En 1996 la empresa japonesa Capcom, dedicada a la producción de videojuegos, lanzó al mercado un título que impulsaría un sub-género dentro del horror —el survival horror u horror de supervivencia— cuya mecánica interna es de concepto simple, pero adictivo: el jugador debe sobrevivir a un escenario, en general catastrófico, con recursos escasos, resolviendo acertijos en el camino y descifrando el misterio de la historia detrás de los hechos que le tocan en suerte. Si bien este particular estilo existió desde la década del ´80, terminó de explotar gracias a Resident Evil (o Biohazard, como se lo llamó originalmente en el país oriental), cuya popularidad lo convirtió en el juego más vendido en la historia de la consola PlayStation I, con más de cuatro millones de copias agotadas.
Dirigido por Shinji Mikami, quien comenzó con esta obra un camino por el género de terror apuntado a las consolas hogareñas, los jugadores de la época asistieron al nacimiento de la ciudad ficticia Racoon City, epicentro de un brote zombi causado por el misterioso Virus T, junto con la nefasta empresa bio-médica Umbrella Corporation, quienes están detrás de los experimentos que derivaron en el escape de los muertos caníbales, al igual que múltiples monstruos que se van escapando de los laboratorios en las subsiguientes entregas del juego.
Resident Evil construyó una base de fanáticos enormes que esperaron pacientemente dos años hasta el lanzamiento de Resident Evil 2, uno de los videojuegos más alabados no sólo dentro del género survival horror, sino como uno de los mejores de la historia del medio. Es tan vigente el amor por este título que en el 2019 Capcom lanzó una versión actualizada para la consola PlayStation 4, con gráficos de última generación pero con el espíritu del original. En esta oportunidad los jugadores vuelven a Racoon City y conocen a dos personajes que serán emblemáticos para la saga, y pertinentes para esta nota en particular: el policía novato Leon S. Kennedy y Claire Redfield, hermana de Chris (uno de los protagonistas de la primera entrega), quien está en la ciudad tratando de dar con el paradero de su hermano.
Ambos protagonistas volverán a aparecer en otros títulos de la saga, así como en adaptaciones cinematográficas, televisivas, mangas y novelas. Y son ellos dos los protagonistas de Resident Evil: La tiniebla infinita, miniserie de cuatro episodios que se estrenó el pasado julio en la plataforma Netflix.
Algunas personas consideran que es necesario haber jugado los videojuegos o al menos conocer la historia previa para poder comprender mejor los eventos que se relatan en la serie. Sin embargo lo único que hay que saber realmente antes de comenzar a verla es que Leon, al final de Resident Evil 3: Nemesis —el juego—se une a las fuerzas gubernamentales por su experiencia peleando contra los zombis y la Umbrella Corporation, y que Claire se dedica a la ayuda humanitaria en territorios azotados por la guerra. Ambos se conocen de los eventos previos relatados en los videojuegos, y con estos simples datos uno puede comenzar la serie sin preocuparse por tres décadas de productos lanzados al mercado.
La dirección corrió a cargo de Eiichirō Hasumi, conocido principalmente por las adaptaciones a largometraje del popular manga Assassination Classroom, que contó con sus dotes artísticas en dos oportunidades. También se hizo cargo de los guiones junto a Shogo Moto, bajo la supervisión de la productora japonesa TMS Entertainment. La producción se anunció a mediados del año pasado, y pese a algunas confusiones en su momento sobre la naturaleza de la obra (se especuló que iba a ser un largometraje) Netflix comenzó a promocionarla como una serie limitada de cuatro episodios, todos de menos de media hora de duración, realizados enteramente con CGI (animación por computadora), apelando a un estilo hiper-realista.
La historia cuenta varias historias en paralelo. Por un lado está Jason, un soldado de élite y único sobreviviente de un pelotón —los Perros Locos— que sufrió un violento ataque en el país africano ficticio Penamstan, fronterizo con China. Seis años después lo recluta el presidente para intentar descubrir una infiltración a la base de datos interna de la Casa Blanca, y formará equipo junto a Leon Kennedy y Shen May, una soldado que también estuvo en las operaciones en África.
A mitad de la reunión junto con el Presidente Graham y el Secretario de Estado Wilson las luces se apagan en todo el hermético edificio, y la seguridad interna deberá enfrentarse a un ataque zombi dentro de los oscuros pasillos de la Casa Blanca. Nadie sabe quién fue capaz de infiltrar el virus en un sitio tan custodiado, ni con qué fin se hizo, pero Wilson sospecha de la inteligencia China, y a pesar de las buenas relaciones diplomáticas con el gigante asiático él cree que ellos están intentando iniciar una guerra con armas biológicas en territorio estadounidense.
En paralelo, Claire descubre un aterrador dibujo que hizo un niño sobreviviente de Penamstan, en donde se ve a un horda violenta devorando a soldados y rebeldes por igual. La ilustración le hace recordar a los brotes zombis en Racoon City, y esto la hace sospechar que hay algo oculto detrás de la fachada “humanitaria” que presentó el ejército de Estados Unidos como motivo de la ocupación. Claire regresa a su país para conseguir información y la aprobación de fondos para construir escuelas y hospitales en territorio africano, y termina encontrándose con León en la Casa Blanca, quien está demasiado ocupado embarcándose en la misión que le fue designada.
Los protagonistas, simultaneamente, van a ir descubriendo una conspiración mucho más grande detrás del atentado a la Casa Blanca, e inician una carrera contra-reloj para evitar el conflicto de intereses entre las partes involucradas. Todos los protagonistas tienen un motivo diferente para sacar a la luz —u ocultar— la existencia del famoso Virus T y su utilización como arma.
Resident Evil: La tiniebla infinita es una obra muy accesible tanto para fanáticos de la serie de videojuegos como para los amantes del género zombi. Es breve (se puede ver en una tarde, dura menos que una película) y cuenta con una animación excelente. No solo el diseño de personajes es realista, sino que la acción no escatima en escenas de terror genuinas, con sangre por doquier que no le esquiva a las imágenes más impactantes. Los escenarios parecen haber sido capturados en vivo, es tal el realismo que ostenta que por momentos es difícil distinguir la animación de metraje real. El uso de la iluminación es soberbio, y pese a que es una serie animada no tiene nada que ver con producciones típicas de estudios como Pixar o Dreamworks, sino que es más cercana al animé japonés en estética.
La serie no aburre en ningún momento, y de hecho deja un final abierto a explorarse, probablemente, en nuevas entregas que expandan las ideas que quedaron colgando en el argumento. Si bien no hay diálogos profundos ni una trama ambiciosa, el misterio planteado es lo suficientemente entretenido para cautivar al espectador casual, y al final del día, es todo lo que importa en un producto de entretenimiento como este.
Es probable que los fanáticos de la saga encontrarán algunos condimentos extras al tener conocimiento sobre toda la mitología creada en las últimas tres décadas, pero Resident Evil: La tiniebla infinita es una obra que se deja ver con facilidad, que cumple con las expectativas y que tiene el valor agregado de una animación preciosista, la presencia de un monstruo final impactante y el trabajo de doblaje de los actores estadounidenses destacado. Una propuesta diferente para este mes de Halloween.