A mediados de la década de los ‘80 el éxito indiscutido de la franquicia Rocky, creada y encarnada por el actor, guionista y director Sylvester Stallone, repercutió en muchísimas películas que intentaron captar la magia de la historia simple que contaba las andanzas del boxeador Rocky Balboa: una persona común, con pocas perspectivas de futuro o víctima de algún cambio drástico en su vida, que entra en un torneo de alguna disciplina deportiva como el underdog —que en español podríamos traducirlo como “el último orejón del tarro”— y tras los dos primeros actos en los cuales entrena a más no poder, bajo la tutela de un mentor entrañable y un poco gruñón, primero flaquea en sus convicciones mientras intenta poner en orden su vida amorosa, para después tener ese momento de epifanía, llegar a la instancia decisiva y consagrarse como campeón.
Rocky fue una obra maestra que recibió diez nominaciones a los premios Óscar y ganó tres de las estatuillas a mejor película, director y montaje, marcó una especie de plantilla para las películas enfocadas en los deportes, para bien y para mucho mal. Las copias se multiplicaron en intentos fútiles de replicar el encanto que el actor supo imprimir en un guión conmovedor, con una vuelta de tuerca al final que al día de hoy sigue constituyendo uno de los finales más asombrosos de la historia del séptimo arte. Los imitadores quedaron en la lona, como los futuros rivales del boxeador, y para 1984 ya se estaba produciendo la cuarta entrega en la saga, en donde nuestro protagonista viajaría a la URSS con la intención de ponerle paños fríos a la Guerra Fría a fuerza de piñas frente a un rival más grande que la vida misma.
A John G. Avildsen, director de aquella primera entrega del pugilista, le encargaron intentar repetir el éxito comercial y crítico desarrollando otro film con temática deportiva, pero esta vez concentrado en un adolescente. El artista consiguió tener la posibilidad de elegir con libertad el casting y bastante control creativo en la revisión del guión, esta vez a cargo de Robert Mark Kamen, quien optó por tomar parte de su experiencia en la juventud con las artes marciales, eligiendo el karate, una disciplina no tan popular a mediados de los ´80.
El resultado fue Karate Kid, y se convirtió en uno de los éxitos inesperados de 1984. Parecía que Avildsen tenía el toque del rey Midas en lo referido a historias que involucraran peleas por títulos o trofeos. El cast catapultó la carrera del joven protagonista Ralph Macchio; Pat Morita recibió una nominación al Óscar como actor de reparto por su interpretación del inmortal Señor Miyagi, y todos queríamos que pierda el malo más malo, Johnny Zabka, quien lesionó al novato Daniel LaRusso en la pierna obligandolo a utilizar la famosa patada de la grulla sobre la hora.
Más o menos el gol del Diego a los ingleses, pero versión karate.
Todos ganan, Daniel se queda con el título, Miyagi observa orgulloso desde el costado. Su novia grita emocionada en las gradas, junto a su futura suegra, y el malo más malo —miembro del dojo semillero de matones Cobra Kai— reconoce la valentía de su oponente entregándole el trofeo el mismo, causando la ira de su sensei, el aún más malo John Kreese, un tipo capaz de fajar adolescentes sin remordimientos.
La clave del éxito fue el abordaje del director y el guionista, que consiguieron conjugar un elenco destacado, de esos que quedan impresos en la memoria colectiva, junto con una banda sonora icónica —You´re the Best, interpretada por Joe Esposito, es tan pegadiza como Eye of the Tiger de la primera Rocky—, escenas de entrenamiento originales y nunca antes vistas (encerar, pulir; pintar la cerca; la mismísima postura de la grulla sobre un palote en la arena, con el sol crepuscular en el horizonte dibujando la silueta del karateca) y un equilibrio entre las escenas de acción, comedia romántica y el drama más oscuro que resultaron en una película que, al día de hoy, es un clásico por mérito propio.
Tras el furor en 1984 el karate se convirtió en una de las artes marciales más buscadas por los jóvenes, y por supuesto las secuelas no tardaron en llegar.
Dos años más tarde se estrenó Karate Kid 2, un film sólido en donde se explora un poco más el pasado del señor Miyagi en Japón. La pelea final es memorable, pero la sombra de aquel épico primer torneo opacaba todo el panorama.
En 1989 llegó la tercera parte, ya sin el brillo —ahora lejano— de aquel pleno que Avildsen supo sacar de la galera cinco años atrás, y lo que antes eran nominaciones a los premios más prestigiosos se tradujo en una nominación a los premios Razzie, que para quienes no los conocen, es como los Óscar pero para los peores exponentes de la industria cinematográfica.
En 1994 la productora intentó llevar adelante una especie de reinicio de la saga, dejando de lado la historia de Daniel LaRusso para concentrarse en Julie, a cargo de la gran actriz Hilary Swank, otra adolescente atribulada que encuentra en las enseñanzas de Miyagi una forma de calmar sus demonios al mismo tiempo que aprende como romperle la nariz a los que la molestan. Se llamó Karate Kid: La Nueva Aventura, y fue un fracaso estrepitoso pese a las buenas actuaciones del dúo protagonista.
Tuvieron que pasar dieciséis años para que alguien intentara hacer algo más con la marchita franquicia.
