Las remembranzas tienen la particularidad de vestirse con imágenes, olores, instantes, chispazos, sonidos, sensaciones y mucho más. Entre los objetos que asisten a la memoria de la niñez está la vieja máquina de coser Singer; la afamada y gran compañera de muchas mujeres de antaño.
En mi casa había una, mi madre la manejaba con destreza y aunque fue modista nunca quiso enseñarme el oficio, quizá pensó que podría coser otro destino laboral. Me gusta estudiar, y no soy buena con las labores manuales, la torpeza es parte de mi rebeldía al “deber ser”, un “deber ser” que en el siglo pasado pasaba por las tareas hogareñas como centro de atención del universo femenino.
Jugar es un modo de demostrar nuestras afinidades y no. No estaba en mis planes jugar a la casita y ser el ama de casa que cocinaba, bordaba o cosía, era más lindo jugar a ser dueña de algo o al menos la encargada, entonces tomaba dimensión jugar a despachar en una despensa, una tienda, o ser la secretaria de una oficina. En los cajones de madera finamente labrados de la máquina de coser, y que en aquellos tiempos infantiles me parecían mágicos, guardaba retazos pequeños de tela, hilos, botones, alfiletero, alfileres, ropa pequeñita de muñecas y otros utensilios. Las “chirolas” (monedas) de la supuesta tienda que atendía, iban en el cajoncito de arriba, y en una caja de madera colocaba los papeles de diario cortados en forma rectangular y que simulaban ser billetes para las transacciones comerciales. Hablar con las muñecas, mis clientas, era mi momento favorito. Quizá desde esos instantes aprendí a hablar con mi yo interno.
Los juegos solitarios tienen la singularidad de establecer reglas que se pueden romper, y cuando me aburría “en menos de lo que canta un gallo” la tienda se convertía en despensa y las “chirolas” envueltas en papel metalizado se transformaban en chocolates y los viejos diarios en papel para envolver.
Mi madre, modista, sabía sacarles lustre a las prendas con sus ideas y costuras, pero lo que más me llamaba la atención era su pie sobre el pedal, casi una forma moderna de hacer gimnasia. De todas maneras, ella prefería la gimnasia mental, y mientras cosía hacía gala de sus saberes acerca del mundo y sus circunstancias, soñaba con ser escritora, lo paradójico era que nunca se animó a hacerlo porque sus expectativas eran mayores que su sueño: deseaba ser una escritora de consulta. No obstante, fue muy conocida en el barrio por su capacidad para coser y en la familia por su don para cocinar. No es fácil coser sueños sin máquina…
Ana María Caliyuri
Las Costureras
¿Cuántos miles de kilómetros pedalearon
muchas abuelas en las Singer, sin haber
salido en todas sus vidas de un cuartito?
Santiago Espel – Las Líridas – Poemas del Escarmiento
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