Transcurría el año 1957. El rock ‘n roll, Marilyn Monroe y la Guerra Fría eran títulos frecuentes en la prensa escrita, radial y en la floreciente televisión. Pero el 4 de octubre de ese año, el mundo contuvo el aliento ante un anuncio asombroso: un satélite artificial lanzado por la Unión Soviética estaba orbitando nuestro planeta. La primera vez que un objeto fabricado por el hombre alcanzaba el espacio exterior. Se trataba del Sputnik I (satélite), un artefacto de 83 kilos que iniciaba lo que luego se conocería como la carrera espacial entre las dos superpotencias dominantes: EE.UU. y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS); ya que poco después los norteamericanos lanzaron su propia creación. Muy cerca de los soviéticos, pusieron en órbita el Explorer I.
La propaganda de ambos bloques instaló el tema casi a diario en los medios de comunicación. Un mes después de aquel lanzamiento, otra noticia conmueve al mundo: el 3 de noviembre el Sputnik II transporta al cosmos a la perra Laika. El animalito de tres años, murió a las pocas horas según nos enteramos casi medio siglo después. La nave cayó en algún lugar del Océano Atlántico después de orbitar 162 días. Su sacrificio (previsto por los científicos) permitió obtener información muy importante para garantizar la seguridad de los humanos que alguna vez harían el recorrido de Laika.
Ese día llegó el 12 de abril de 1961. El joven cosmonauta ruso Yuri Gagarin dio tres vueltas a la Tierra en 89 minutos. Poco después, EE.UU. anuncia que Alan Sheppard es el primer norteamericano que sale del planeta. Le seguirá Virgil Grissom como tripulante del Proyecto Géminis. Cuatro meses después de la aventura de Gagarín, otro ruso Guerman Titov, circunvala nuestro planeta dando 17 vueltas durante 24 horas, retornando en perfectas condiciones.
Los argentinos nos acostumbramos a nombres que poco antes nos sonaban extraños: Sputnik, Explorer, Vanguard, Lunik, Pioneer y otros proyectos de la vasta galería, que ambos colosos revelaban como piezas en su carrera espacial. Del interés que el tema despertaba en nuestra gente, es una muestra el fox trot Marcianita, que el rockero Billy Cafaro puso de moda. La letra entre ingenua y optimista, le promete a una chica extraterrestre que “En el año setenta seremos felices los dos.” La humanidad imaginaba que en diez años, los planetas más afines al nuestro estarían colonizados. La conquista del espacio y el progreso indefinido que provocaría la aventura, parecían estar al alcance de la mano.
La realidad entonces era muy distinta. Las luchas anticoloniales en África y Asia para sacudir el yugo de los imperios europeos, el despertar político y social de América Latina y la Guerra Fría, cuya consecuencia fue la “paz caliente” entre los dos bloques que se disputaban la hegemonía mundial, puso un manto de incertidumbre sobre el futuro de nuestro sufrido planeta. El presidente de EE.UU. John Kennedy prometió en 1961 que antes de finalizar la década, su país pondría un hombre en La Luna. Cumplió. A su vez, la URSS siguió con su programa Lunik, despachando cosmonaves no tripuladas a nuestro satélite natural.
Paralelamente, el espacio exterior se fue poblando de satélites artificiales para brindar servicios a la Tierra; mientras otros vehículos, navegaron a otros planetas de nuestro Sistema Solar y aún más allá, rumbo a las estrellas. Pero un suceso inesperado rescató al Sputnik de la memoria, brindándole una asombrosa actualidad.
La Vacuna Sputnik V
En diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan se habría registrado el primer brote de covid – 19. Se trata de un coronavirus que provoca básicamente, infecciones respiratorias con un alto nivel de contagio. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia, mientras el mundo científico se abocaba a la búsqueda de una vacuna que neutralice el accionar del virus. Así se convirtió en un insumo estratégico para el país o los laboratorios que la obtuvieran primero. A finales de 2020 son muchas las investigaciones en marcha, con algunos grandes laboratorios ya en la etapa final de prueba. Una de ellas, es la Sputnik V de origen ruso. El nombre no es casual, ya que remite al satélite que permitió a la URSS tomar la delantera en la carrera espacial. La “V” no es el número 5 romano, sino la “V” de victoria. En tiempos de fuerte disputa geopolítica, la vacuna cumple un papel decisivo también en el terreno de la propaganda.
La produce el Instituto de Investigaciones de Epidemiología y Microbiología Gamaleya y es financiada por el Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF). El Instituto científico fundado en 1891, tiene una larga experiencia en campañas de vacunación contra epidemias de tifus, difteria y otros flagelos. En 2015 consiguió dos vacunas contra el ébola y una tercera en 2020. En junio de 2020 comenzaron las pruebas de la Sputnik V, y al 20 de diciembre de este año, habían sido inoculados 20.000 rusos con la primera dosis.
El RDIF anunció convenios con Brasil, India, China, Corea del Sur y otros países, para producir la vacuna a nivel local. La Sputnik V es una vacuna liofilizada (seca) y se aplica en dos dosis con un intervalo de 21 días. El gobierno argentino que mantiene negociaciones con varios laboratorios extranjeros, entre ellos Pfizer (EE.UU.) radicado en nuestro país desde 1956, anunció la llegada de la primera tanda rusa para las vísperas de la Navidad 2020. Para su almacenaje sólo sería necesaria una temperatura de 2 a 8 grados centígrados, facilitando así su conservación y distribución.