Alegremente Infeliz o Felizmente Triste o lo que Humanamente Buscamos
Siempre he pensado que el estado de felicidad es algo muy similar a querer atrapar el instante: abstracciones que se viven y no más. Pero la alegría me remonta a otro pensamiento, tal vez influido por Aristóteles que dice que la felicidad es una actividad de acuerdo a la virtud. La virtud humana no es la del cuerpo, sino la del alma, así la felicidad para Aristóteles sería una actividad del alma; menudo problema para los que creen que tan solo somos hijos del cuerpo. En el mundo de las creencias cada uno y cada cual se erige desde donde mejor se siente: el alma, el espíritu, Dios mismo, el interior, la psiquis, el alter ego y enésimos etcéteras, incluso la misma negación de todo ello.
Sin dudas, el hecho artístico nacido de la necesidad de expresión del alma es y ha sido la punta de un iceberg cuyas dimensiones son insospechadas, incluso para mí que creo que de allí parte el tren al cual me he subido y que no consta de un solo vagón. Entonces, también entran en juego el mundo de los ideales, fantasías e incluso sueños.
Me permito pensar que quien sueña mantiene vigente su “contentura”, es porque quizá la alegría que sostiene radica en el camino que toma, por otra parte, nunca sabremos con seguridad adónde nos conduce.
En base al propio empirismo, sé que quien ama lo que hace, sueña con su excelencia, y que ello no engloba necesariamente lo material, porque ahí radica la cosa: confiar en el propio sueño traerá aparejado lo necesario para ser un alegre infeliz.
Dicen que para ser feliz no hay que rogar nada a nadie, aunque a veces nos encontremos rogando a Dios por nosotros mismos o por quienes amamos. También dicen que no hay que confiar, pero los soñadores pecamos de ingenuos, por lo cual la ingenuidad es un componente cuasi matemático para enhebrar las virtudes del alma, y además se cree que para ser feliz no hay que esperar nada de nadie, cosa que nos convertiría en ermitaños rayanos con la desesperanza porque todos alguna vez hemos esperado respuestas frente a las acciones que realizamos. Nada espera quien nada hace, pero si se trabaja con tesón por algo es para esperar un “eureka”; en verdad, los soñadores infelices nos parecemos a Arquímedes en el hecho de seguir soñando aún en la bañera: él descubrió ese principio mientras se bañaba. Ahora bien, dicho todo esto, me remonto nuevamente a mi abuela inmigrante, ella siempre estaba alegre, aunque no implicaba felicidad; ella decía que había heredado la alegría de su madre. Me he puesto a pensar que quizá está en el ADN y lo que llamamos resiliencia no es otra cosa que el espíritu de un gen que batalla a la tristeza, y no por ello se es una “boluda o boludo alegre”, muy por el contrario, es la virtud de nadar en el medio vaso lleno porque el alma así lo elige, sino cómo podría explicar mi plenitud absoluta frente al mundo de las palabras. ¿La plenitud se parece a la felicidad? Seguramente que no, o sí, pero lo que casi estoy segura que se parece a la utopía de ella. En definitiva, cada uno y cada cual es aquello que en el fondo de su alma y corazón abraza, sea un gen, un Eureka, un camino, un sueño e incluso ese lugar en el mundo que aún no hemos descubierto. Me quedo con la idea de que la felicidad es como el instante, con una salvedad, no hay que correr el riesgo de atraparla porque la vida se nutre de imponderables.
Foto Portada: San Cristobal – CABA – 1987 –