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La Cabaña del Terror
ESPECIAL DE HALLOWEEN —3—DISPONIBLE EN NETFLIX
La Cabaña del Terror

Nota del autor: la nota contiene spoilers sobre la película.

Carl Jung, pionero de la psicología y la psiquiatría, comenzó a desarrollar a comienzos del siglo XX su teoría sobre los Doce Arquetipos:

  1. El inocente
  2. El sabio
  3. El héroe
  4. El que está fuera de la ley
  5. El explorador
  6. El mago
  7. La persona común
  8. El amante
  9. El bufón
  10. El cuidador
  11. El creador
  12. El gobernante

Según Jung estos arquetipos están incorporados en la cultura popular y los personajes que vemos responden siempre al menos a una de estas características, lo que permite al consumidor identificarse con los protagonistas. Estos arquetipos son patrones de comportamiento, tienen un conjunto de reglas incorporadas, valores a los cuales responden, y todos estos rasgos le permiten al personaje interpretar el mundo, las experiencias y las emociones. Por supuesto no es necesario que responda solamente a uno de los arquetipos, pueden existir combinaciones —mago y héroe; bufón y cuidador; sabio y fuera de la ley; etc. — que permiten generar capas, dimensiones, y hacer más “realista” al actor de ficción.

Al igual que en otros medios de entretenimiento, el cine adoptó estos arquetipos en general, y el cine de terror en particular adoptó estas generalidades para conformar a los antagonistas del villano en sus cintas. Lo que al principio era novedad después se fue convirtiendo en un lugar común, y muchas películas fueron perdiendo dimensión frente a los clichés, que son tan reconocibles para el espectador habituado que roza la parodia.

En el año 2011 una pequeña película generó un revuelo entre los fanáticos del terror por su premisa simple y una vuelta de tuerca creativa. El film también apostó a comentar sobre el género, incorporando casi todos los clichés a su favor, como motor de la trama, y lo hizo con un tono de comedia con fuertes reminiscencias a las primeras dos entregas de Evil Dead, dirigida por el gran pionero del séptimo arte Sam Raimi, y no es coincidencia que el grueso de la acción tenga lugar, principalmente, en una cabaña en el medio del bosque, como los films citados anteriormente.

Esta obra adquirió el estatus de culto entre los amantes de género, y en esta época del año en donde el terror brilla con motivo de Halloween, muchos especialistas y analistas del medio dejan de lado el film en las infinitas listas de recomendaciones que surgen cada octubre, y eso es una injusticia.

La historia de La cabaña del terror es sencilla. Un grupo de estudiantes universitarios van a pasar un fin de semana a la cabaña del primo de Curt (Hemsworth) típico atleta de físico imponente y carismático, junto con su novia Jules (Anna Hutchison) estudiante de medicina, estereotipo de porrista rubia y bonita, Marty (Fran Kranz) consumidor de marihuana y el único que parece sospechar que algo extraño sucede en el bosque; Dana (Kristen Connoly) estereotipo de “virgen”, tímida y más preocupada por sus notas académicas que por la típica diversión universitaria; y por último Holden (Jesse Williams), compañero de Curt en el equipo de fútbol americano, pero a diferencia de este se destaca por su intelecto.

Ni bien llegan a la tenebrosa locación aislada notan que la cabaña no es “normal”. Encuentran espejos que tienen una doble cara y permiten ver hacia otras habitaciones, la decoración del living exhibe animales disecados con gestos feroces. Pero lo peor está en el sótano del lugar: el subsuelo está repleto de objetos siniestros, que parecen ser heraldos de malos espíritus. Los jóvenes, atraídos por varios de estos artefactos y haciendo chistes sobre la naturaleza macabra de los mismos, terminan encontrando un diario íntimo perverso —muy similar al Necronomicon de Evil Dead— y, tras leerlo, desencadenan una serie de eventos inimaginables para ellos.

Una familia de zombis, los Buckner, antiguos residentes de la cabaña, se levantan de sus tumbas con el fin de asesinar al grupo que cometió el error de recitar en voz alta las palabras en latín que había en las páginas manuscritas. El grupo tiene las horas contadas, pero no sólo son ajenos a la amenaza latente, sino a una conspiración mucho más grande detrás de ellos.

En una instalación secreta un grupo de ingenieros y científicos —parte de una cadena global que se dedica a lo mismo— manipula al grupo para que cumplan ciertas reglas contra su voluntad, a fin de que terminen sacrificándose, sin saberlo, para calmar la sed de sangre de unos Dioses Antiguos. Para eso necesitan que cada uno de los sacrificados puedan ser encasillados dentro de un estereotipo distinto: el intelectual (Holden), la virgen (Dana), el bufón (Marty), el atleta (Curt) y la “mujerzuela” (Jules). Cada arquetipo, que coincide con los que se presentan habitualmente en las películas de terror del género slasher (asesinos con cuchillos o armas de filo) debe morir para salvar a la tierra de la destrucción.

