El cachito de felicidad que nos corresponde en tiempos de pandemia se gesta del mismo modo que en tiempos sin pandemia: de cara a uno mismo. No es fácil lidiar con aquello que no nos gusta y que es necesario cambiar. Las transformaciones se asemejan a caminos o ríos que nos van llenando de polvo esperando nuestro desagüe: las lágrimas. En las lágrimas habitan las verdades que se hacen visibles y que nos recuerdan cuán humanos somos y por supuesto, cuan imperfectos.
¿Quién osaría creerse la suma de los aciertos sin reconocer los propios fracasos? Todos fracasamos en algo y acertamos, a su vez, en otras cosas; no hay medición de logros más que saber si hemos llegado o no a alguna meta que con el paso del tiempo quedará en el recuerdo por la búsqueda de nuevas metas. Estar vivo es moverse a la altura del vaivén social que nos toque, en nombre de la vida, de los anhelos y las frustraciones, en nombre de las certezas que creemos tener y del azar que juega su papel.
Todo lo que existe está dentro de uno: lo bueno y lo malo, lo sensible y lo indiferente, el mundo de las ideas y los ideales, e incluso aquellos valores que abrazamos, porque el mandato cultural así lo dice. Y entonces termino preguntándome qué es lo que mueve los engranajes de la existencia; sin dudas varía para cada ser, aunque tiendo a pensar que lo único que nos permite ir más allá del tiempo de pandemia es aquello que hace palpitar al alma y al corazón: en definitiva, ese es el universo que nos transforma y nos conmueve, tan pequeñito, tan singular, tan simple y tan desnudo. Las acciones que suman, las manos que alcanzan, los brazos que abrazan, las palabras que sostienen, las sonrisas que comprenden, conforman la red que nos permite vibrar en consonancia con la existencia. En fin, la vida es una escalera en el tiempo, un sube y baja humano, pero la mirada que me consustancia con la vida es como la del juego de la Rayuela: entre aquí y el cielo, los casilleros, las piedras y el saber saltar a tiempo.
Escalera en el Tiempo
Me distraje
en la luz
del día,
reparé
en los peldaños
de una escalera
en el tiempo.
Cada paso
reposa
en los sentires.
Una sierra
de milenaria vida
trae su canto
de flor silvestre
abrazada
a la seguridad
de la voz
del viento.
Me distraje
y todo es universo:
los pétalos perennes
el tallo que sostiene
y el mar de sentimientos.
Ana María Caliyuri