En la mayoría de las listas cinematográficas aparece “El Ciudadano”, dirigida por Orson Welles, como una de las mejores películas de la historia. Estrenada en 1941, fue candidata a ocho premios Oscar, llevándose sólo uno en la categoría de “mejor guión”, acreditado al propio director y a Herman J. Mankiewicz, prolífico escritor con más de ochenta créditos en su carrera, que abarca desde el cine mudo y su posterior traspaso al sonoro.
La mítica película que retrata la vida de un magnate de los medios ha sido fruto de todo tipo de análisis académico a lo largo de las décadas, desde documentales hasta libros. Cuando parecía que no quedaba mucho por agregar a la historia sobre el detrás de cámara de esta obra maestra, David Fincher, director de clásicos como “Pecados Capitales” o “El Club de la Pelea”, y creador de series de televisión emblemáticas como “House of Cards” y “Mindhunter”, decidió narrar la gesta del guión y la turbulenta vida de su guionista, el “Mank” que da título a esta película.
El film comienza con el protagonista, Herman “Mank” Mankiewicz, a quien trasladan a una casa alejada de la ciudad. Tiene un yeso en una de sus piernas producto de un accidente automovilístico, y no puede moverse mucho. Apenas es capaz de dictar las páginas del guión a su ayudante Rita Alexander, y tiene la a Fraulein Freda para ocuparse de su rutina diaria. En la ciudad quedó su esposa Sara, hijos, todos sus amigos y compañeros de la industria cinematográfica.
La razón por la cual está tan aislado no responde tan solo a su momentánea invalidez, sino a que Mank es un alcohólico y apostador, y para cumplir su próximo encargo necesita (o eso creen sus allegados) sobriedad. Los tiempos apremian. Un joven director aspirante a crear con total libertad creativa su debut en la pantalla grande contrató al escritor para que le entregue un guión en dos meses, una tarea que parece imposible por el estado de salud del guionista, tanto física como mental. Orson Welles es quien le ofrece la oportunidad de trabajo, y será casi el mecenas de un artista que ha tocado fondo.
“Mank” se divide en dos líneas temporales narrativas. La principal, ubicada durante los sesenta días que tiene el guionista para poder finalizar el primer borrador, ubicado en la casa de campo, mientras recibe las visitas del asesor de Welles, su hermano Joe Mankiewicz (también metido en la industria cinematográfica), la actriz Marion Davis, un amor platónico del guionista y esposa del magnate de los medios William Randolph Hearst, y de su propia esposa Sara. Todos de alguna manera intentarán disuadir a Mank de escribir la historia de magnate de los medios que cae en desgracia, por las implicaciones políticas y laborales que tendría para el artista. Y la razón es sencilla: “El Ciudadano” y su personaje principal, Charles Foster Kane, es el alter-ego que le otorga el guionista al poderoso empresario del cuarto poder Hearst.
En la segunda línea narrativa, compuesta de flashbacks, David Fincher va retratando viñetas en la vida de Mank. El director nos muestra la complicada relación de su personaje principal con el alcohol, que culmina en una bochornosa cena en la casa de Hearst en donde el guionista, ebrio hasta la médula, da un impresionante monólogo en donde propone filmar una versión moderna del Quijote en donde el principal enemigo es un empresario de los diarios que vende sus ideales y valores en pos de una causa política de dudosa moralidad. El protagonista, quien no tiene pelos en la lengua, ve como el clima político posterior a la Gran Depresión de 1929 da paso a una avanzada del Partido Republicano, que cataloga a la oposición como comunistas y socialistas, e inician una campaña de desprestigio multimedia inédita hasta ese entonces. La incapacidad de Mank para poder dejar de un lado su visión del mundo empieza a afectar sus finanzas, su vida personal y potencia aún más sus problemas de adicciones. A esto se le suma ese romance platónico que tiene con Marion, que jamás se podrá consumar porque ella es devota a Hearst. Todo este combo parece hervir la sangre del guionista, en lo que culminará con la escritura de “El Ciudadano”, un retrato despiadado que, en la mirada de Fincher, parece el exorcismo definitivo de los demonios de Mank.
