muertos y tres mil heridos en el terreno. En el presente, un monumento erigido en su memoria reza en un sencillo pero emotivo epitafio:
“Nosotros, soldados polacos, / Por nuestra libertad y la vuestra, / Hemos ofrendado nuestras almas a Dios, / nuestros cuerpos a la tierra de Italia / y nuestros corazones a Polonia”.
Pero no todos esos recordatorios con pretensiones de eternidad, fueron siempre solemnes ni temerosos de lo que podría aguardarlos traspuesta la frontera de la vida. Algunos líderes de trascendencia mundial, como es el caso del primer ministro inglés durante el segundo gran conflicto, Winston Churchill: “Estoy dispuesto a encontrarme con mi Creador. Si mi Creador está preparado para la gran prueba de reunirse conmigo, es otra cuestión”; desafiaba la primera espada de su Majestad Británica. A su vez, uno de los más grandes protagonistas del humor, Groucho Marx, hizo inscribir en su lápida: “Perdonen que no me levante”. Los ejemplos son interminables. Los hay temerosos de Dios, de la muerte, los prisioneros de las culpas, los jactanciosos, los sorprendidos por La Parca sin darles tiempo a pensar en su paso a una presunta Eternidad. Pero hay un hecho que los iguala a todos: la falta de evidencias de que alguno haya vuelto.