Como caen las fichas, unas tras otras… y la dilapidación de espejería, que simplemente muestra. Describir… ¿Cómo lo podría hacer? ¿La música siempre suena como la primera vez? ¿La inicial imagen es la que vale verdaderamente? ¿Y lo demás, lo reincidente, lo consecuente de sucesos acaecidos, qué?
Desalineados y pitucos de vaqueros gastados y cigarrillos estrujados en medio de palabras atolondradas de cancherismo adolescente y esas miradas cruzadas esperando códigos entrelazados de amores casi esporádicos que todo lo prometían.
Linda época, ésa… ¿no? Spinetta nos decía que «todas las hojas son del viento»… Y sí… él se percató un rato antes que el soplido, ése que no se sabe de dónde viene, nos lleva irremediablemente hacia… ese lugar que completó con otra frase de monolito: «No paniqueen»…
Lindos los besos que nos recuerdan besos; lindas las expresiones rostrales que nos recuerdan instantes felices y esas fotos que almacenamos íntimamente vaya uno a saber dónde en ese rincón cerebral o retiniano de cofres.
Mentes y cascaritas que complementan presagios de vidas no siempre correspondientes con lo previo a concebir, sucede que nadie sabe de ningún manual escrito ese inédito capítulo a desarrollar y que pase lo que tenga que ocurrir aunque ésto, nos resultare de lo más inesperado o infame.
Nuevamente el viento empuja y las lanas desprenden pelusas del epitelio conformado de pieles arraigadas de nacimiento. Entonces «veo», observo a mis contemporáneos cómo ese viento que desde ese principio acariciaba cutáneos, ahora, son lijas que pulen el disimulo del precipicio casi petrificado de complacencias. Listas de espera. ¿Hay «listas de espera»? ¿Cómo es que no me di cuenta? ¿Tengo número? ¿Cuándo es que me toca?.
Mis dos grandes amigos, Lems y Rafca, descorchan a la hora 16 la tercera botella en ese bar cerca de la estación de trenes, como es del lado de la provincia, pocos autos -casi ninguno- circulan por la arteria principal; ya no sé qué carajo le dijo Rafca al oído a la pendeja que nos atendía por las raleadas mesas sin mantel; lo único que pude observar fue el imprevisto rostro de ella, tan radicalmente cambiante de su inicial amabilidad, hacia la parquedad y seriedad del presente continuo. Rafca toma resabios de la botella número dos, y ríe…
Entre medio de nubes rosáseas, mi percatar de situaciones amorfas:
-¿Qué balbuceaste de ebullición alcohólica? -le dije-
Rafca ríe y se guiña un ojo cómplice con Lems, luego declara como testigo principal del juicio cotidiano anual: -¿Viste que cuando llegamos al bar, fui al toque al baño?, bueno, justo cuando estuve a punto de entrar, esta guacha salió del mismo -del de varones- acomodándose el pantalón, y trascartón salió el pibe de la caja, acomodándose la camisa…
-¿Y? -repregunté, socarronamente-
-Sólo le comenté al oído a la piba que su perfume olía a tinto varonil…
Inmediatamente Rafca acompañó y aclimató la escena con una gran carcajada.
Pocos minutos después, el chabón de la caja nos acercó la tercera botella, ya ni me acuerdo por qué hicimos chinchinear los vasos, la moza no volvió sobre sus pasos de atención. Un par de billetes acomodaron una aceptable propina; un espejo, a la salida del bar, nos mostró la imagen erosionada y displicente de tres adultos que todavía el viento peina sonrisas maquilladas de acostumbramiento.