Martin Scorsese es uno de los directores cinematográficos más importantes de la historia, y ese lugar se lo ganó hace rato con obras como Toro Salvaje, Cabo de Miedo, Taxi Driver o Pandillas de Nueva York. Se animó a hacer videoclips musicales —Bad, para el artista Michael Jackson— y muchos documentales como Shine a Light, enfocado en los míticos Rolling Stones, o el conmovedor George Harrison: Living in the Material World, sobre el ex-Beatle. No le tuvo miedo a la transición a la pantalla pequeña siendo productor y director de hits como Boardwalk Empire o Vynil. Desde 1959 hasta la fecha el legendario artista ha ofrecido su mirada personal enfocada en dramas humanos, tejiendo historias adultas, complejas, brindando espectáculos dignos aún en sus productos menos exitosos.
Al igual que muchos otros cineastas, Scorsese disfruta de trabajar con los mismos actores en proyectos diferentes, lo que se denomina en la industria como “actores fetiche”. En los ´70 y ´80 el principal recurrente fue Robert DeNiro; con Pandillas de Nueva York inició el nuevo milenio colaborando con uno de los actores más respetados de la industria: Leonardo DiCaprio. El dúo lleva hasta la fecha cinco films, todos de fabulosa calidad, y el año que viene estrenaran la sexta producción en conjunto.
Cuando se anunció en el 2008 que la nueva película de ficción sería un thriller de misterio, tocando un poco el género detectivesco con pizcas de terror psicológico, protagonizada por DiCaprio, los fanáticos del director —y del cine en general— no pudieron dejar de contar los días para el estreno. Y cuando éste llegó en el 2010, las críticas estallaron en elogios y el público se rindió, una vez más, ante el talento observable delante y detrás de cámara.
El cast fue envidiable, aparte del protagonista el resto del elenco se completó con estrellas como Mark Ruffalo, Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Max Von Sydow y Ben Kingsley. A eso se sumó que la historia era una adaptación de una novela escrita por Dennis Lehare, autor de la fabulosa Río Místico (adaptada al cine por Clint Eastwood) y con dirección de fotografía del increíble Robert Richardson, una leyenda del medio, habitual colaborador de Scorsese y de Quentin Tarantino, con un currículum que ostenta tres premios Oscar y clásicos del séptimo arte por doquier.
Pese a todas las credenciales de este sólido film, y que es la segunda película más taquillera de su carrera, parece haber quedado relegado a la memoria de una minoría cuando se habla de las mejores obras de Scorsese. Por eso hoy hablaremos de La Isla Siniestra, una gema dentro de la copiosa filmografía de uno de los dioses del cine que aún camina entre nosotros, tan activo como siempre.
La historia tiene lugar en el tenebroso asilo para criminales con desórdenes mentales Ashecliff. Allí llegan dos agentes policiales, Edward Daniels (DiCaprio) y Chuck Aule (Ruffalo) para investigar la desaparición de una paciente, Rachel Solando, quien parece haberse evaporado de su celda cerrada. No hay rastros de un cadáver, no hay formas de escapar de la institución, que está ubicada en una isla en Boston, de difícil acceso. La mujer fue internada allí después de ahogar a sus tres hijos, y el jefe de los psiquiatras John Cawley es quien los conduce por los pasillos, les facilita información e intenta colaborar para desglosar el caso.
Pero la desaparición de la mujer es una “excusa” de Edward para echar luz sobre otra misteriosa desaparición de un criminal y confirmar los rumores sobre experimentos y torturas que se llevan a cabo dentro de las paredes de Ashecliff. Los prisioneros afirman que en el faro anexo al hospital se realizan lobotomías, el brutal procedimiento médico que consistía en perforar el cráneo de la persona enferma para cortar las conexiones entre los lóbulos del cerebro. Esta barbárica práctica médica era muy popular en 1954, año que tiene lugar la historia.
Como en toda buena historia de misterio, las evidencias que nos muestran no son lo que parecen ser. El rastro de migajas que parece ir encontrando el dúo de policías y la colaboración del psiquiatra tienen todo tipo de aristas secretas que llevaran, irremediablemente, a una revelación final sorprendente y shockeante que, por supuesto, no spoilearemos aquí, pero que justifica cada minuto del metraje ya que es un thriller construido con la precisión de un relojero, actuado con maestría y con un diseño de producción que parece haber tomado todas las imágenes de hospitales psiquiátricos tenebrosos posibles para combinarlo en una única locación que emana sensaciones de abatimiento, de opresión y depresión. La Isla Siniestra hace honor a su título.
La construcción de la historia, tanto desde el guión como desde las interpretaciones permiten crear una experiencia fílmica tensa, que se beneficia aún más con la pericia de Scorsese para presentar la narrativa. Una de las máximas del cine es “muestra, no digas”, apelando a la capacidad del espectador para advertir los múltiples detalles que componen el misterio propuesto. Por supuesto, los actores también aportan datos, pero en este género lo que dice un personaje se debe tomar con pinzas, porque, al igual que un truco de magia, pueden servir como distracciones para evitar que la verdad salga a la luz antes del final.
El final de la película es uno de esos que deja pensando al espectador, y pese a que no hay ambigüedad en la resolución, hay espacio para la especulación sobre los eventos que sucedieron. Una de las claves que hacen a un buen film es la capacidad de generar preguntas más que ofrecer respuestas, y a pesar que La Isla Siniestra tiene una explicación lógica, cuando uno la ve más de una vez la experiencia se incrementa, el rompecabezas encaja cada vez mejor y encima permite apreciar la maestría puesta a prueba en cada aspecto técnico y creativo.
Martin Scorsese tiene un cuerpo de obra tan grande y variada que es fácil pasar por alto algunos puntos soberbios de su carrera. La Isla Siniestra es uno de esos picos creativos, que muestran a un director a la altura de su reputación, haciendo buen uso de todos los recursos artísticos disponibles para crear una película que tiene el aura de los films clásicos de suspenso y terror psicológico, como el mejor Alfred Hitchcock, pero con el look del cine moderno. Quienes quieran descubrirla o volver a experimentar la tensión y revivir el horror que se esconde en el hospital psiquiátrico Ashecliffe pueden encontrar el film en la plataforma de streaming Netflix.