Parece que la humildad en las sociedades actuales no está bien vista. El mundo actual se regla con el verbo en singular, y el amor propio encabeza la lista de objetivos a lograr en este siglo.
Aprovechar el tiempo, el día, el instante en el propio disfrute. Bien o mal, es lo que hay. Soltar relaciones que no sirven, y ser cada día mejor hacia dentro de sí mismo. Ahora bien, para qué o para quién es harina de otro costal. Se supone que, en ese estado de situación, la humildad como virtud que se aleja de los bienes materiales y se aproxima al bien común, está en decadencia.
El “pagado de sí mismo”, el engreído y presuntuoso no solo tiene adeptos, sino que además suele ser aplaudido por su catastrófico éxito, y digo catastrófico, porque la conveniencia personal es un camino corto, plagado de falsías, donde el amor no tiene cabida y a ojos vistos las sociedades no crecen en la desunión de sus miembros. Se supone que para crecer colectivamente colectiva…mente todos necesitamos de todos, no hay quien se salve solo, por más que bregue en volar alto y a destajo hacia sus metas u objetivos personales. Más tarde o más temprano, el egoísmo muere a los pies de la propia necesidad y cuando digo necesidad me refiero incluso a la necesidad de reír en compañía, tomar un mate con alguien más, comprender el estado de enfermedad propia o ajena, ahogar las penas porque hasta donde sabemos, todos somos frágiles y mortales y quien se vanaglorie de no necesitar de una mano, una voz, una oreja, un estímulo de otro ser humano sin duda olvidó algunas piezas humanas en el camino.
Más allá del catolicismo y sus dogmas, no sé si por ser humilde se es virtuoso, lo que sí estoy segura es que se es mejor ser humano cuando hay capacidad de dar amor a los demás, con o sin oración de por medio. Me niego a creer que la humildad esté emparentada con la debilidad o la sumisión, sí con la nobleza de sentimientos. Ser noble de sentimientos para comprender, asistir y gestar proyectos que nos permitan crecer socialmente alejándonos de los pequeños monstruos que ensalzados de soberbia creen ser poseedores de todas las respuestas al misterio de vivir. A veces pienso que nunca habrá demasiados niños para enseñarnos a jugar con reglas, pero sin perder la alegría del juego. En fin, en la ironía del presente, donde incluso cabe la propia muerte por tener un seguidor más en una red social, no dejo de sentir que la humildad de una sociedad es la más grande de las ilusiones e incluso de las utopías. Plauto afirmaba «lobo es el hombre para el hombre» (en latín, lupus est homo homini) pero después llegaron nuevos filósofos y otros, y muchos más, y sin embargo el lobo sigue existiendo y para nuestro beneplácito, el amor, también.