En los años ’60, el Club Gimnasia y Esgrima de Mendoza, contaba con un “enganche” que por su destreza se había convertido en el ídolo del fútbol cuyano: Víctor Legrotaglie. Nació en el departamento de Las Heras en 1937, provincia de Mendoza. Desde muy pibe demostró su talento innato. En “picados” de potrero, Legrotaglie era la figura insuperable y cuando se sumó al Club 5 de Octubre, quedó claro que su destino era el fútbol. Debutó directamente en la primera división de Gimnasia a los 19 años. No había pasado por las inferiores; no le hacía falta. En su larga carrera profesional, “El Víctor” como lo llama su pueblo, integró también Chacarita Juniors, Américo Tesorieri de La Rioja, Independiente Rivadavia y la selección mendocina entre otros. En el club que lo consagró, Gimnasia de Mendoza, jugó 450 partidos; y a poco andar empezó a ser una leyenda viva en Cuyo. Mimado por sus comprovincianos, en el pico de la popularidad, fue tapa de la revista El Gráfico, lo que significaba la consagración.
Pero como a muchos héroes de la épica, la tragedia se cruzó en su camino de la manera en que suele hacerlo la fatalidad: por el absurdo.
Víctor tenía un hijo que en 1969 contaba con cinco años; “Cocó” Legrotaglie. El 19 de marzo de ese año, el crack fue a visitar una tía. El chico se puso a jugar con un guinche de un taller que había en la vivienda. La pieza se descolgó golpeando en la nuca a Cocó, matándolo.
Como no podía ser de otra manera, el golpe del guinche pegó muy fuerte también en el ánimo de Legrotaglie padre. “Yo no quería saber nada más con la vida. Largué todo”; explicaba muchos años más tarde a un periódico deportivo. Pero el hombre sintió que tenía el deber de recuperarse y actuó en consecuencia, por la memoria de Cocó. Entonces comenzó el culto del plantel de Gimnasia y Esgrima de Mendoza, que transformó definitivamente al chico en la mascota eterna. El equipo ponía su suerte en manos del pibe y algunos ritos cabalísticos en el mundo del fútbol, en Gimnasia de Mendoza fueron de rigor. Se dice que Víctor antes de salir al campo de juego, hacía besar al equipo un pantaloncito que había pertenecido al chico.
También había un monolito en un sector del estadio de Gimnasia de Mendoza. Se cuenta que hasta allí se dirigía todo el equipo después de los entrenamientos y con la solemnidad que demandaba el momento, oraban y pedían al Cocó que no los desamparara frente al próximo rival. En ese monolito había una placa que a modo de epitafio, perpetuaba la memoria del pequeño Legrotaglie, resumiendo el sentimiento de los jugadores y seguidores del Club:
“Cocó Legrotaglie.
Por irse al cielo a jugar,
nos quedamos sin mascota.
Aquí un niño menos,
allá un ángel más”.
(19 / 05 / 1969).
Víctor Leglotaglie, pese a que habría recibido importantes ofertas para jugar en equipos del exterior, pasó gran parte de su vida profesional en Gimnasia y Esgrima de Mendoza; primero en el campo de juego, luego como técnico.