Algunas cosas extrañas comenzaron a suceder en Hawkins. La tranquilidad comunidad vive cerca de un complejo militar secreto que está en constante labor, experimentando con tecnologías que el mundo no conoce y, en secreto, poniendo en riesgo a la población aledaña. Los habitantes, ajenos a esta situación, viven sus vidas normales; los niños pueden andar en la calle sin la supervivencia de adultos, los vecinos se conocen entre ellos y todos saludan a los policías como si fueran amigos.
Una noche algo escapa del Laboratorio Nacional de Hawkins, algo monstruoso, que se interna en los suburbios tranquilos y secuestra a dos niños: primero le toca Will Byers, quien tras una partida de Calabozos & Dragones desaparece sin dejar rastros. Su madre, Joyce, rápidamente llama a su amigo y jefe de policía Jim Hooper para comenzar la búsqueda, pero nada parece dar resultado. Los amigos de Will también llevan a cabo sus propias expediciones, sobre todo en el bosque. Es allí donde Dustin, Lucas y Mike se cruzan con una niña, de cabeza totalmente rapada, con un tatuaje en el brazo que reza 011, quien parece estar huyendo de algo, un poco confundida. La llaman Eleven (Once en inglés original) y deciden llevarla con ellos elaborando complicadas mentiras sobre cómo dieron con el paradero de la jovencita.
Eleven, por supuesto, no es una niña común y corriente más. Ella consiguió escapar del misterioso laboratorio al igual que el monstruo, y les informa a sus nuevos amigos que jamás encontrarán a Will si buscan en esta parte del mundo. El niño, junto con la pobre Barbara, la segunda persona desaparecida, están en un sitio al cual Eleven denomina Upside Down —el otro lado, como ha sido traducido, aunque una acepción más acertada sería el revés— que no es nada más ni nada menos que una dimensión paralela, de paisajes apocalípticos, repleto de seres propios del imaginario de H.P. Lovecraft, que es de donde proviene la mismísima Eleven y es a donde intentan llegar los científicos en la base secreta.
Mientras tanto, Joyce parece perder la cordura a ojos del pueblo, su aspecto está cada vez más desalineado y cree que se puede comunicar con su hijo desaparecido mediante señales luminosas que instala por toda la casa. El jefe Hooper no parece dar pie con bola tampoco, es un hombre estoico, de acción, cuyo mejor momento parece haber pasado veinte años atrás. Las camisas apenas le contienen la enorme barriga, y los misterios superan su ingenio. Ante la falta de pruebas empíricas, más la aparición de Eleven y la manifestación de sus poderes telequinéticos —puede mover cosas con la mente— al policía no le queda otra que confiar en el cuarteto de niños tan peculiares, sumados Nancy, hermana de Mike, y Jonathan, hermano del desaparecido Will. Juntos van a intentar conseguir rescatar al niño de una situación imposible, adentrándose en un universo repleto de conspiraciones gubernamentales, monstruos sedientos de sangre y dimensiones paralelas.
Stranger Things fue uno de los éxitos inesperados que tuvo Netflix, y lo fue aún más para sus creadores, el dúo de directores conocidos como Duffer Brothers (Matt y Ross) quienes tras fracasar en un proyecto cinematográfico anterior e intentar vender esta serie a más de una docena de cadenas televisivas, cayeron en manos del servicio de streaming y, con la bendición del director Shawn Levy —a cargo de éxitos como Una Noche en el Museo, Gigantes de Acero o series como Umbrekable Kimmy Schmidt— consiguieron plasmar su visión en ocho capítulos que cautivaron a la audiencia, garantizaron al menos tres temporadas más, la cuarta a estrenarse el próximo año.
