La Realidad – La Política y la Mentira
Los medios hegemónicos y sus satélites continúan haciendo suya “la verdad” para politizar el aislamiento, las vacunas, las clases presenciales o lo que fuere para combatir al gobierno.
Y no sólo los medios se embarcan en esa cruzada. La sociedad toda puede comprarse el falseamiento de su propia realidad: sucedió con el terrorismo de Estado, la Guerra de Malvinas y ahora con la pandemia. El periodismo hiperconcentrado conforma la pieza nodal de ese armado que hiere la institucionalidad democrática, enarbolando una violencia verbal, gestual, ideológica que no vacila en manipular las mentes, aun en medio de una catástrofe sanitaria con millones de muertes a nivel mundial.
El gobierno encabezado por Mauricio Macri y Gabriela Michetti con sus poderosas herramientas mediáticas, judiciales, tecnológicas, además de endeudar el país como nunca se vio, masacrar el Estado, combatir lo público, perseguir y espiar a propios y ajenos, dejó inoculadas endemias varias en el seno social. Entre ellas un discurso virulento, único, organizado, focalizado para falsear la realidad.
Se trata de un fenómeno en que lo falso probado como falso puede devenir verdadero, mientras que lo verdadero probado y constatado puede ser desacreditado, negado y descartado.
La eficacia en la imposición del falso relato radica en el lugar de enunciación desde donde el emisor propala su mensaje. El periodista, “experto”, comunicador habla con impunidad abusando de la protección que ofrece el poder corporativo, económico y comunicacional. Se necesita, además, una subjetividad de pensamiento colonizado, negadora y anestesiada, capaz de consumir acríticamente los falsos enunciados. La “causa interna” gorila, según se mire.
Con el propósito de instalar “verdades” contratan los servicios de “periodistas neutrales e independientes”. Un elenco de todas las edades, irresponsable, carente de escrúpulos y vergüenza, cuya misión es engañar e imponer “sus” verdades. Los mensajes encierran un ingrediente argumental y otro afectivo, que apela a la indignación, el temor y el odio articulados en un discurso individualista, siempre en contra del gobierno y del peronismo en general.
Uno de los recursos más frecuentados para falsear la realidad es el negacionismo (“no fueron 30000”, “el curro de los derechos humanos”, “no hay pandemia, es una gripecita”), un mecanismo de defensa que permite al aparato psíquico rechazar lo desagradable o perturbador. Una vez que la mente recibe una marca o una representación no placentera no puede huir ni deshacerse de ella: lo que le cabe es despojarla de su sensación afectiva y negarla, hacer de cuenta que no existe.
Pero una cosa es protegerse de sensaciones cruentas como defensa y otra muy distinta hacer como si la muerte, la enfermedad o el sufrimiento no existieran. El negacionismo social siempre encierra sacrificio, es capaz de empujar a las personas a la muerte y nadie hacerse responsable de la masacre.
Cercana a la negación, la renegación constituye un recurso que conlleva dos proposiciones contrarias, a las que afirma y niega al mismo tiempo. Por ejemplo, en relación a la pandemia se dice: “no hay coronavirus”, “es un invento de los científicos”, “no me va a suceder”. Una negación masiva de la realidad conduce a una compulsión delirante y a conductas inevitables de sacrificio.
Si bien la negación y la renegación son dos mecanismos de defensa propios del ser humano, que no quiere saber nada de la muerte o la enfermedad, en la actualidad –quiera o no- se encuentra inmerso en la pandemia. Los viajes, vacaciones, reuniones sociales, encuentros sexuales o amorosos que podrían sustraerlo de la angustia, están vedados. El mecanismo de negación que, en el contexto de una crisis, no debiera funcionar de manera normal –todo lo contrario- es aprovechado y estimulado por los medios de comunicación corporativos para construir un sentido común negacionista que, mientras ideologiza la epidemia y las vacunas, boicotea la política sanitaria y genera desconfianza permanente en el gobierno.
Las fake news son las falsas noticias no «chequeadas», no verificadas, cuyas fuentes son oscuras y se ponen en circulación para confundir a la opinión pública. En el contexto de una pandemia es un instrumento peligrosísimo que puede conducir a la muerte, como lo fue la imagen de una conductora tomando al aire óxido de cloro como remedio para el coronavirus.
Otro recurso es la mentira política, que se caracteriza por sostener en el ámbito público una falsedad refutada por las pruebas y las cifras. Muy usada pese a lo estrafalario que sea el anuncio.
Puede exponerse bajo dos formas: como un argumento falso o como una verdad presuntamente “objetiva», una evidencia “natural”. Los medios de comunicación hegemónicos han hecho -y continúan haciendo- de la mentira una práctica cotidiana dedicada al engaño generalizado. Esa irresponsable estrategia posee una verdadera eficacia en el propósito de manipular la opinión pública y construye una realidad paralela, ajena a los datos, las cifras y las pruebas judiciales.
La naturalización de los recursos falseadores de la realidad tiene efectos colaterales al imponer un clima de violencia verbal permanente, sin refutaciones verdaderas posibles, donde no hay repreguntas del periodismo ante disparates falaces de entrevistados, griterío generalizado, confusión de roles en las opiniones, superposición de discursos, interrupciones.
En esa atmósfera, ningún periodista repregunta ni se sorprende cuando la presidenta del Pro afirma que se podían haber entregado las Islas Malvinas para obtener vacunas Pfizer, laboratorio estadounidense que solicitó como garantía una nueva ley con bienes inembargables que incluya glaciares y petróleo, cuyo dueño es Black Rock, uno de los fondos de inversión acreedores de la Argentina, el más poderoso del mundo. Digamos: otra vez Patricia y la Embajada.
O cómo un periodista en diálogo con un dirigente social lo increpa a los gritos preguntándole de qué vive y, en lugar de cortar calles, por qué no le va a pedir “planes” a Grabois que es funcionario del Gobierno. Sin palabras.