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Nightcrawler
El Precio de la Noticia - Disponible en la Plataforma de Streaming Netflix.
Nightcrawler

En la pantalla de la sala de edición Nina, directora del noticiero de una cadena televisiva de Los Ángeles, observa a una mujer muerta, desplomada en el sillón de su casa, con agujeros de bala en su cuerpo y sangre por doquier. Nina rápidamente le consulta a una de sus asistentes:
¿Cuánto de esto podemos mostrar?
La asistente duda, su rostro se tiñe de confusión.
¿Legalmente decís?
No, moralmente… por supuesto que legalmente.— Replica, ofuscada, la mujer.

La humanidad atraviesa una época en la cual está sobreexpuesta a información de todo tipo. El alcance de las redes sociales fomentó el tráfico de imágenes casi en tiempo real, y cuando el fácil acceso se une con el morbo, se produce una explosión difícil de contener. Antes de Whatsapp, Instagram, Facebook o Twitter, los medios gráficos y canales de televisión eran los proveedores de material de naturaleza explícita. Así como ciertos diarios o cadenas de noticias tenían una línea editorial que prohibía mostrar noticias ilustradas con crudeza, otros forjaron sus respectivas reputaciones traspasando la línea de lo que podría considerarse buen gusto, y si se perpetuaron en el tiempo es porque existe un público ávido de drama, tragedia y los litros de sangre que suelen traer este tipo de noticias.

Todos hemos recibido fotos de personalidades que han fallecido, y lamentablemente terminamos formando parte de un círculo vicioso que la Internet consolida en el panteón de la inmortalidad. Antes de esta etapa feroz de la globalización eran los editores y jefes de medios quienes decidían si una foto o una filmación veían la luz del día, y los espectadores eramos partícipes pasivos de esta constante negociación. Hoy en día el poder de la distribución se democratizó y quedó en manos de actores que no saben cómo manejar el material, y que olvidan que detrás del herido o del cadáver hay una familia, allegados, deudos que no desean ver como su ser querido se convierte en la peor faceta del vocablo viral.

La prensa amarillista es mucho más antigua de lo que uno imagina. Los historiadores de los medios ubican su nacimiento en una “batalla” que se dio entre el New York World, a cargo de Joseph Pullitzer y el New York Journal, dirigido por William Randolph Hearst. Si los nombres de ambos magnates suenan conocidos, es porque el primero terminó homenajeado al crearse uno de los premios más prestigiosos del mundo al periodismo, los Pullitzer. Por su parte, Hearst fue la inspiración de Orson Welles para crear al magnate de los medios Charles Foster Kane, inmortalizado en una de las mejores películas de la historia, El Ciudadano. La “guerra” entre ambos medios consistía en poner énfasis en noticias de índole más escandalosa y en recurrir a entrevistas pagas para garantizar mayores ventas. Los dos comenzaron a moldear el concepto de la noticia como entretenimiento, que pese a haberse originado en el siglo XIX, hoy en día no solo está vigente, sino que los medios todo el tiempo están buscando la forma de ampliar esta faceta para apelar a la audiencia.

A finales del siglo XX, con el auge de las cadenas de noticias de 24 hs., los noticieros se encontraron con un nuevo desafío: ¿cómo mantener a una audiencia que tiene múltiples ofertas de contenido contando con un material determinado finito de noticias diarias? Los medios de comunicación pasaron de “seleccionar” lo más importante según los criterios editoriales, y comenzaron a priorizar las notas que más audiencia atraen. Los materiales policiales siempre fueron populares en los diferentes medios por los cuales la gente consume noticias, pero a medida que las décadas fueron pasando, el espectador avanzó con el tiempo, y lo que antes se sugería se convirtió en cada vez más explícito, y poco a poco comenzó a ganar terreno en las páginas impresas, y minutos de aire en las cadenas televisivas.

