Las cosas se cuentan solas, dicen, aunque no siempre es así. Los hechos se cuentan a la medida de lo que uno pueda contar; y en ese estado de cosas no es lo mismo argumentar una idea que abrazarla, ser parte de la historia que tocarla de oído, ver la huella que habitar los zapatos.
Hay muchas maneras de estar, en este mundo caótico, sin que uno sea visibilizado. Las sociedades de hoy tienden a hacer ejercicios compulsivos del ser, y entonces juega un rol preponderante las efemérides, los recordatorios, el día de tal o cual cosa. Desde mi subjetiva visión un día es importante, pero más lo es la suma de las acciones de los 364 días restantes.
Es valioso tener memoria, recordar los derechos de los postergados, de los sobrevivientes, de los ultrajados, etc, en definitiva, es provechoso escuchar y escucharnos. En ese maremágnum de días, recordatorios y derechos, hay seres humanos más y menos sinceros, más y menos comprometidos, más y menos sensibles al sufrimiento de uno y otro.
En este ir y venir de las ideas, siempre me surgen interrogantes. La construcción de un espacio que contenga a los que sufren es algo colectivo, es algo que nos atañe a todos y no hay excusa real que nos excuse de abrir los ojos. Una mujer víctima de violencia de género, un niño ultrajado, un sobreviviente de Malvinas, una víctima de delitos de “lesa humanidad”, etc, , sabe del día a día, de la cosa diaria, del instante que hay que superar.
Uno no encierra el dolor en un solo día del año; si bien es importante establecer días que impelen al grito que denuncia, al grito que abre la conciencia, también es importante “la diaria”, dijese mi nonna. En “la diaria” hay muchas maneras de comportamiento humano que acompañan o no. Desde los simples detalles que nos dispensamos unos a otros hasta los grandes gestos que expresamos hablan de cuán cierto y comprometido es cada uno con la causa que lo identifica.
Hay distintas formas de ser no siendo, de generalizar la historia de muchos para no particularizar en la del vecino, el amigo o el conocido, porque el vecino, amigo o conocido necesita mucho más que una efeméride, y para comprenderlo hay que ir por el camino del corazón que es un camino directo a la comprensión humana.
Pertenezco a una generación cuyas alas fueron cortadas, unos se fueron con las heridas dejando rastros, otros dejando deudos, muchos otros en cenizas ahogadas y algunos enmendamos el plumaje como podemos cuando cada tanto tironea el desplume del alma. Como sea, uno es todos, y todos habitan un singular único; me gusta pensar que es bueno hacer presente las ausencias, pero también es saludable no ausentar las presencias cuando uno se hace amigo de algún lenguaje o expresión artística que cuenta aquello que es difícil de contar.