El Otro Combate de San Lorenzo
La expedición anglo francesa había fracasado en sus objetivos de comerciar libremente por los ríos interiores de la Confederación Argentina. Corrientes, empobrecida por tantos años de guerra, no había resultado un buen mercado. Tampoco Paraguay, ya que su líder, Carlos Antonio López, no se dejaba engañar con promesas de “libre comercio” y exigía, antes de cualquier acuerdo comercial, el reconocimiento de la independencia paraguaya por los invasores. Los buques mercantes que remontaron el Paraná, protegidos por la escuadra, volvían tan llenos como habían salido de Montevideo meses atrás. Si la ida había sido dura, acechada la flota en cada lugar favorable por la artillería volante al mando de Juan Bautista Thorne y fusileros improvisados con milicias locales, la vuelta se presentaba oscura.
Restablecido de las heridas de Obligado, Lucio Norberto Mansilla ocupó su lugar de jefe de la defensa del río. Luego de combatir con la escuadra anglo francesa en el Paso del Tonelero, mandó colocar 8 cañones, ocultos tras montones de maleza, 250 fusileros y 100 infantes en los barrancos de la costa entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho.
Al mediodía del 16 de enero de 1846, aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin, King y dos goletas armadas en la Colonia, con 37 cañones de grueso calibre, acompañando a 52 barcos mercantes. Al llegar a San Lorenzo, la Expeditive y el Gorgon hicieron tres andanadas de bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Los soldados argentinos se quedaron ocultos en sus puestos, según la orden recibida. Cuando todo el convoy llegó a la angostura del río, un poco arriba de San Lorenzo, Mansilla mandó abrir fuego a sus baterías comandadas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Álvaro de Alzogaray. El ataque fue certero, los mercantes escaparon desmantelados hacia dos arroyos próximos, chocando unos con otros y agravando las averías que les hacían los cañones desde tierra.
Favorecida por el viento de popa y tras los buques que vomitaban sin cesar un fuego mortífero, cerca de las 16, la flota se acercó al Quebracho. Mansilla reagrupó sus fuerzas allí y combatió hasta la caída de la tarde, cuando -desmontada su artillería y neutralizada su fusilería por el cañoneo enemigo- el convoy pudo sortear la punta del Quebracho, con graves averías en los buques de guerra, pérdidas de consideración en los mercantes y sus manufacturas y 50 hombres fuera de combate. El contralmirante Inglefield, en el parte oficial al almirantazgo británico dijo que “los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media, y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo”.
Esta vez las fuerzas patriotas tuvieron pocas pérdidas y Mansilla pudo decir con propiedad que le había tocado el honor de defender el pabellón de la Patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regaron con su sangre los Granaderos a Caballo del general San Martín.
por José Rodolfo Maragó