Es clásica la figura de un hombre fumando en actitud reposada. Mayor verosimilitud alcanza la imagen, si el fumador tiene en sus manos un libro o escucha música. Es un estereotipo, pero que goza de buena permanencia. Curiosamente y pese a los cambios de paradigma en materia de géneros, no se ven en los medios de comunicación mujeres en esa situación.
Pero no todos los usuarios de una pipa disfrutan su placer en esa especie de nirvana humeante.
Recordemos las incontables películas, series televisivas e historietas, en que Sherlock Holmes aparece invariablemente portando su pipa; con el artefacto en la mano o aspirando mientras analiza algún sesudo enigma detectivesco. Pero sin dudas, se requieren condiciones mínimas de comodidad para encender y disfrutar el humo; a diferencia del cigarrillo que puede consumirse rápidamente y con un mínimo de maniobras. El hábito de fumar en pipa se habría extendido desde Europa a finales de la Edad Media, en particular, Alemania, Inglaterra, Holanda y Francia. Las más antiguas que se conservan son de cristal, astas, cerámica, madera de cerezo y otros materiales.
En la actualidad los conocedores recomiendan utilizar piezas livianas y las preferidas provienen de Inglaterra, Francia, Dinamarca e Italia; entre los fabricantes más prestigiosos.
Se siguen buscando las raíces de brezo, un arbusto que crece en montañas de Córcega, Cerdeña, sur de Italia, España, Francia, los Balcanes y una amplia región mediterránea. Los entusiastas de las piezas elaboradas con ese material, sostienen que se obtienen pipas de altísima calidad. Otras se fabrican con espuma de mar, una sustancia formada a partir de sedimentos marinos. También en el mercado se encuentran variedades de muchos materiales diversos. En cuanto a boquillas, son inevitables las de material sintético, cuando antes eran de carey o asta de animales.
El hábito de fumar en pipa también tiene sus ritos de iniciación y uso. El curado de la pieza, la carga del tabaco y el encendido, ameritan una técnica minuciosa que varía según el buen entender de cada usuario. Pero existen recomendaciones básicas. Los conocedores aseguran que una pipa recién está lista para ser disfrutada a pleno, después de haberse utilizado algunas veces. Sugieren contar con varios ejemplares para no encender la misma más de dos veces al día, debido a que el calor dilata la raíz de la pieza y se humedece.
Alguna tradición “pipera” dice que antes del primer encendido, se la debe sumergir en ron o coñac durante dos días, para que se estacione. Pero los detractores de esta práctica la censuran porque creen que así se quema la madera. A su vez, estos últimos sugieren cubrir el hornillo con una capa delgada de tabaco, fumar, volver a cargar otra capa sobre la ceniza de la anterior y repetir la operación varios días.
Los accesorios necesarios para una buena conservación son el llamado trío. Consta de una aguja para remover el tabaco y destapar el brazo de la pieza, un elemento para apisonar el tabaco y una palita vaciadora para evacuar el tabaco quemado. También existe un encendedor diseñado para pipas con un ángulo de llama especial, evitando así quemaduras involuntarias en el artefacto.
La pipa tiene también sus derivaciones insospechadas. Quién se encuentra satisfecho después de una buena comida suele decir que está “pipón”. En otros países de habla hispana también le llaman pipón al barrigudo. En la Argentina, el calificativo (y sustantivo) alcanza a las mujeres, que suelen estar “piponas”. Otra frase del idioma de los argentinos es “Lo fumaron en pipa”. El comentario refiere a quien fue abusado en su buena fe, sorprendido, engañado. Y el legendario cuento de La Buena Pipa; en que el narrador pregunta: ¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa? ante la respuesta positiva o negativa, el preguntón repregunta… y así hasta que el interrogado se fastidia y abandona el juego. En el lenguaje cotidiano, se usa en el sentido de demandas no correspondidas; o cuya respuesta concreta se estira hasta el infinito, de un modo circular, al mejor estilo borgeano.