Hablar de amores en el bar… o de ex amores; lo más probable esto último porque resultaba ser mucho más escueto el tema y, entre vino y vino ya estábamos viejos para, sanamente mentirnos porque sí y no daba.
El canchereo de los que nos conocíamos algo y desde hacía bastante tiempo, entonces las botellas bajaban y los pedos subían y… por qué no, los viajes inherentes a los mismos también. ¿Qué era de todo eso verdad y qué no? pues no se sabía… o mejor dicho no se podía saber y esa libertad de interpretarlo todo bajo un contexto unificador quedaba al simple albedrío de los oyentes y/o receptores de tales historias con sus correspondientes reflexiones.
Mentira y verdad intercaladas en cantidades y cantidades de relatos envueltos en vahos saturados de tinto para luego, deshojar la margarita o… separar la paja del trigo o… una simple moneda de diez centavos tirada al aire y dejarla caer sobre el piso para ver de qué lado estaba la verdad…
Viejos o no, las historias muy bien contadas a pesar de la borrachera dejaban boquiabiertos a todos porque al margen de una normal relación extinguida, siempre el atractivo de los dichos del otro contados de manera distinta con el énfasis y la vivencia del emisor, transmitía casi con lujo de detalles una pintura exacta de lo sucedido por aquel entonces. Casi siempre -por no decir siempre- el hombre dejaba a la mujer y, por ende, la mujer era la que «se pegaba mil tiros» por tal circunstancia.
Esos pseudo amigos de tanto en tanto, no me resultaban muy confiables en sus cuentos pues nunca alcanzaba a comprender o delimitar hasta dónde sí o hasta dónde no; me resultaba una especie de intríngulis difícil de precisar. Y así, claro, en algún momento hasta lograba fastidiarme el hipotético final que ya, a esa altura, lo lograba vislumbrar hacia qué lugar finalmente desembocaría: «Happy end» o «japien» -según su traducción al sonar del habla- El final feliz aunque no lo fuese era lisa y llanamente el solapado triunfo o mejor parada en la caída del macho gato; siempre caía parado y bien a pesar de las alturas sentimentales; las pobres mujeres resultaban ser hembras despechadas y bajoneadas inundando superficies primero de pises y luego de lágrimas.
Una vez al mes, más o menos, nos cruzábamos en ese bar de la estación de trenes de Ramos Mejía y, un bar copetín al paso que se lo conocía vulgarmente con el nombre de «Bar Vómito» pues su aspecto podía inferirse se semejaba mucho al imprevisto y rápido de lo pasajero y, demás estaba decirlo tampoco lucía demasiado en su limpieza.
El lugar constaba de una simple barra y siete bancos altos que la acompañaban y no más de tres mesas pegadas a la pared con algunas sillas desvencijadas que parecían pedir todo el tiempo perdón vaya saber uno motivo de qué. En ese decadente lugar, taxistas, choferes de colectivos, solitarios a la deriva en general y demás ambivalentes de vidas irregulares tocaban puerto durante un pequeño lapso y algunos contaban. Así fue como de frecuentar varias veces, mi rostro y el de algunos otros nos comenzamos a saludar y a interactuar de bueyes perdidos y encontrados para, al poco tiempo, derivar esas esporádicas experiencias en temas netamente sentimentales. ¡Já!, daba un poco de risa en ese lugar de paso casi fugaz, empezar a contar -contarnos- historias de amor o desamor -obviamente más lo primero- que nos involucraba tal como habíamos llegado a este mundo en esa cuestión tan íntima de los cada cuáles.
Pero un día cayó uno que, venía muy de vez en cuando y, además, era de muy poco hablar, más si decía algo, lo sostenía de una manera muy acotada. Este tipo era de contextura delgada con la barba a medio crecer y siempre vestido con camisas de medio pelo; no parecía mentiroso y, en ese lugar en el que en aquel entonces se podía fumar, cada vez que le tocaba hablar prendía un cigarrillo y, hasta que no terminaba de contar no dejaba de largar humo.
