Una Pálida Historia de Amor – Alfaguara – 2013
Publicada originalmente en 1991, es un ejercicio de precisión poética y psicológica, una exploración de las relaciones entre el ocultismo, la seducción y el poder, y una gran novela íntima sobre la influencia, en el sentido espiritual, político y erótico de la palabra.
En cierto modo, Una pálida historia de amor es una obra maestra de la empatía. ¿Cómo se siente ser ella, Equis, Estela, Isabel? Sólo la ficción es capaz de responder.
Contar la historia política argentina apelando indirectamente a un equivalente del bovarismo parece ser la elección de Fogwill.
Por Profesora Cristina Eseiza
Instagram @criseseiza
Anecdotario de Autor
A diferencia del amplio anecdotario bien o mal asignado a cualquier personaje más o menos público, el que lleva la firma Fogwill no es intercambiable -y él se esforzaba con ahínco porque así fuera. Estoy cansado de oír anécdotas jugosas de Churchill aplicadas a Picasso o a Bernard Shaw, las mismas salidas infelices provenientes de las bocas de Marilyn Monroe o Isadora Duncan.
El anecdotario fogwilliano, en cambio, no tolera esos corrimientos de personalidad: sus salidas sólo son suyas, sus comentarios no pueden asignarse a otro, sus actitudes (imperdonables algunas, al menos por mi) sólo pueden ser suyas. Eso se llama ser original en términos de Chateaubriand: que no puede ser imitado. Lo conocí en el ‘88. Yo acababa de editar un libro, el primero, del que había salido un adelanto en la revista Ultimo Reino. Aquel adelanto había salido con una leve errata: por esas raras correcciones del destino el último párrafo de un poema había quedado afuera. Como todo escritor primerizo llevaba ejemplares de mi libro en el morral y lo encontré a Fogwill tomando café en el bar de la extinta librería Gandhi de la calle Montevideo. Me acerqué, libro en mano, lo dejé sobre la mesa y dije algo así como: ‘Fogwill, te dejo mi libro’, a lo que él, sin levantar la vista de lo que estaba leyendo tomó el libro y devolviéndomelo, sin mirarme, dijo: ‘No, no, no, mi mamá siempre me enseñó que no recibiera cosas de extraños’. De modo que tomé el libro y emprendí la retirada. Pero para entonces Fogwill ya había levantado la vista y leído el título del libro, lo que le llevó a pedirme que volviera y se lo diera. Confirmó primero si no se trataba de un libro del que había salido un adelanto en la revista Ultimo Reino. Le dije que sí, y entonces Fogwill comentó algo que, como muchas veces después, lo confirmaría como el mejor lector de todos, el que era capaz de descubrir las intenciones y los traumas en la frase más pueril. Recuerdo que dijo: ‘¿Qué sos vos, anarquista? ¿Por qué terminas los textos así?’. Le expliqué que no, que ese texto no terminaba de ese modo, que un error había dejado el último párrafo afuera, mientras lo buscaba tembloroso en el libro. Cuando lo encontré se lo mostré. El leyó y dijo: ‘Ah, ahora sí. Dejámelo’.”
Por Guillermo Piro – Homenaje a Fogwill – Perfil – Escritores – 28-08-10