Las niñas, históricamente, hemos jugado con muñecas. De todo tipo: de trapo, de plástico, duras, blandas, de marcas conocidas e incluso imitaciones caras. Claro que en años “A” las muñecas eran asexuadas; no tenían senos como tampoco una más mínima insinuación de una rayita entre las piernas que nos recordase a una niña humana.
Se me ocurre pensar que nada es tan casual como parece. El paradigma de mujer (ama de casa, madre y esposa) no incluía ningún tipo de libertad sexual; vírgenes y pacatas era lo bien visto y así lo demostraban los juguetes infantiles.
La muñeca Barbie fue quizá una de las primeras que tuvo senos, una puerta pequeñita comenzaba a abrirse en la mente de los creadores y aunque significó un gran cambio, mi generación no jugó con ellas.
Por supuesto que el advenimiento de las Barbie trajo también un paradigma estético: alta y flaca era lo que estaba de moda y bien visto. De golpe desaparecieron las muñecas como las Peponas de trapo o las que se notaba su cuerpo con músculos en las piernas y brazos o las que escondían su cuerpo tras vestidos largos de tul. Recuerdo que cuando llegaba el agüinado, gran conquista social para los trabajadores, arribaba Papá Noel o los Reyes Magos con vistosas muñecas vestidas con trajes típicos, incluso no faltaba la negra africana. La indumentaria relataba las ocupaciones: enfermera, bailarina, monja, abogada y como broche de oro: la novia vestida de blanco. El paradigma de la belleza concebida de ojos azules y piel blanca era tan fuerte, que esas muñecas eran colocadas en las repisas de las habitaciones como trofeos. Tan altas, tan espigadas, tan rubias, tan extranjerizadas, tan poco nuestras, tan inalcanzables.
Sin dudas, ese patrón de pensamiento se coló en las personas de carne y hueso; no hubo nada como ser “blonda”, altísima, de piernas flacas y brazos super afinados a puntos extremos de perder la salud. Todo paradigma crea estereotipos y destroza otras formas, como corolario quedó en la mente de muchos que había que ser rubia, alta y espigada para arribar a algún tipo de éxito en la vida.
El tema no es teñirse el pelo (amo la libertad que ejercen las adolescentes y mujeres de hoy para teñirse el cabello de violeta o verde o rosa o lo que les cante), el tema es que quedó acuñado que la mujer rubia carecía de otro valor que no fuese la belleza física y que esa belleza se llevaba al vacío de la inteligencia. Pobres de aquellas que con algún atisbo de belleza eran rubias o se hacían reflejos; en esos casos había que demostrar más de tres veces que además de la imagen exterior. eran inteligentes. Otra vez, el continente versus el contenido, el mundo de lo aparente versus “me tomo el tiempo” para conocer de qué o quién se trata.
Algunas madres “progre” de mi generación nos preguntaban que queríamos ser de grandes y como no nos habían enseñado a coser, ni a bordar, ni a cocinar (afortunada…mente), todas queríamos estudiar o trabajar para ser algo más que una ama de casa o una muñequita de carne y hueso cuyo destino sería estar en la vitrina de alguien sin poder jugar a la mancha o al “loco de a dos”.
Metáforas que pintan una generación. Para salir del molde tuvimos que romper a la muñeca de moda y empezar a mirar qué había adentro, como a veces nos sucede con la vida que nos rompe, nos arma, nos transforma, nos argumenta, nos dilata para construirnos desde las profundidades, con todos los colores que se nos antojen, sin encasillarnos.
Ana María Caliyuri
Betty Glamur
Cuando me preguntan sobre Betty Glamur, pienso en la solemnidad de las cosas aparentes.
“Ella era una mujer solemne, casi perfecta”, dijeron sus viejos conocidos el día de su funeral. Los del barrio, en cambio, prefieren recordarla como la pluscuamperfecta. No en relación al tiempo verbal, obviamente. Es sólo una manera diferente de decir que ella era más que perfecta.
Betty no solo era una mujer bondadosa, tenía muchas otras virtudes: hacendosa, puntual, cortés y con un alto grado de lealtad. Pero no había claudicado a su soledad, y aunque se le conocieron varios acompañantes, ninguno de ellos pudo escribir la historia junto a Betty.
Se la reconocía por la mirada lánguida y su mirar a la distancia. La desvelaba el paso del tiempo y los surcos profundos que, a futuro, aparecerían en su rostro. “Falta aún para ser vieja”, se repetía a sí misma, cada año.
A medida que pasaba el tiempo, estaba más delgada. En ocasiones era afecta a largos ayunos. “Es una forma de conocerme” comentaba a quien deseara oírla. El caso fue que, de tanto escuchar a sus vecinos cuchichear sobre su delgadez, comenzó a comprar espejos en forma compulsiva.
Algunos afinaban la silueta y otros la engrosaban. El más divertido la mostraba cuasi enana, y su contrapartida, la espejaba alta y espigada.
Los sentidos no fallan y cada vez que le hablaban de su pérdida de peso, ella corría hasta la habitación donde practicaba el arte de las sombras chinescas, y enfocaba su vista en el espejo que la mostraba rellenita y con curvas.
Transcurrieron más de dos años y Betty sintió deseos de correr. Se la solía ver pasando por las aceras casi como una sombra, corriendo con los auriculares puestos al compás de alguna melodía que solo ella escuchaba.
Un día de esos que uno no recuerda, dejó de pasar y ya nadie más la vio en el barrio.
Si bien muchos asistieron a su entierro, otros afirman que ella no murió y que vive en los espejos empañados de la humanidad.
Los cánones de la belleza siempre han dado que hablar y Betty Glamur es parte de un espejo que sangra.
Del libro Historias Tatuadas de Ana María Caliyuri
Niña Pez Ediciones – 2019
Muñeca de Trapo
Como esos cuadros que aún están por colgar
Como el mantel de la cena de ayer
Siempre esperando que te diga algo más
Y mis sentidas palabras no quieren volar
Lo nunca dicho se disuelve en un té
Como el infiel dice nunca lo haré
Siento que estoy en una cárcel de amor
Me olvidarás si no firmo mi declaración
Me abrazaría al diablo sin dudar
Por ver tu cara al escucharme hablar
Eres todo lo que más quiero
Pero te pierdo en mis silencios
Mis ojos son dos cruces negras
Que no han hablado nunca claro
Mi corazón lleno de pena
Y yo una muñeca de trapo
Cada silencio es una nube que va
Detrás de mí sin parar de llorar
Quiero contarte lo que siento por ti
Y que me escuche hablar la luna de enero
Mirándote a ti
Me abrazaría al diablo sin dudar
Por ver tu cara al escucharme hablar
Eres todo lo que más quiero
Pero te pierdo en mis silencios
Mis ojos son dos cruces negras
Que no han hablado nunca claro
Mi corazón lleno de pena
Y yo una muñeca de trapo
No tengo miedo al fuego eterno
Tampoco a sus cuentos amargos
Pero el silencio es algo frío
Y mis inviernos son muy largos
Y a tu regreso estaré lejos
Entre los versos de algún tango
Porque este corazón sincero
Murió en su muñeca de trapo
«Muñeca de Trapo»
Sencillo de La Oreja de Van Goghdel álbum Guapa
Publicación – 20 de febrero de 2006