Abrime el Libro en la Página que Habla de la Comprensión Humana
Dicen que las palabras no se roban, que la fantasía es de cada uno, que algunas respuestas esenciales habitan entre páginas y otras respuestas están en el corazón.
Dicen que el mundo va cambiando, que el progreso trae otras herramientas, que los libros van perdiendo terreno y que ahora se lee en la “compu” o en el celular. Pero también dicen que las bibliotecas siguen en pie mientras las ansias de lectura se desvanecen.
Dicen que dicen que dijeron que un día una niña de 6 años no podía comprar un libro que le pedían en la escuela, sus padres no tenían dinero para eso. El libro “El Nene” era indispensable leerlo y la niña no quería que se enteraran en la escuela de su pobreza. Contaron que fue a una librería y pidió el libro que necesitaba, cuando lo vio frente a su vista quizá pensó que se trataba de un tesoro. Se recompuso del asombro, y luego, con toda su fantasía a cuestas, le solicitó al librero un libro cuyo título no existía para salir corriendo con el tesoro bajo el brazo.
La imagino corriendo al ras del viento con su ejemplar del libro de lectura y sus ojos agazapados. Contaron también que el librero fue a reclamarle a la escuela por el robo y que la niña argumentó la falta con una mentira: le aseguró que había dejado el dinero sobre el mostrador y que el libro se lo habrían llevado unos chicos que entraron después que ella.
El interés no se mata, y aunque no está bien robar, no estaría nada mal hacer de tanto en vez una suelta de libros con alas, en las plazas de todos los pueblos, no vaya a ser que nos perdamos alguna gran escritora con avidez de aprender. Lo digo porque la nena en cuestión fue Alfonsina Storni, la anécdota sucedió en San Juan y la contó su hijo Alejandro. Salvando las diferencias, recordé a un niño que siempre iba a comer al comedor escolar. Era el segundo año que iba y no había podido aprender a leer, pero miraba con amor un libro inmenso para su vista “Cuentos de ayer, hoy y siempre”. La mirada es un mundo, pensé y pienso, así que le di el libro para que se lo llevase a su casa. Pasaron los meses y nunca lo trajo ni tampoco le reclamé. A fin de año llegó con los ojos llenos de alegría a contarme que había pasado de grado. Atiné a abrazarlo y felicitarlo, y le dije: “Este año aprendiste a leer, se ve que te esforzaste más y tu maestra te habrá ayudado”. Me miró conclusivo, así con mirada cerrada y pensamiento claro al tiempo que me respondió: “No, este año tuve libro para leer, por eso aprendí”. Un libro siempre es un libro, lo porte en sus manos quien lo porte. Pero a veces para tener un libro en las manos hay que acompañarlo con una mirada amplia del corazón y una acción que acompañe; es necesario hacerlo, sobre todo en estos tiempos tan hostiles para con nuestros niños sin nada. Se me ocurre pensar que un libro es como la ventana del poema Utopía de Galeano: la ventana es el horizonte, los niños lo son, y el libro nos hace caminar como sociedad.