Nightcrawler, o como se la conoció en hispanoamérica, Primicia Mortal, nos presenta a Louis Bloom (Jake Gyllenhall), un hombre de aspecto cadavérico, sin un empleo, sin una perspectiva de futuro, que arranca el film robando alambrado en un lugar alejado de Los Ángeles. Una patrulla intenta detenerlo, pero se topa con una fiera capaz de hacer todo para asegurar su supervivencia. Tras convencer al agente que no es una amenaza, lo ataca con ferocidad, de forma desprolija, para robarle el reloj y escapar impune.

En el trayecto de vuelta, con el botín en la parte trasera de un vehículo, se detiene a observar un accidente en la autopista. Lo que al principio comienza como una curiosidad morbosa se convierte en epifanía: ve a un equipo de filmación freelance tomando imágenes de los heridos. Louis pregunta para que canal trabajan, y la respuesta es contundente: para quien pague mejor.

Los inicios en el mundo de los medios no son sencillos para el protagonista. Armado con una cámara rudimentaria, una radio policial para seguir posibles casos, y su destartalado auto, choca con la realidad: no sólo es difícil pasar los cordones policiales para obtener imágenes, sino que no tiene técnica ni experiencia en el trabajo. Pero esto a Louis no lo desalienta. La única cadena que le compra el material, dirigida por Nina (Rene Russo), le ofrece cheques y consejos para mejorar su material. Es un inicio humilde para un hombre que encuentra pasión en una práctica que muchos calificarían como moralmente inaceptable, pero Louis no es un camarógrafo común y corriente: él es un sociópata, incapaz de sentir algún tipo de empatía, determinado a trepar socialmente, y aparte de eso, tiene la inteligencia suficiente para perfeccionarse.

Louis compra mejores equipos de grabación, consigue un asistente ad honorem, Rick (Riz Ahmed) y lo convence que la pasantía tiene como recompensa el mero hecho de conseguir las imágenes. Louis es un experto en convencer a la gente para que actúe contra sus propias brújulas morales. Nina, al principio, muestra un poco de resistencia a transmitir material tan sangriento, pero el hombre la convence de a poco que beneficiará los pobres raitings que maneja la cadena. El trabajador freelancer se propuso no ser un mero colaborador sin nombre y rostro, él quiere los derechos de autoría, quiere ser alguien porque considera que contentarse con lo que uno no tiene es para los mediocres, y él sabe que el mundo le pertenece a quien toma el toro por las astas.

La ambición del hombre se potencia con la ausencia total de filtros morales a la hora de ejercer su empleo. El primer vistazo que tenemos a esto es cuando, en una escena, mueve un cadáver para ubicarlo más cerca de las luces de un vehículo. No le importa entorpecer probablemente la investigación policial, el tiempo apremia antes que los descubran, y lo único que tiene entre ceja y ceja es conseguir la mejor grabación, con la mejor iluminación posible, con el mejor encuadre, para al final del día obtener el mejor cheque.

La escalada en los métodos, cada vez más crudos y despojados de empatía por las víctimas, se ve reflejado en cómo Louis se percibe. Cambia su automóvil por un auto deportivo de alta gama, se viste con ropas mucho más costosas y se preocupa cada vez más por su imagen. Siempre mantiene modales amables con aquella gente de la cual desea obtener algo a cambio, e incluso intenta cortejar a Nina, unos veinte años mayor que él, por el mero hecho que ella también es un objetivo en su particular cosmovisión. No hay amor en Louis, solo escalones que debe subir, sin importar cuanto esfuerzo reporte.

