Promediaba la década de los años Sesenta y nuestro país se debate en medio de dos climas culturales antagónicos; el que impulsan los movimientos de vanguardia en el mundo y el que permitía la fuerte censura ejercida por la dictadura del General Juan Carlos Onganía. A partir de julio de l966, el gobierno de facto instaló un férreo control sobre publicaciones y espectáculos.
Toda actividad definida como política o cultural, sufrió los embates de los censores oficiales.
No obstante, La Argentina contaba con franjas de población consumidora de bienes culturales, como lo prueba la cantidad de revistas literarias en circulación, las muestras de arte y la proliferación de los denominados teatros independientes. A lo que se debe sumar la cantidad de salas dedicadas a cine – arte cuyas proyecciones, frecuentemente debían suspenderse por acción del Ente de Calificación Cinematográfica, cuyo accionar es de triste memoria entre los argentinos.
En ese clima opresivo, se desarrollaba una intensa actividad cultural, muchas veces subterránea. Se destaca la actividad del Instituto Torcuato Di Tella; una institución que además de ofrecer su infraestructura para las tareas habituales de los artistas plásticos y conferencistas, permite que en sus instalaciones se desarrolle lo que algunos medios de la época denominan “arte de experimentación.” En sintonía con los movimientos artísticos que en Estados Unidos y Europa exploran nuevas formas de expresión, el Di Tella se convierte en el principal cenáculo criollo de esas manifestaciones vanguardistas.
Una de esas expresiones fue el Happening. El término se originó en EE. UU creado por el artista Allan Kaprow en 1959 y deriva de to happen que podría traducirse como “suceder”.
Se trata de una acción que sucede en tiempo real y se considera obra de arte. Su estructura es abierta, participativa, muchas veces se estimula la espontaneidad.
Sus lugares de representación van de las galerías de arte, a los museos; de los espacios públicos a cualquier ámbito que facilite desarrollar la expresión planteada. Los medios pueden ser la fotografía, danza, música, teatro, a veces se manifiestan artes combinadas y por lo general, se apunta a “provocar” al público y de alguna manera, estimular su inclusión en la actividad. En su momento de auge, algunos críticos vinculan el movimiento a tendencias como el futurismo y el dadaísmo originados en Europa hace un siglo.
En nuestro país está íntimamente ligado a la artista plástica Marta Minujin. Instituto Di Tella, Happening y Marta Minujin, se fusionaron en una conjugación cuyo sentido para los neófitos nunca fue muy claro, ya que desde “afuera” se definía al happening según la propia visión del observador. Tal vez la dificultad para encasillar a ese movimiento, residía en la libertad intrínseca que estaba en su naturaleza y lo hacen imposible de encuadrar.
“Para qué voy a ir…para que me tiren harina?” respondió un dirigente sindical cuando Minujin lo invitó a un Happening en el Di Tella. El hombre había asociado el evento con una especie de carnaval. Para los funcionarios gubernamentales en tiempos de Onganía, el Instituto era una suerte de templo pagano donde se perpetraba todo género de herejías y para los artistas, un ámbito donde era posible la creación en libertad.
Como toda expresión artística experimental, tuvo adeptos y detractores; pero no llegó a cristalizar en un movimiento que trascendiera su propia contemporaneidad. El Happening es “un arte, no de lo que está pasando, sino de lo que va a pasar y no pasa.” Afirma el investigador Roland Barthes.
Es decir, lo perdurable en estas experiencias es lo transitorio.
¿Arte o experiencia sociológica? O tal vez ¿una simple manifestación “snob” destinada a desaparecer?
También el escritor mexicano Octavio Paz se pronunció oportunamente sobre el tema: “Oponen la idea tradicional de obra hecha por el autor, la obra que se hace en el momento de la transmisión y la recepción. O sea, enfrentan la noción de obra abierta a la de obra cerrada.»
A su vez, la sacerdotisa máxima del Happening, Marta Minujin, reflexiona en el año 2005 ante un medio de comunicación: “En el arte no hay tiempo ni espacio. Una vez que el artista descubre su esencia, puede ir para atrás y para adelante.”
Volvemos al concepto de que el Happening es una experiencia para vivirla, no puede plasmarse en una tela o grabarse en un disco o en una imagen, aunque estos elementos también pueden concurrir a ese proceso creativo. En resumen, los “happenistas” se reunían para desarrollar una actividad que no estaba destinada a producir una obra de arte, sino que la actividad misma, en presente, era la obra que se pretendía crear. De allí por su naturaleza perecedera, un Happening no podría guardarse nunca en un museo; pero sí representarse en él, como muchas veces se hizo.