El tiempo corre porque en las otras sedes los grupos destinados al sacrificio ritual consiguieron vencer a los monstruos que les tocaron en suerte. Estados Unidos debe salvar al mundo —como siempre lo hacen en la mitología que confeccionaron durante décadas en su cultura popular— de un terrible final, y por eso los que supervisan el funesto rito utilizan todo tipo de artilugios para que el grupo cumpla con sus roles, desde lanzar feromonas para que mantengan relaciones sexuales hasta mensajes subliminales que van torciendo el rumbo de sus acciones.

Los Buckner zombis van despachando al grupo uno por uno, al parecer sin problemas, pero Dana y Marty, los dos que parecían menos aptos para sobrevivir, consiguen infiltrarse en las instalaciones subterráneas en donde encontrarán que los muertos vivos eran una de las cientos de opciones terroríficas que les podían haber tocado en suerte. En un glorioso plano general podemos ver múltiples celdas vidriadas con monstruos de todo tipo, desde payasos asesinos, insectos gigantes, vampiros o alienígenas hasta unicornios asesinos, fantasmas o el infame tritón, la contraparte masculina de las sirenas.

Dana y Marty deberán decidir si ofrecen su vida para salvar al mundo o si el tiempo de la humanidad llegó a su fin, mientras todas las criaturas sueltas matan cuanto ser vivo aparezca en su camino.

La cabaña del terror consigue hacer una parodia efectiva sobre el género del horror, exponiendo los múltiples lugares comunes que se encuentran en la infinidad de películas que se enmarcan dentro, pero no elige quedarse con la mera exposición: al convertir los estereotipos en parte del argumento, consiguen reformularlos. Hemos visto mil veces al hombre carilindo de cuerpo hercúleo que tiene una novia igual de bella, ambos entregados a sus pulsiones sexuales y víctimas del asesino de turno. El cine de terror nos ha dado mil y un ejemplos del intelectual capaz de deducir que algo malo está sucediendo pero que es incapaz de detener los eventos porque nadie los escucha. Incluso la locación, una casa decrépita en el medio de la nada, es un cliché en sí mismo. La inteligencia del guión y la dirección es en darle a cada cliché un nuevo propósito, una razón de ser.

El film toma los arquetipos de Jung, los baraja, corta y reparte nuevamente.

La película se estrenó con excelentes críticas, recuperó y ganó algo de dinero en base a un presupuesto modesto —30 millones de dólares— dentro de una industria que suele destinar esa suma de dinero a sueldos de las estrellas principales. Ganó numerosos premios en festivales dedicados al cine de género y hasta se dio el lujo de contar con una estrella en ascenso como Chris Hemsworth, quien empezaba a transitar su camino como Thor en el Universo Cinematográfico de Marvel.

En el rol de director encontramos a Drew Goddard quien tras una exitosa carrera como guionista se puso enfrente de su primer proyecto cinematográfico, demostrando una capacidad admirable para generar una atmósfera tanto agobiante para los pasajes de terror como relajada para los pasajes de comedia que proponía el guión. De hecho, la escritura del libreto estuvo a cargo de él y de Josh Whedon, creador de series emblemáticas como Buffy la cazavampiros o Firefly, y director de las dos primeras entregas de The Avengers. La pluma de este director se puede ver en los diálogos dinámicos, llenos de referencias a la cultura popular, con chistes breves pero concisos y la capacidad para mezclar géneros con naturalidad.

La cabaña del terror es un claro ejemplo de cómo se puede tomar una receta mil veces hecha e inyectarle vitalidad, convertirla en algo nuevo. El profundo entendimiento de las reglas del género de terror, el acopio de guiños a décadas de historia de cine —los amantes de las referencias tendrán muchos momentos para pausar y tomar nota— conjugados con actuaciones de primer nivel, efectos especiales sangrientos de factura impecable y, sobre todo, la brújula apuntando al norte primordial que es entretener, hacen de este film algo especial. Consigue comentar sobre sus cintas antecesoras, reconoce las debilidades y las convierte en fortalezas. La cabaña del terror es una película que enmarca a todas las películas de horror, se burla un poco pero entrega una historia atrapante con un final que desafía la lógica, pero con excelentes resultados.

Quienes quieran disfrutar de esta gema a menudo desapercibida pueden encontrarla en la plataforma Netflix.

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