Es un adjetivo antiguo todavía en uso por los adultos, común en el Río de La Plata y en menor medida en Chile. Califica al individuo grosero, desprolijo, maleducado. En Buenos Aires en determinadas épocas, fue un término utilizado por parte de los sectores sociales altos para apostrofar a todos aquellos que no pertenecían a su clase; exagerando presuntas características que según su particular visión, caracterizan a quienes “no tienen roce”, en definitiva los ajenos a sus círculos privilegiados.
Es que para aquellos ambientes adinerados e influyentes que no siempre tuvieron un origen patricio, la cultura del poder era sinónimo de buen gusto, refinamiento y don de gentes.
Condiciones que –sostenían – no pueden obtenerse con dinero, cerrando así el paso al arribismo de los nuevos ricos que pretendían acceder al territorio dorado.
Internalizaron esas presuntas virtudes, como si no fueran pautas culturales adquiridas, sino una especie de sello invisible que se transmite de una generación a otra, casi mágicamente. Tal argumento apenas encubre la anacrónica teoría de la “sangre azul”; discurso que en la plebeya Buenos Aires ya en tiempos del Virreinato, exponía a la burla popular, a la “cargada”, a quienes se jactaban de contar con un origen noble y aristocrático.
A finales del siglo XIX eran frecuentes los casamientos que ligaban a nuevos millonarios con algún miembro de familia tradicional, portadora de apellidos de alcurnia, pero empobrecida. La transacción permitía a los nuevos ricos, muchas veces inmigrantes, insertarse en la “alta sociedad”; entonces sometida a pautas muy rígidas. El beneficio de la familia patricia involucrada en la operación, era acceder a una nueva fortuna y así poder seguir el tren de vida rumboso; y en otros casos, si todavía existía, ampliar el capital propio con la nueva sociedad familiar.
En la literatura de la época abundan los ejemplos, a veces en tono risueño, del entrecruzamiento matrimonial entre viejas familias y recién llegados sin abolengo, pero con dinero. En los salones de doble o triple apellido, los últimos eran calificados casi siempre, como “guarangos.”
El calificativo paulatinamente extendió su uso en la sociedad con un sentido menos clasista y se fue masificando, aunque conservó el estigma condenatorio de grosero y maleducado. Fueron surgiendo otros términos que con diferencias en algunos casos sutiles, se enlazaron para constituirse casi en sinónimos. Así es que al guarango le siguió el “grasa”, en auge en los primeros gobiernos de Juan D. Perón, enarbolado por el antiperonismo militante y amplios sectores de la clase media.Ya en la década de 1960 la discriminación impone el “mersa”, una forma de denominar al sucesor del “grasa.”
El humorista Juan Carlos Colombres (Landrú) con su revista satírica “Tía Vicenta”, difunde también la imagen de la “piruja”; partenaire del mersa, pero con vida más corta en la lengua cotidiana. Más tarde, por esos misteriosos mecanismos de la divulgación boca a boca, cuando no había internet, aparece el “groncho”; a quien se atribuyen cualidades similares a las de sus antecesores de las décadas de 1950 y 1960. La contracara del groncho en el imaginario colectivo, es el “cheto”; ideal de costumbres, figura y nivel económico, popularizado por la televisión. Si bien en ese largo tránsito de la descalificación cambiaron los vocablos, el sentido se mantiene imperturbable.
Pero el uso del término “guarango”gozó tempranamente de la aceptación ciudadana y lo prueba el poema póstumo El Casamiento, escrito por Evaristo Carriego en la primera década del siglo XX. En la pieza se describe un humilde casamiento de conventillo:
“Ahora casualmente, se ha levantado
indignada la prima del guitarrero,
por el doble sentido mal arreglado,
del piropo guarango del compañero.”
En otro poema, “El Alma del Suburbio” aparecido en 1908, Carriego vuelve a utilizar el calificativo en su sentido estricto:
“En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es La Morocha
lucen ágiles cortes dos orilleros.”
Pero algunos de los rasgos endilgados al guarango, también fueron atribuidos a otros personajes como el compadrito. Hubo compadritos que debido a su exagerada ostentación, en los mismos círculos marginales que frecuentaban los llamaban “relajados.”
Caricatura del compadre, el compadrito confundía guapeza con grosería y mal gusto con elegancia; con su “farolería” empedernida, trataba de cubrir sus carencias imitando lo que no era, ya que su máxima aspiración era ascender a compadre.
También el agudo observador Arturo Jauretche en su obra “Filo, Contrafilo y Punta”, se ocupa del guarango trazando un paralelo con el tilingo:
“En el guarango hay potencialmente lo que puede ser. El tilingo es una frustración. Una decadencia sin haber pasado por la plenitud.”
Según esta opinión, el guarango puede enmendarse porque es auténtico; el “tilingo”, el “tirifilo” y otros personajes similares, son como imágenes devueltas por un espejo; carecen del ser.
Guarango
Cebiche, cajón y porro
Por las rayas del tiempo hipnótico.
Tumbaos de oros por tumbadoras
De Mira flores a San Vicente
Ténganlo presente.
Que el cuerpo de ogro fino
Le habrá fallado a su lado
Pero no el alma de sabio loco, mi amigo.
Se ilumina la noche
Se iluminan las almas.
Salen del horror algunos dolores
Del amor esperanza.
Que el cuerpo de ogro fino
Le habrá fallado a su lado
Pero no el alma de sabio loco, mi amigo.
Se ilumina la noche
Se iluminan las almas.
Salen del horror algunos dolores
Del amor esperanza.
Se ilumina la calle
Se iluminan las almas.
Salen del horror algunos dolores
Del amor esperanza.
Don Osvaldo del Álbum Casi Justicia Social – 2015
Guarango
Ayer en la esquina, unido a tu barra,
ninguna pebeta dejabas pasar
sin que tu vergüenza se fuera de farra
tras algún piropo grosero y brutal.
Y cuando esa rubia te dijo sin miedo
lo que de tu hombría, con asco pensó,
haciéndote el guapo, tu brazo malevo
sobre su mejilla con fuerza cayó…
¡Guarango!…
que porque estás en patota
demostrás, gran cararrota,
las entrañas que tenés.
¡Cobarde!…
te olvidás, cuando sos “rana”
que también tenés hermana
a quien tanto defendés.
Guarango:
cuando mueras, al momento,
te alzarán un monumento
por lo mucho que valés.
Vos sos tan cobarde, tan ruin y rastrero
que sólo a las mujeres le podés pegar,
porque cuando un hombre te invita a pelearlo
no ves ni la calle por donde rajar…
Guarango de barrio, malevo de grupo,
que sólo en patota sabés corajear:
no olvides que todo lo que hacés con otros
a tu propia hermana le puede pasar.
Tango
Música: Miguel Caló / Luis Brighenti
Letra: Luis Rubistein