Cuenta la memoria colectiva, que hubo una época en que los chicos se reunían para compartir una gran cantidad de juegos, que además de ser muy divertidos, eran baratos.
Las bolitas, el trompo, las figuritas, el yoyó… Las reglas de todos ellos permitían jugar solo o en grupo, compitiendo y sumando adrenalina. Pero sin duda, existía uno que demandaba una habilidad especial; el balero. Para quienes lo desconocen, porque es probable que sea más popular el nombre que el objeto mismo, se trata de un mango de madera con su extremo superior más delgado y de punta roma. Lo completa un mazo, también llamado maza o bola, redondeada, del mismo material y con un orificio en el centro. Ambas piezas unidas por un hilo de buena calidad, que soporte peso y tirones. El juego consiste en sostener erguido y firme el palito y balancear el mazo o bola, acelerando el movimiento hasta que éste pueda ser “embocado” en el palito. Significa anotarse un tanto y gana quien sea capaz de conseguir la mayor cantidad de emboques continuados.
Prueba de la popularidad del balero, es que el personaje de una serie infantil televisiva a comienzos de la década de 1960 y titulada “El Capitán Piluso”, interpretado por Alberto Olmedo, llevaba en su atuendo además de una “gomera” colgada del cuello, un balero.
El balero del Capitán Piluso junto a otras prendas del personaje, se subastaron en el año 1997 con fines benéficos. En una época temprana del dominio televisivo, en que todo comenzaba a “entrar por los ojos”, la presencia de un balero en la indumentaria del personaje, nos habla de la importante difusión de ese juego entre el público infantil y juvenil.
Habilidad para dominar el manejo de las dos piezas, combinar ambos movimientos para embocar, demanda mucha paciencia. A diferencia de los juegos infantiles de azar puro, el dominio del balero exige pericia; y la casualidad tiene mínimas posibilidades de intervenir.
Entre definir un resultado por manejo del balero y revolear una moneda, hay un abismo.
Como muchos entretenimientos universales, su origen se pierde en la oscuridad de los tiempos.
Algunas investigaciones sostienen que un juego muy similar al balero existía en la América precolombina. Otras teorías que no se contraponen con la anterior, ubican su nacimiento en Francia durante el reinado de Enrique III en la segunda mitad del siglo XVI. Este monarca habría sido muy aficionado al bilboquet, algo así como el balero de esa nacionalidad.
En el siglo XVIII la práctica del bilboquet se encontraba muy extendida en Francia y lo practicaban el rey Luis XV y los nobles de su corte; se cuenta que éstos últimos utilizaban piezas de marfil. Inimaginable en los tiempos post modernos, un campeonato de baleros de marfil u otro material codiciado como este.
En América Latina se lo conoce con distintos nombres. Le decimos balero en Argentina, Uruguay, México, Ecuador. En otros países ibero – americanos le llaman emboque y también de otras formas, como perinola; que no tiene relación con la perinola clásica, el trompito con varias caras que establece premios y castigos en cada lanzamiento. A su vez, los japoneses lo denominan kendama.
No en todas las regiones los baleros son iguales; el clásico es el mazo redondeado, la bocha, pero también los hay en forma de martillo y otros detalles que los diferencian entre sí; pero en todos los casos se trata de acertar el orificio de la bola en el palito.
Hasta mediados del siglo XX, los buenos jugadores de balero (de madera) en Buenos Aires, los embellecían con tachuelas, alguna estrellita metálica o de cuero, adornos que de alguna manera, intimidaban al contendiente antes de comenzar la competencia.
Después llegaron los videos juegos, internet, los juegos virtuales en los celulares y una multitud de entretenimientos. Los antiguos juegos por la modestia de su factura, parecen objetos paleolíticos, ante la complejidad de los ingenios que proveen diversión en el siglo XXI.
El balero como las figuritas, el yoyó y los juegos inmemoriales como la escondida, la mancha, la rayuela… han sido relegados de a poco al desván de las cosas que se fueron, a la espera de otra generación que aburrida de las máquinas, los reinvente.