El elenco prometía, estaba el hijo de Will Smith, Jaden, tomando la posta como Dre Parker, un niño que de un día para el otro se encuentra viviendo en China, en donde sufre las consecuencias del choque cultural inevitable. Allí conoce al Señor Han, interpretado por el legendario Jackie Chan, un hombre con un pasado trágico que involucra la muerte de su esposa e hijo (de la misma edad que Dre) y aparte, es experto en kung-fu. Él se convertirá en el entrenador del pequeño, quien encuentra en la disciplina marcial una forma de encajar en su nuevo grupo social.
Por supuesto habrá un torneo en el cual nadie apuesta un cobre por el niño, y llega a la final frente al temible Chen, bajo la tutela del aún más malvado Maestro Li. Dre aplica todos los conocimientos y habilidades adquiridas en tiempo récord, reemplazan a la grulla por “la cobra”, ganan los buenos, y los malos reconocen a los vencedores.
La película fue un éxito de recaudación y tuvo muchas críticas positivas. Las actuaciones del dúo protagonista son brillantes, enfocadas tanto en las escenas de acción, aquí mejoradas gracias a la enorme experiencia de Jackie Chan y a la ductilidad física del pequeño Jaden Smith. El drama es convincente, las locaciones chinas son exóticas y se ven bien en la pantalla, y las famosas escenas de montaje en donde los protagonistas entrenan están ahí, como en las anteriores, con métodos poco ortodoxos pero efectivos.
A pesar de todos estos aspectos positivos —Karate Kid del 2010 es una muy buena película— el intento de crear una nueva franquicia quedó en esta única entrega, que pronto se diluyó en el imaginario colectivo. La marca registrada parecía haber quedado relegada a los fanáticos de las primeras entregas, quienes anhelaban ver una vez más al Señor Miyagi entrenando junto a Daniel-san, y sobre todo haciendo karate, ya que esta nueva Karate Kid llevaba el título nomás, porque los protagonistas eran practicantes de kung-fu… pero evidentemente Kung-fu Kid no era un título atractivo para los directivos de marketing.
Cuando parecía que no quedaba mucha historia por contar en este universo, los cineastas Josh Heald, Hayden Schlossberg y John Hurwitz le propusieron al fallido servicio de streaming premium YouTube Red hacer una serie que continuara directamente la historia planteada en 1984, en la película original de Karate Kid. Los creativos denominaron a su mundo el universo Miyagi, en honor no sólo al icónico personaje sino al desaparecido Pat Morita. Treinta y cuatro años después del éxito original, casi bajo el radar, se estrenó Cobra Kai y, contra toda expectativa, la magia se volvió a conjurar, la gente se enganchó, y lo que primero fue una serie de culto hoy es una de las más respetadas y populares.
La historia nos devuelve a Daniel LaRusso y su eterno rival Johny Lawrence, pero esta vez el foco de la historia pasa por el perdedor de aquel recordado torneo. Johny es un hombre con una vida en caída libre, inestable en lo económico y que, encima, vive atormentado por aquella pelea que pareció torcer el rumbo de su vida. Circunstancias del destino muy similares a las que unieron a Miyagi con Daniel devuelven al hombre a su antiguo dojo, pero esta vez Cobra Kai no será un reducto en donde los chicos aprendan como lastimar gente, sino que intentará imprimir un poco el espíritu honorable de su adversario, mientras batalla contra la vuelta de su mentor, quien no ve con buenos ojos que su escuela haya abandonado la política de mano dura.
El elenco original volvió para esta serie web y, de un día para el otro, el furor ochenterorevivió con la misma fuerza de antaño. YouTube Red pasó a una mejor vida, así que la segunda temporada se estrenó en YouTube Premium, una especie de Netflix incapazde aproximarse ni un poco a la popularidad de otros servicios de streaming.
Para la tercera temporada, y viendo la aprobación del producto —mayormente pirateado por la gente que no quería pagar una suscripción a un producto de YouTube— Netflix entró en el juego, adquirió los derechos de las dos temporadas y se convirtió en el distribuidor oficial de las subsecuentes tandas de episodios.
Hasta el momento hay disponibles tres temporadas que suman un total de treinta capítulos, con una cuarta temporada a estrenarse a fin de este año. Es tal la fe que le tienen a esta serie que Netflix ya anunció que producirán una quinta temporada sin haber estrenado la última aún.
Cobra Kai es una serie que podría haberse quedado en el mero recurso de apelar constantemente a la nostalgia, pero supo esquivar con gracia ese bache y así forjar un camino nuevo, expandiendo la historia en vez de reciclar la fórmula, y cambiando la dinámica de los “enemigos” que conocíamos. Siempre es bueno ver que los artistas decidan darle crecimiento a los personajes con los que uno creció. Se nota el cariño por la mitología forjada en aquellas cuatro películas originales, y sobre todo el respeto por el legado.
Al igual que la Karate Kid original, Cobra Kai llegó sin avisarle a nadie y, a fuerza de talento y del boca a boca virtual, obró un milagro, de esos que los protagonistas saben ejecutar a la perfección en sus historias: sobre la hora, tirando pases mágicos y embelesando a los espectadores.