El vínculo del lunfardo y el tango es otra de las paradojas porteñas. Existe una infinidad de letras que prescinde de nuestra jerga ciudadana, como ejemplo, la poesía elegante y muy elaborada de Alfredo Le Pera que sólo en contados casos incurre en lunfardismos. En esa línea estética aparecen los nombres de Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo, Homero Expósito, entre los más conocidos. No obstante, estos poetas apelan a este recurso lingüístico en muchos temas en que el vocablo lunfa intercalado oportunamente en una pieza impecablemente castellana, realza el verso y le otorga un sello de identidad irremplazable.
Como toda creación colectiva, el origen del tango es desconocido. Se presume que habría comenzado a difundirse avanzada la segunda mitad del siglo XIX.
“Nació en los Corrales Viejos
allá por el ochenta.
Hijo fue de la milonga
y un pesao de arrabal.
Lo acunó la corneta
del mayoral del tranvía.
Y los duelos a cuchillo
le enseñaron a bailar”.
Así imaginó el poeta Miguel Camino el nacimiento mítico del tango, parido por la milonga y el arrabal. Hijo de la inmigración “tana”, “rusa”, “turca” “gallega”, mezclada con criollo y sus ancestros afro americanos, un buen día el tango echó a andar en la ciudad puerto. Jorge Luis Borges sostiene que “… el patriciado lo habría rechazado, al principio; hacia 1910, adoctrinado por el buen ejemplo de París, habría franqueado finalmente sus puertas a ese interesante orillero” (4).
Algunos investigadores refieren el tango “El Queco” (prostíbulo), como una de las piezas más antiguas conocidas. Habría sido cantado en 1874 por las tropas nacionales al mando del general Arredondo, cuando pasó por Córdoba y San Luis para reprimir la sublevación mitrista de aquel año (1). Acerca del origen prostibulario y pornográfico de algunas letras, hay títulos que hablan por sí mismo: “”El choclo, El serrucho y La budinera son metáforas de órganos corporales; Taquerita alude a la ya mentada taquera; El fierrazo es el orgasmo; los siguientes son títulos picarescos o pornográficos: Con que trompieza que no dentra, Dos veces sin sacarla, Embadurname la persiana, Colgate del aeroplano, No me pisés la pollera, Aquí se vacuna, Golpiá que te van a abrir, Seguila que va chumbiada” (2) y otros títulos semejantes. Sin duda, estas letras refieren a un público familiarizado con el lenguaje procaz y al que no le habrá resultado difícil incorporar el naciente lunfardo, a las composiciones que discurrían con esa musiquilla pegadiza y que al principio se improvisaba con flauta, guitarra y algún violín; el bandoneón se agregaría después. Se tocaba en los tablados de La Orilla, en las academias de baile y en los cafés suburbanos; era el tango.
Otra mirada que no se opone a la anterior, es la del Maestro Osvaldo Pugliese: “Yo creo que el payador tuvo un papel decisivo en la gestación del tango. Porque el payador trajo a la ciudad y popularizó en ambientes urbanos un caudal musical que fue la base en que se apoyó el tango para definirse. El payador trajo los cielitos, los gatos, las milongas, las tonadas, los contrapuntos; y esas especies influyeron poderosamente” (3).
Sitios probables de florecimiento tanguero, fueron las “carpas” que se levantaban entre otros puntos, en las festividades de Santa Lucía en el barrio de Barracas y en La Recoleta, al fondo de “La Tierra del Fuego” (actual avenida Las Heras), para rendir homenaje a la Virgen del Pilar. La prensa de la época solía con frecuencia, reflejar en sus páginas los excesos que se registraban en esos encuentros que tenían poco de recogimiento religioso.
Sabemos que el carácter críptico, hermético, del lunfardo, en lenguas no castellanas también existe. Por ejemplo el slang estadounidense, de uso similar al porteño y de presunto origen carcelario y de bajos fondos. Son vocablos incorporados a las jergas coloquiales como suburbios del idioma oficial y con funciones parecidas: hermetismo, identidad. En nuestro caso, el lunfardo cuyo nacimiento se vincula a las cárceles, también se extendió a los barrios pobres de las grandes ciudades; en particular, Buenos Aires.