La Nostalgia Bien Aprovechada
En el mundo cinematográfico hollywoodense, en donde las ideas parecen escasear cada vez más, los éxitos de taquilla más impactantes provienen de adaptaciones de historietas y remakes de productos de otras eras, parece lógico que la década del ‘80 sea una fuente de inspiración, tanto estética como temática, para las nuevas generaciones de directores y también para los espectadores. Los creativos emergentes vivieron la gloria de aquella década o nacieron en la misma, consumieron libros, películas, series de televisión y cómics y, como todo grupo generacional, sienten un apego emocional muy difícil de evadir a la hora de sentarse a escribir nuevos proyectos.
A estos factores debemos sumar que los ‘80 parecen haber cautivado a los jóvenes del presente, hay algo en la estética, en el estilo musical, en la forma de narrar que se creó en aquella década que resulta magnético. Antes de la pandemia no era raro ver proyecciones de films —ahora clásicos— como Volver al Futuro, Aliens o Los Cazafantasmas que atraían a grandes grupos de espectadores. Productos como la serie Cobra Kai enamoraron a viejos fanáticos de Karate Kid y crearon nuevos fans que ni siquiera habían nacido cuando la película se estrenó en cines. He-Man va a tener una nueva serie animada, continuación directa de las aventuras que los niños en los 80 disfrutaron en la televisión, y ni siquiera ese fue un producto “bueno”: era una serie mediocre cuya finalidad última era vender juguetes, y sin embargo aquí está, más vital que nunca, reafirmando su lugar en la cultura popular.
Tuvimos seis películas ambientadas en el universo de Transformers, otro comercial semanal de media hora para una línea de juguetes, que se cansaron de cortar tikets en los cines del mundo. Halloween —que inició su carrera en la gran pantalla en 1978, pero podemos ponerla dentro del grupo— sigue generando secuelas, remakes y todo tipo de merchandising hasta la fecha. Top Gun va a tener una segunda entrega en breve, con Tom Cruise de vuelta en el papel estelar, y hasta el Batman de Michael Keaton, uno de los films de superhéroes más importantes de la historia que se estrenó en 1989 y cuya influencia se puede ver en las producciones del género modernas, va a aparecer en The Flash, dirigida por el argentino Andy Muschietti (Mama, IT) … y Muschietti parece que va a dirigir una versión fílmica de Robotech, una de los animés japonés más venerados, que se estrenó justamente en 1985.
Esta nota entera podría versar sobre películas, series, libros y hasta canciones de la década del ‘80 que tienen versiones modernas o tendrán su tratamiento “siglo XXI” en los años por venir. Pero esto no significa que la nostalgia sea garantía de calidad, porque añorar lo que ha pasado e intentar emularlo no implica ser capaz de replicar el encanto de lo que uno amó. Remakes de películas como RoboCop, Pesadilla en lo Profundo de la Noche, Hairspray o Footloose probaron ser fracasos rotundos que no duraron un round contra la versión original, y no hubo apelación a la nostalgia que los salvase del ostracismo. Y son más los productos que murieron en el intento que aquellos que lograron capturar la antigua magia, decodificarla para el nuevo milenio para expandir el universo al cual recurrieron.
Los Duffer Brothers no escondieron en ningún momento su caudal de influencias “ochenteras”. En las tres temporadas de Stranger Things podemos ver homenajes y la incidencia del ADN de clásicos como E.T. El Extraterrestre, Los Goonies, Stand by Me, Pesadilla en lo Profundo de la Noche, La Cosa. Los mismos directores declararon que son fanáticos del escritor Stephen King, y el personaje Eleven parece una versión de Charlie, la protagonista de Ojos de Fuego, cuya versión fílmica vio la luz en 1984. El estereotipo del policía que parece estar al borde del retiro, hosco, pero al final amigable era una fija en las películas de los ‘80. La mayoría de las películas de aventuras juveniles que aparecieron en aquella década tenían lugar en pueblos suburbanos con niños pedaleando a toda velocidad por calles arboladas, enfrentando peligros que cualquier adulto esquivaría sin dudar, habitando un ambiente con una atmósfera a realismo mágico que los años subsiguientes no consiguieron emular. Todos estos elementos se conjugaron en la visión de los directores, que plantearon una historia de monstruos, aventuras y terror, así como el factor siempre atractivo de los protagonistas entrando en la adolescencia de la forma más traumática y fantástica posible.
