En el 2019 Netflix estrenó dos producciones concentradas en la vida del infame asesino serial Ted Bundy. Una fue una película basada en los asesinatos titulada Extremadamente cruel, malvado y perverso, protagonizada por Zack Efron, quien abandonó por un rato las comedias ligeras y los musicales para encarnar a una de las personas más peligrosas que caminaron por Estados Unidos. El segundo proyecto fue una miniserie de cuatro capítulos de corte documental, en la cual los espectadores pudieron escuchar en primera persona al psicópata, derrochando su perverso carisma delante de las cámaras.
Este “resurgimiento” de Bundy en los medios tuvo otro común denominador: el director y productor Joe Berlinger, un especialista en este particular género denominado crímenes verdaderos (por la traducción del inglés true crime) que se encargó de dirigir tanto el film de ficción como la serie documental.
Berlinger es considerado uno de los pioneros en este género, y gracias a él las producciones tienen calidad cinematográfica, con un enfoque en la estética visual, una narrativa atractiva que parte del guión y se termina en la sala de edición para dar una experiencia más ágil y seductora, junto a bandas de sonido impactantes, dramáticas, que incrementan los ominosos temas que tratan.
Para entender el atractivo de Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy ayuda mucho saber quién fue el protagonista de la serie, ya que este no fue el “típico” asesino serial que acostumbramos a ver en películas de ficción o en documentales. Bundy fue un tipo que rompió los cánones de esta particular categoría de criminales, y aquí radica el principal interés que tiene el proyecto. El director quiso aproximarse al material porque descubrió que sus hijas, ambas en edad universitaria, desconocían la historia del asesino. Berlinger les pidió que consulten con amigos y compañeros, quienes apenas comenzaban a transitar la segunda década de vida, y descubrió que casi nadie conocía quien fue este asesino despiadado.
Ted Bundy nació en 1946 en Estados Unidos, hijo de un padre ausente y una primera infancia poco habitual, ya que creyó que sus abuelos eran sus padres y que su madre era su hermana. Más tarde adoptaría el apellido de su padrastro, pero jamás establecería una relación estrecha con él ni sus hermanastros. En la universidad siempre se destacó por sus calificaciones y se recibió de psicólogo. Bundy era un tipo de buen parecido físico, extremadamente carismático, seductor e inteligente. Dueño de una lengua afilada e irónica, sabía comprar al público desprevenido. Sus profesores siempre lo consideraron brillante, e incluso fue reconocido por la policía de Seattle al haber salvado la vida de un niño de tan sólo 3 años, quien se estaba ahogando.
El hombre también supo mantener varias relaciones formales, aunque tuvo un gran amor que aparentemente jamás consiguió superar. Se llamaba Stephanie Brooks, y se licenció también en psicología. Ella lo abandonó y Bundy siempre intentó reconquistarla a pesar de haber construido otras parejas. Tras un verano en el cual parecía que la chispa entre los dos amantes había iniciado la combustión de la pasión, las cosas no funcionaron entre ellos y Ted desapareció para siempre de la vida de Stephanie.
La cronología de los asesinatos comienza acá, en esa ruptura definitiva, al menos según los biógrafos, investigadores e incluso el propio criminal. Brooks termina con él definitivamente en 1973, y al año siguiente Bundy comienza a incursionar primero en el mundo de la delincuencia, con algunos robos en casas, para después pasar a violaciones e intentos de asesinato fallidos, hasta que consiguió satisfacer sus deleznables deseos.
La lista de víctimas de Bundy trepa a 35/36 víctimas, todas mujeres jóvenes a las cuales secuestraba, violaba y asesinaba de formas en extremo sádicas, y ese número se remite a las que la policía pudo comprobar y por las cuales fue enjuiciado. Sin embargo se estima que la cifra puede trepar a 100 o más, aunque el asesino jamás dio pruebas que sostengan esa teoría. Ted, quien creyó que su encanto seductor le permitiría esquivar sus responsabilidades legales, cayó dos veces preso y consiguió escapar dos veces de sus captores, probando el nivel de astucia y recursos que tenía el hombre para ejecutar todo tipo de planes malignos.
Edward Cowart, el juez que lo sentenció a morir en la silla eléctrica, calificó los asesinatos como “extremadamente crueles, malvados y perversos”, y resaltó que de haber optado por otro camino su mente brillante lo hubiese convertido en un abogado reconocido, y no en un asesino infame. Bundy intentó defenderse a sí mismo en los juicios, fracasando en cada instancia definitoria pero, pese a todo, consiguió apelaciones de su condena en numerosas ocasiones, salvándose de lo inevitable incluso instantes antes de ser ejecutado. Pero el final le terminó llegando, en 1989, en el estado de Florida, con una multitud de gente en las afueras de la cárcel que celebró la muerte del asesino como una victoria deportiva.
Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy utiliza todo tipo de registros fotográficos, entrevistas a sobrevivientes del criminal, periodistas que cubrieron el caso, especialistas en asesinos seriales, pero, sobre todo, recae en una serie de entrevistas que hizo el periodista Stephen Michaud cuando Bundy esperaba su ejecución en el pabellón de la muerte. Escuchar a una mente tan retorcida, perversa, maligna es un viaje narrativo muy particular en donde se acentúa el peculiar “encanto” que supo utilizar este personaje infame, y que lo separa de otros asesinos seriales. Ted Bundy, por todos estos atributos que le permitían ganar la confianza de sus víctimas y cautivar a los medios de comunicación, se convierte en una amenaza mucho más grande cuando uno toma dimensión del peligro que se puede esconder en cada persona que uno se cruza en la vida y considera “inofensivo”.
En el cine de terror existe una regla —rota permanentemente— en donde se deja en claro que, cuando uno explica el origen del monstruo, muere un poco el misterio y se pierde la sensación de amenaza. El miedo es más efectivo cuando es sorpresivo, cuando no sabemos de dónde viene ni a donde puede llegar a ir.
En el caso de asesinos tan viles como Bundy el efecto es inverso. Este no fue un monstruo de ficción, fue uno que caminó libre durante años, burlando a la policía, ganándose la confianza de sus víctimas, llevando una vida en apariencia “normal”. A simple vista, si uno no conoce el rostro del asesino, es probable que no lo asocie con un psicópata capaz de violar y asesinar mujeres a lo largo y ancho de Estados Unidos, y por eso es tan importante el registro periodístico que hizo primero Michaud a fines de los ‘80 y que recuperó el director Berlinger para esta mini-serie. Este tipo de documentales son una ventana a un universo paralelo, que habitan estos engendros de la vida real, y que prueban que cualquier persona es capaz de esconder los más oscuros secretos y ser una potencial amenaza.
Los cuatro episodios, todos de una hora de duración, intentan ahondar en los motivos de Bundy a la hora de cometer los asesinatos, pero el periodista jamás consigue una confesión de qué razón —si es que existe alguna— llevó al hombre a cometer tantas muertes violentas. Pese a esto, la reconstrucción de algunos de los crímenes más atroces y tristemente emblemáticos, sumado a los testimonios y las grabaciones de los juicios consiguen construir una narración atractiva, ágil y perturbadora, sobre todo cuando el espectador se detiene a pensar que está escuchando en primera persona a una de las personalidades más violentas, peligrosas y retorcidas de la historia moderna.
Conversaciones con asesinos: las cintas de Ted Bundy está disponible en la plataforma de streaming Netflix.