Prostíbulo, cárcel, conventillo, suburbio… parece ser el circuito habitual del lunfardo. El encuentro con el tango, que durante un tiempo impreciso se lo llamó también milonga, sería inevitable.
Entonces tango y lunfardo ya no volverían a separarse. Una de las piezas conocidas más antiguas (1897) es El Entrerriano, tango instrumental de Rosendo Mendizábal. Como curiosidad, llama la atención que la partitura en la portada lleva la firma de “A. Rosendo”, sin apellido. Se cree que como Mendizábal daba clases de piano a domicilio y como el tango no era bien visto por las clases medias y altas, el hombre habría preferido usar un pseudónimo.
Al comenzar el siglo XX la pecaminosa música ya está instalada sólidamente en Buenos Aires. El Porteñito de Ángel Villoldo (1903) incurre en varios lunfardismos, además de la pose jactanciosa que caracteriza las letras que refieren a los compadritos porteños:
“Cuando el vento ya escasea
le formo un cuento a mi china
que es la paica más ladina
que pisó el barrio del sur”.
Poco después (1905), “La Morocha” un tango de letra ingenua de Ángel Villoldo y Enrique Saborido, recorrerá el mundo en las partituras que distribuirá la fragata Sarmiento en uno de sus viajes internacionales. Ser difundido por el prestigioso buque, prueba que el tango ya está “adecentado”. No obstante, hay otra vertiente que convierte el lunfardo en la técnica principal para describir historias sórdidas y de fuerte color local. Celedonio Esteban Flores es un poeta porteño que como muchos de su generación, se deslumbró con el modernismo de Rubén Darío y Leopoldo Lugones; pero encontraría su camino definitivo en la poesía lunfarda ensamblada al tango.
“Se dio juego de remanye
cuando vos pobre percanta
gambeteabas la pobreza
en la casa de pensión”.
Se queja en su Mano a mano un amante despechado, con música de Carlos Gardel y José Razzano. En Viejo smocking, musicalizado por Guillermo Barbieri, un gigoló en decadencia le habla a su prenda de antiguas glorias:
“Campaneá como el cotorro
va quedando despoblado
todo el lujo es la catrera
compadreando sin colchón.
……………………………….
amargado, pobre y flaco
como perro de botón”.
Mientras el tango triunfa en Europa el lunfardo se incorpora con comodidad en los repertorios de la música ciudadana. Carlos Gardel y otros intérpretes consagrados, popularizan muchas letras cuyo lenguaje ya no asombra ni genera rechazo. Salvo los eternos prejuiciosos, nadie pone en duda que es la música de La Reina del Plata.
Varios poetas como Carlos De La Púa quien tensó el lunfardo al límite de sus posibilidades, perpetuaron sus creaciones musicalizadas en tangos y milongas, por intérpretes reconocidos como Edmundo Rivero.
Pero en 1943 el gobierno de facto implantó la censura sobre muchas letras, en defensa de la “pureza del idioma”. El lunfardo es la víctima principal de la feroz cruzada lingüística.
Tangos muy conocidos como “El bulín de la calle Ayacucho”, “El Ciruja” ,“Hacelo por la vieja” y otros, son obligados a utilizar sinónimos castellanos para que se autorice la radiodifusión. En 1949 ante el reclamo de un grupo de autores y compositores, el presidente Juan Perón ordenó la supresión de semejante engendro legal, que había quedado “boyando” desde la gestión gubernamental anterior. En 1976 bajo la dictadura procesista, varios tangos célebres como “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo, engrosaron listas negras en los medios audiovisuales; el tema ya no era sólo el lunfardo sino los contenidos.
Pero el tango lunfardo sobrevivió a todas las censuras y silencios y otros autores tomaron la jerga porteña para seguir creando. En pleno siglo XXI y pandemia mediante, una camada joven de autores y músicos generan novedosas líneas estéticas de tango, con una nueva generación de vocabulario lunfa, que como debe ser, refleja la realidad y el espíritu porteño como pocos lo han hecho.
1) Matamoro Blas – Historia del Tango – CEAL – Buenos Aires – 1971.
2) Matamoro Blas – Ob. Citada.
3) Pugliese Osvaldo – Citado por Seibel Beatriz – Los Payadores.
4) Borge Jorge Luis – Carriego (Historia del Tango) – Obras completas – EMECÉ -Editores – Buenos Aires, 1974.