Ese día viernes, llegó alrededor de las ocho de la noche y fue el tercero en contar algo; con los dos primeros fue más de lo mismo; uno dijo que la mina lo había encontrado encamado con otra en la habitación de la prima; el otro que la mina se había puesto a llorar desconsoladamente porque él y solamente él le había dicho que ya no le interesaba nada de ella. Pero luego de semejantes emboles reiterativos vino esta historia de este tipo a mi modo de ver bastante raro, que me dejó pensando alrededor de los límites de las personas y sus credibilidades post alcohólicas; antes de hacer uso de la palabra, se acomodó las mangas de su camisa y prendió un cigarrillo, luego contó: “-Yo estaba re metido con esa mina… y ella también… teníamos casi la misma edad, yo le llevaba a ella… un año y monedas; la había conocido en el último año del colegio secundario, en el mismo aula porque yo había repetido el año anterior y entonces nos cruzamos ese mismo año en la misma división; fue un amor de los que se dice… a primera vista y, agregale que después, poco tiempo después vino algo muy fuerte para ella… y para mí también porque fue su primera experiencia sexual y sentimental, para mí hablo de la sentimental porque en el sexo yo ya había debutado hacía tiempo con una puta ¿viste? Pero para ella eso que pasó la dejó marcada a fuego… y para mí también, para qué te voy a mentir, esa sensación de haber sido el primero de estar con ella me llegó y mucho. Durante los primeros años fue todo muy fuerte, no podíamos estar el uno sin el otro; a cada lugar que íbamos queríamos estar juntos o si no, saber qué estaba haciendo el otro en ese momento. Pero un día, conoció una gente que le empezó a meter cosas raras en la cabeza, cosas así como de brujerías y entonces, nos empezamos a ver de manera más salteada hasta que un día me enojé y le dije que quería conocer a esa gente porque me parecía que no eran tan buenos como ella decía… y ella no quería, pero como le insistí, finalmente dijo que bueno, que sí, que un día de esos íbamos a ir juntos. Como había pasado poco más de un mes y no me dijo nada, le volví a decir y entonces un poco enojada me dijo de nuevo que sí, que ya lo íbamos a hacer; y así fue que llegué al lugar, era allá por Moreno, atrás de Moreno era como un campo en donde no había nada, puro pasto y algunos árboles y, en el medio, un galpón gigante que apenas si tenía una cerca medio rota. Cuando entramos había unas veinte personas, la mayoría mujeres, parecían como gitanas y me miraban con cierta desconfianza; ella me presentó y les dijo que yo quería saber de ella, qué hacía en ese lugar… Las mujeres más grandes o a lo mejor las más importantes que tenían más cargo o no sé qué cosa, se enojaron mucho con ella y le dijeron que yo no podía estar allí pero que bueno, si ya estaba, debería de esperar allí adelante un rato largo; luego se fueron con ella hasta el fondo del galpón y pasaron antes por unas puertas de madera y la cerraron; mientras esperaba no aguanté y salí un rato a fumarme un cigarrillo, pero cuando estaba por terminarlo escuché gritos que me parecían de ella: -¡Yo lo amo, yo lo amo, doy la vida por él!.
No tenía dudas era la voz de Mati –así se llamaba- entonces me asusté y entré de nuevo al galpón y enfilé hacia los fondos, pero aparecieron dos tipos de los que estaban y no me dejaron, luego sentí más gritos de ella hasta que después de uno parecido a un gemido de dolor… vino el silencio.
Yo seguí esperando y esperando… y los dos tipos no me dejaban pasar… hasta que una voz de allí adentro les avisó que sí, que a partir de ese instante lo podía hacer… y allí la vi… blanca como una sábana sobre una camilla con el pecho abierto y sangre por todos lados… todas las mujeres que se encontraban allí rezaban y decían palabras raras y prendían velas e inciensos y se arrodillaban… en la pared había un gran cuadro con la imagen de una chica con el pecho abierto y su corazón sacado que lo tenía como una enfermera en sus manos ; a su lado también había la imagen de un muchacho recostado en otra camilla también con el pecho abierto y sin su corazón… Los dos hombres me sujetaron con fuerza e intentaron hacerme recostar sobre un tablón que había a uno de los costados, pero me defendí con tal desesperación y gritos pulmonares que hasta me dio la impresión de haberlos sacado del trance de horrible ritual; luego corrí y corrí, no sabía bien hacia dónde, pero estaba como perdido en la noche a campo traviesa hasta que finalmente llegué hasta una ruta y por suerte un camión al que le hice dedo me paró y me llevó lejos de ese lugar; no podía dejar de pensar en ella, en Mati, ya no estaba más aquí, en este mundo, conmigo… Es el día de hoy que no puedo olvidarla… ninguna mujer es como ella; estoy con otra, y me acuerdo de ella…”
El bar, o mejor dicho los que estábamos en éste, habíamos escuchado atentamente todo su relato y, durante un buen rato, nadie dijo nada, sólo el golpeteo de algún vaso o el ruido del tránsito opinaban silencio. Luego el individuo en cuestión terminó su último cigarrillo y se fue, quizás algo cabizbajo y meditabundo, como tratando de pensar en algo que le importe sin saber qué. Luego yo me fui con un “hasta pronto”, hasta un nuevo día repleto de cuentos, anécdotas, historias o no sé bien qué.
A los pocos días apareció en las páginas de un diario sensacionalista un artículo que hablaba del hallazgo del cuerpo de una chica desaparecida, en el medio de pastizales por la zona de la localidad de Mercedes; la noticia macabra decía también que tenía abierto el pecho y su corazón extraído, y luego todo lo demás que estaban investigando, etc, etc.
Yo me fui con la imagen de ese tipo delgado de barba a medio crecer y su camisa de mangas recogidas, y sus interminables cigarrillos a la hora de la palabra. Nunca más supe de él simplemente porque a partir de ese día no volví a dicho bar “vómito”, solamente pensé y repensé en sus dichos y en el cuerpo hallado en el medio de la nada de esa chica, el gran amor de su vida con una gran herida en su pecho; su corazón indudablemente había dejado de funcionar sobre la faz de la Tierra, pero ese tipo que apenas conocía se lo había llevado junto al suyo para que nunca más nadie se lo robara.
Pablo Diringuer