Louis establece una narrativa en sus trabajos que pronto se cuela en el canal de noticias. La mayoría de sus grabaciones establecen víctimas blancas, de alto poder adquisitivo, que la mayoría de las veces son víctimas de minorías pobres. De alguna forma el camarógrafo está intentando llevar la sensación de miedo, inseguridad y xenofobia a un grupo de gente a la cual el siente que pertenece, y solo es cuestión de tiempo en su cabeza para poder dar el salto definitivo hacia el estatus social que anhela. Poco importa que su dinero esté manchado con sangre, porque las culpas se reparten. El canal de noticias no tiene que saber si el reportero gráfico es un mero observador o un partícipe activo en la manipulación de una escena de crimen. Los espectadores, que inflan los infames números de audiencia de los cuales dependen las cadenas para vender publicidad, no saben—ni les importa— cómo un camarógrafo fue capaz de llegar minutos antes a una escena de triple asesinato, ni cómo se metió en la casa para grabar un momento tan shockeante como privado en la vida de esa familia. El espectador consume lo que el canal le ofrece, y a ninguno de esos dos actores les importa si el anónimo camarógrafo movió algún cuerpo o alguna fotografía para ofrecer un menú visual mucho más apetecible.

Nightcrawler es un relato profundamente perturbador porque, en mayor o menor medida, interpela a todos los espectadores. Vivimos una era en la cual todos somos reporteros gráficos, tenemos cámaras capaces de tomar imágenes de alta calidad al alcance de nuestras manos. Los noticieros y diarios se nutren a diario de videos y fotografías amateurs de accidentes y crímenes. Cuando alguien decide sacar el celular y grabar una escena sangrienta, o fotografiar el cuerpo sin vida de una personalidad, o retratar una pelea en la calle, deja de ser espectador pasivo y se convierte en un actor activo en la construcción de la narrativa periodística. Y muchas veces la gente ni siquiera toma consciencia de eso, ni mucho menos saca algún rédito económico. Louis, en el film, tiene como filosofía de vida la famosa frase quid pro quo, o sea, “una cosa por la otra”. Para él la tragedia de uno es el material para la cadena televisiva, y para la cadena televisiva es el material que la gente demanda. Él es un intermediario, y por su servicio encuentra lógico que le sea retribuido con más empleo y, por supuesto, dinero.

Gylenhall y Russo son el corazón de la película. Los dos ofrecen interpretaciones llenas dematices y consiguen, de alguna forma retorcida, que “hagamos fuerza” por dos personas que claramente no comparten los valores morales de la mayoría. Vemos como manipulan las noticias para que “vendan” mejor y la gente sintonice el noticiero más que la competencia. Somos testigos de cómo el fin justifica los medios escena tras escena, y de alguna forma queremos que Louis consiga las mejores tomas sangrientas para que el canal las compre, y ellos también suban el raiting. La maestría del film radica en que, subconscientemente, nos está señalando con el dedo y diciéndonos que también somos parte de esta cultura morbosa, y sin nosotros estos caranchos no existirían. Sabemos que Louis es un sociópata, el director (también guionista) no hace nada para intentar disimularlo, pero ahí estamos, sentados, esperando que el tipo cumpla otro de sus objetivos, fascinados por lo retorcido que puede resultar ser el trabajo de un camarógrafo freelance de noticias policiales.

Dan Gilroy dirigió esta obra maestra, y lo más impresionante es que fue su debut tras las cámaras. No es una locura afirmar que ninguna de las decisiones que tomó para este film fue incorrecta, los movimientos de cámara son elegantes y fluidos, jamás apura la acción, y siempre la toma desde una distancia prudente, como si él mismo fuera un colega de su protagonista. Fue Gilroy quien le pidió al compositor James Newton Howard, un veterano en la escena, que cree la música pensando en Louis no como un loco de acciones condenables, sino que piense que Louis es su hijo, y que a pesar que puede estar haciendo cosas que no son correctas, él está orgulloso de su hijo. Es por esto que Nightcrawler tiene una banda sonora que no transmite la oscuridad que las imágenes muestran, sino que ilustran el sentido de realización que tiene el camarógrafo al conseguir finalizar una tarea. El contraste, sutil, es brillante, y genera una sensación de incomodidad emocional que corona el plato principal.

Nightcrawler está disponible en la plataforma de streaming Netflix.

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