El triunfo que consiguieron no se debe a los elementos individuales que componen este guiso de referencias a la cultura popular que inició en 1980, sino a que los directores y guionistas se decidieron a contar su historia a través de los personajes. Parece una obviedad, pero el camino al éxito de todo producto audiovisual está pavimentado por el fracaso de una inmensa mayoría. Stranger Things podría haber sido una serie más del montón, que hubiese muerto en la primera temporada sin pena ni gloria, un intento más de apelar a la nostalgia sin ofrecer algo de sustancia. El público de hoy está acostumbrado a ver efectos especiales de primer nivel, a la fotografía digna de las películas de alto presupuesto, y a mega estrellas que antes solo aparecían en la gran pantalla. Solo escribiendo personajes creíbles —independientemente de habilidades o situaciones increíbles que les toque manifestar o vivir—, personajes que despierten empatía en el público, personajes que den ganas de ver semana a semana o en una maratón, pueden garantizar la popularidad y el tan anhelado éxito.
Casi todos los personajes de Stranger Things son una referencia a otros, casi un muestrario de todos los estereotipos que pulularon en el cine y la tv de los 80, pero estos están bien escritos, se hacen querer, y el espectador no tiene más opción que esperar nuevas temporadas para saber qué será de sus vidas y cuáles serán sus nuevas aventuras. Si, los demogorgons (los monstruos tan temibles) tienen un diseño fantástico y una ejecución visual impecable, los efectos especiales son una maravilla, el misterio es interesante, pero hemos visto mil y un monstruos fabulosos, estamos anestesiados visualmente de los efectos por computadora, pero la audiencia jamás se cansará de ver personajes que lleguen al alma, que despierten emociones genuinas, sean las emociones que sean.
El cast es el otro elemento que termina de conjurar el hechizo. Finn Wolfhard, Millie Bobby Brown, Gaten Matarazzo, Caleb McLaughlin y Noah Schnapp no solo son grandes actores adolescentes, sino que se apropiaron de los personajes y es imposible pensar en reemplazos. Los convirtieron en íconos y la mayoría de estos chicos ya son estrellas de Hollywood hechas y derechas. Winona Ryder (estrella juvenil en la década de los 80) y David Harbour como los adultos protagonistas ofrecen interpretaciones de un nivel superlativo. La serie no existiría sin ellos, e incluso la gran mayoría de los personajes secundarios entraron en el colectivo imaginario gracias a la interpretación de los guiones que ofrecieron los actores. Incluso, tras el estreno de la primera temporada, hubo movidas en las redes sociales para pedir justicia por el destino de Barbara, la otra adolescente desaparecida que pareció quedar relegada en las búsquedas y la importancia, a punto tal que los creadores tuvieron que salir a declarar que iban a honrar al personaje.
El amor por una década no garantiza calidad, pero si a ese cariño nostálgico se le suma talento narrativo, destreza visual y un elenco a la altura del desafío, es posible parir un clásico moderno con gusto al pasado. Stranger Things no es una serie perfecta, tuvo algunos altibajos —sobre todo en la segunda temporada— pero ningún producto es perfecto cuando se le pone una lupa encima. La serie que estaba pensada para durar una temporada va por una cuarta y probablemente haya una quinta en camino, expandió su imperio en libros, historietas, videojuegos, juegos de mesa, líneas de muñecos y un sin fin de otros productos.
Los amantes de la ciencia ficción, las aventuras, el terror, homenajes por doquier a la década del ‘80 y, sobre todo, los amantes de las historias entretenidas de misterio encontrarán en Stranger Things entretenimiento garantizado. Apela tanto al público joven como adulto, y reboza encanto en cada una de sus escenas. En Netflix están disponibles las tres temporadas, a la espera de nuevos ojos que la descubran.