El marco histórico está bien desarrollado, sin ser una catarata de datos que impidan la fluidez narrativa. En los flashbacks podemos ver la poca visibilidad que tenían los guionistas en los comienzos de las películas sonoras, la lucha de actores y actrices para dar el salto del cine mudo que estaba quedando atrás. Con pinceladas se habla de Hitler y cómo se lo veía en Estados Unidos en aquella época. Franklin Roosvelt, entonces Presidente de los Estados Unidos, es motivo de debate dentro de las esferas más altas de Hollywood, que se retrata primariamente republicana, y temerosa de una oleada de “turistas” que lleguen a su territorio a saturar el mercado laboral y destruir sus estilos de vida.
La industria cinematográfica comienza a gestar el Sindicato de Escritores, mientras la gente fuera de Hollywood mendiga trabajo en las calles al ritmo de una economía que parece no salir a flote. Louis B. Mayer, director de la poderosa MGM (que ostentaba en la era dorada del cine las mejores estrellas) se ve obligado a recortar los sueldos de los empleados técnicos, con promesas que jamás cumplirá. Mayer es uno de los que peor sale parado en esta película, pintado como un hombre mezquino y sin escrúpulos, capaz de fingir llantos conmovedores ya sea a la hora de anunciar que va a quitar la mitad del salario a los que ganan menos, o en el funeral de uno de sus empleados más cercanos.
David Fincher no deja nada librado a la especulación, mientras todos los demás personajes transitan caminos con distintos niveles de ambigüedad moral, Mayer es la representación de la peor cara del sistema industrial cinematográfico, y puede leerse como una crítica a la actualidad de la industria.
Gary Oldman es quien personifica a Mank, y justifica con creces su nominación al Oscar. El actor consigue retratar el encanto seductor de un hombre que parece capaz de comerse al mundo, seguro de lo que piensa y de cómo actúa, mientras se derrumba por dentro, apremiado por sus demonios. Muy pocas escenas no lo tienen a él como protagonista, y su labor no solo es destacable sino que fundamental para que la estructura del film no colapse. Amanda Seyfried es Marion Davis, la actriz que lucha por probar que tiene talento y no solo un marido poderoso capaz de obtener los roles por ella. La relación entre Mank y Davis (quien, se sospecha, es la base de Susan Kane en “El Ciudadano”) da a entender que entre ambos había una cuota de deseo más allá del amor platónico, pero Fincher jamás cruza la línea de la insinuación, dejándole al espectador el veredicto final.
Tuppence Middleton (“Black Mirror”, “El código enigma”) representa a Sara, esposa de Mank. Su rol es más bien pequeño, pero la actriz brilla a la hora de plasmar a una mujer que lejos de ser una esposa sumisa y devota, se constituye como el pilar de su marido y la brújula moral de la familia. Lilly Collins (“Tolkien”, “La herencia”) es Rita Alexander, la ayudante del guionista, quien no sólo se encarga de pasar en limpio las caóticas notas de Mank, sino que es quien se le planta al escritor cuando parece que se va a derrumbar por completo, mientras lidia con la angustia que le genera tener a su marido luchando en la guerra.
El resto del cast secundario es impecable. Charles Dance y Arliss Howard, dos históricos actores hollywoodenses, encarnan a William Randolph Hearst y Louis B. Mayer respectivamente. Tom Burke (“El souvenir”, “Solo Dios perdona”) parece canalizar el espíritu de Orson Welles en su actuación, y si bien apenas tiene unos minutos en pantalla, cada vez que aparece su figura captura la atención de forma hipnótica, al igual que lo hacía Welles en la vida real.
“Mank” está nominada a 10 premios Oscar, entre ellos “mejor director”, “mejor película”, “mejor actor principal” y “mejor actriz secundaria” para Amanda Seyfried, y solo basta ver la película para entender el porqué.
El film se estrenó en la plataforma Netflix, que oficia de coproductora, y emula el look de las películas de la década del ´40, desde la fotografía en blanco y negro, la música, las transiciones entre escenas, hasta el modo de hablar de los personajes. Es una recreación que parece ser muy fiel a los comienzos de la era dorada del cine estadounidense, y así mismo una crítica al mismo sistema industrial de entretenimiento.
Pese a esto, quienes no conozcan “El Ciudadano” tal vez pierdan un poco el valor agregado que tiene esta historia. No es necesario haberla visto, pero si recomendable para poder ir armando el rompecabezas que Mank tenía en su cabeza a la hora de escribir el guión que le valió su único premio de la Academia, y sobre todo, el paso a la inmortalidad.