El 28 de junio de 1966 un golpe cívico militar derrocó el gobierno del doctor Arturo Illia, presidente elegido en las elecciones condicionadas de 1963. El régimen surgido del asalto al poder que había contado con un consenso importante en diversos sectores, a poco andar enfrió cualquier expectativa. La dictadura presidida por el general (R.E.) Juan Carlos Onganía recibió de la cúpula militar integrada por Pascual Pistarini (Ejército), Benigno Varela (Armada) y Teodoro Álvarez (Aeronáutica), la suma del poder; y lo ejerció sin restricciones.
Una de las medidas más repudiadas por la población fue la intervención a las universidades. El 29 de julio de 1966, fuerzas policiales ingresaron violentamente en los claustros, apaleando y deteniendo en muchos casos a estudiantes, docentes y personal de las casas de estudios. No fue una acción aislada ni un ensañamiento puntual con los estudiantes, aunque también ese ingrediente alimentó los furores de la represión. El castigo a la autonomía estudiantil estaba contenido en la siniestra Doctrina de la Seguridad Nacional, donde el enemigo acampaba fronteras adentro, mimetizado con la población. El poder militar se enroló en el conflicto Oriente- Occidente y su concepto mesiánico de la política, lo llevó a sentirse cruzado del anticomunismo en la región. Consideraba a los estudiantes en muchos casos presuntos “agentes del caos y la subversión”. La jornada deplorable del 29 de julio fue conocida como “La noche de los bastones largos”. Muchos profesionales prestigiosos emprendieron el camino del exilio y los estudiantes pasaron a la acción, manteniendo el estado de movilización permanente que en la Universidad de Córdoba comenzó con un paro de 15 días.
El 7 de septiembre, poco más de un mes después de la intervención, la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), organiza una manifestación en el centro cordobés. Se libran escaramuzas entre los estudiantes que pretendían llegar a la Plaza Colón y policías que intentaban evitarlo. Es en una de esas refriegas en la esquina de Colón y Tucumán, el estudiante del segundo año de Ingeniería Aeronáutica, Santiago Pampillón, recibe tres impactos de bala, casi a quemarropa. El día 12 del mismo mes Pampillón fallece en el Hospital de Urgencias de la capital mediterránea. Todos los testigos señalaron a un policía uniformado que integraba las fuerzas represivas. Su rostro reconstruido mediante un identikit que habría realizado un perito policial que prefirió mantener su nombre en reserva, circuló mediante miles de copias por toda Córdoba. Al pie del dibujo, una leyenda: “Buscado por los estudiantes por el asesinato de Santiago Pampillón”. Tal era el clima enrarecido que por esos días vivía La Docta.
El impacto de la muerte del estudiante que también era obrero, alcanzó a la misma institución policial. Dice una revista de la época: “En otro orden de cosas, las relaciones entre los estudiantes y la Policía se modificaron después de la muerte de Pampillón; circularon volantes firmados por un grupo de agentes policiales’ donde se aclaraba que la Policía no era culpable de la muerte de Pampillón. Un motociclista policial, diez días atrás, llegó hasta la puerta de un comedor universitario, dejó sobre la moto la pistola reglamentaria, pidió permiso a los estudiantes que estaban en la puerta y les entregó 1.500 pesos que -aclaró- habían sido recolectados entre sus compañeros del cuerpo de Tránsito”. (1)
La Confederación General del Trabajo (CGT) regional, organiza una multitudinaria Marcha del Silencio que es reprimida por la Policía. Santiago era oriundo de Mendoza, por eso sus restos fueron trasladados a esa provincia. Allí se repite el dolor popular, que se encarna en una gran cantidad de personas participando del cortejo fúnebre, en el marco de un cese de actividades decretado por el movimiento obrero local y el estudiantado.
Santiago Pampillón contaba con apenas 24 años. Habiendo cursado estudios secundarios con orientación aeronáutica, se inclina por la carrera mencionada al comienzo de la nota, que cursa en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de
Córdoba. Esa Córdoba donde encontró aquella muerte absurdamente injusta. Militante radical, las preocupaciones sociales y políticas no le eran ajenas. Participaba de una realidad que conocía profundamente, porque además de estudiar, Santiago trabajaba como mecánico en una de las plantas de IKA – Renault; el complejo automotriz que junto a las plantas de Fiat serían parte de la fragua de los futuros Cordobazos. Apenas cuatro meses después en Tucumán, cuya economía fue devastada por los cierres de ingenios azucareros decretados por Onganía, la trabajadora Hilda Gerrero de Molina cae muerta por balas policiales. Son las primeras víctimas que señalarían el camino de las grande puebladas de 1969, que hirieron de muerte el autoritarismo del onganiato.
Santiago Pampillón por su doble condición de obrero y estudiante, simbolizó la unidad obrero – estudiantil que en las calles mantuvo en jaque a esa dictadura que pomposamente, Onganía denominó “Revolución Argentina”.
(1) Revista Confirmado – Buenos Aires, 17 de noviembre de 1966
Referencias
“Por esas cosas raras que tiene la vida, el muy católico gobierno del General Onganía entro en feroz contradicción con buena parte de la juventud cristiana y una porción nada desdeñable del clero.
Tras descargar furiosos bastonazos sobre la Universidad de Buenos Aires por considerarla “una cueva de marxistas”, el gobierno militar fue haciendo lo mismo en los claustros del interior y acabó extendiendo ecuménicamente el caucho represivo sobre los estudiantes integralistas, que debían haber sido un pilar del régimen.
En el año de gracia de 1968, ese hábito inveterado de la Guardia de Infantería de bastonear a los estudiantes y manosear a las estudiantes, había logrado volcar hacia el peronismo y la izquierda a la inmensa mayoría del movimiento universitario.- En ocasiones los choques llegaron a ser letales y en las calles de Córdoba quedo el cadáver del estudiante católico Santiago Pampillón. En Tucumán floreció, y rápidamente fue extinguido, el foco guerrillero de las Fuerzas Armadas Peronistas. Experiencia solitaria y aislada que venía a sumarse a otros antecedentes: la Operación Cóndor en las Malvinas y la breve experiencia urbana del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara.”
Miguel Bonasso – Recuerdo de la Muerte – Ediciones Era -1984