De las Letras Vengo y a las Letras Voy
En tiempos de pandemia me he sentido convocada hasta por las moscas, convocada a ser parte de algo que nos saque de la pesadilla virulenta. Salvatore Quasimodo decía que” cada uno está solo sobre la faz de la tierra/ atravesado por un rayo de sol! y de pronto anochece”; y si, la noche se llevó a muchos por otros lares, solos y anochecidos; otros quedaron estupefactos de haber huido del viaje sin retorno; y unos muchos en compás de espera, con vacuna, barbijo y alcohol en mano y a mano.
Los programas de televisión se encargaron de atosigar la mente y también el estómago con suculentos manjares cuasi morbosos. El éxito de los programas culinarios se impuso sobre cualquier otra forma de arte. Mi abuela española decía que cocinar era un arte, sobre todo porque con un poco de pan aireado, azúcar y huevos era capaz de invitarnos a merendar unas ricas torrejas que, así como eran dulces al paladar, lo han sido a los recuerdos de familia. Y ni hablar de mi abuela italiana, con un poco de harina y papa colmaba la mesa de madera con los ñoquis amasados para los encuentros familiares de los domingos. Hoy por hoy la cocina se ha vuelto más sofisticada, y a mi modesto gusto no por ello más exquisita. Como sea, por esas cosas de familia siempre cocino, suelo ser muy rápida así tengo tiempo para escribir, me he convertido en un “As de las minutas” o en su defecto, puedo hacer en minutos una apetitosa comida. Me puse a pensar que, así como del polvo venimos y al polvo vamos, también del fuego venimos y hacia el fuego vamos cuando el estómago hace ruido, hambriento, a la espera de ser llenado con algo. Estaba en esos pensamientos cuando me disponía a hacer una torta de manzanas con aceite (la manteca aumenta el colesterol, eso creo), esto de no ser alta es todo un tema. Las alacenas tienen una determinada altura que no coincide con lo que mis brazos alcanzan extendidos, y me estiré al máximo para bajar la botella de aceite que estaba necesitando. Me sentí satisfecha, cosa que duró un brevísimo instante. Esto de ser genio y figura hasta la sepultura, me cabe y no; aún en pandemia, soy afecta a las chalinas, un toque personal que me hace sentir bien; claro que esto de querer hacer varias cosas a la vez no es negocio. Tenía la hornalla encendida para calentar la pava y tomarme unos ricos mates, y nada es tan exacto, menos que menos la vida y sus movimientos.
Sentí un calor demasiado cerca, me dije: no creo que mi amor por las letras llegue hasta la cocina, seguramente va más lejos, el caso es que una llamarada de más o menos 15 cm estaba siendo parte de mi chalina y yo ahí, enroscada con dos vueltas al cuello. La canilla cerca salvó el instante, o no sé bien cómo fue que apagué la llama y me puse a pensar que las letras también queman, suelen darnos un buen susto y en otras ocasiones nos generan sorpresa. Más allá de lo anecdótico, están construyendo cerca de mi casa y prefiero pasar lejos de la construcción, no vaya a ser que el polvo sacuda mi existir. Con sumo amor prefiero decir: de las letras vengo y a las letras voy, y que el polvo y las llamas sean parte de este escrito y no más.