“Hacer el aguante” significa sostener algo, o a alguien. Puede ser una banda de rock – uno de los ámbitos en que más difundido está el concepto – pero también un equipo de fútbol. En el mundillo de las hinchadas, la idea del aguante tiene un valor superlativo; casi épico, ya que en muchas circunstancias se pone en juego literalmente el “cuero”, la integridad física, cuando se trata de defender los colores del propio equipo.
En razón de la frecuencia con que se registran episodios de violencia protagonizados por las barras bravas de gran parte de los clubes de fútbol, el aguante es el rasgo distintivo de pertenencia a la barra; y ya en un círculo más amplio, a la hinchada en general; sin que esto represente un compromiso del público masivo con episodios de violencia, ya que el simpatizante tradicional – de cualquier color – sólo desea alentar a su equipo y disfrutar de ese espectáculo único que es el fútbol.
Ésta primera significación de aguante se caracteriza por la integración, la identidad, el acompañamiento y la solidaridad entre pares. El sentido tribal de la barra no admite matices; hay una clara diferencia entre “nosotros” y “ellos.” Lo propio tiene aguante; el adversario es “cagón” o directamente “no existís”, como se lo hace saber la hinchada entera de un club determinado a sus rivales, agitando miles de brazos en forma de negación, cuando éstos entonan un estribillo. La propia tropa de la tribuna es enaltecida y sus presuntas gestas, son exaltadas en los cánticos siempre creativos y renovados. El club, sus colores y su historia son los valores máximos que siempre, bajo cualquier circunstancia, se deben defender por sobre todas las cosas. Otra de las facetas del aguante es la resistencia. Cuando el club baja de categoría – se va al descenso – o tiene una mala campaña que lo hace blanco del periodismo deportivo y también de las críticas de sus propios seguidores, para muchos es el momento en que más debe hacerse notar el aguante.
Seguir acompañando aunque se pierda y estar presente pese a los vacíos a veces notorios en la tribuna propia.
Y también están los “trapos.” Los trapos son las banderas con los colores amados; verdaderos trofeos en las guerras entre barras e hinchadas. De los hechos que acreditan prestigio, tiene particular valor arrebatarle alguna bandera al rival; si esto se produce durante un partido o en las inmediaciones del estadio. Cuando hay una tropa numerosa en torno al trapo disputado, el botín alcanza un mérito mayor; que puede llegar a tener un sentido épico si además, se registra algún hecho de sangre en torno a la disputa. Parte de esa resistencia pasa por “no ser botón.”
Si algún simpatizante o un grupo de ellos son agredidos por otra parcialidad, los códigos no escritos del aguante sostienen que no debe haber denuncia policial ni judicial; pero sí está habilitada la revancha que la barra buscará en el momento y el lugar oportuno, para que la represalia alcance su mayor eficacia. Hay casos conocidos que incluyeron alguna muerte, y el bando damnificado se negó a testificar o denunciar a los victimarios. Así se registran hechos sangrientos que no tienen explicación en la coyuntura, pero que obedecen a antiguos agravios no saldados.
La filosofía del aguante alcanza también a los fenómenos musicales de masas, como los que generan las bandas de rock o cumbia. Más allá del circuito comercial, en los últimos años del siglo XX y en la primera década del XXI, se generalizó una forma distinta de relación entre los artistas y su público; fenómeno del que – probablemente – el grupo Los Redonditos de Ricota y su líder el Indio Solari, fueron uno de los pioneros de la era post dictadura. Esa forma de relación está marcada por un mensaje inclusivo que parte de la banda a sus seguidores, y éstos responden con el aguante al grupo; estando presentes en los recitales en cualquier geografía, acompañando físicamente, difundiendo sus letras y exhibiendo trapos con los nombres de las bandas y sus líderes. Así alcanzaron popularidad grupos de rock y cumbia que los grandes medios de comunicación no registraban; al menos no con la operatoria fuertemente comercial de aquellos que ya son parte del circuito discográfico, o que las grabadoras intentan instalar en el mercado.
Una manifestación cultural que muchos – incluyendo artistas y simpatizantes – denominan “under.” El aguante de los seguidores de las bandas musicales todavía tiene un carácter de entrega; muchos son chicos que a veces viajan gran cantidad de kilómetros y por cualquier medio, para estar cerca de su banda y participar del ritual colectivo en que se convierte el recital.
El aguante al club o a la banda de sus amores, cuando no está penetrado por los vándalos tiene un carácter militante, que se manifiesta desde el trapo colgado en la cabecera de la cama y que acompaña en cada evento, hasta el “pin”, el dibujo en la mochila, o “la vaquita” solidaria para pagarle la entrada al compañero que no tiene una moneda encima.
El aguante a los trapos, sea futbolero, rockero, cumbiero o cualquier sentimiento artístico – deportivo que convoque, tiene como sello indeleble, la lealtad.
Testimonios
El Aguante y los Trapos
En las buenas abundan las lealtades. Pero cuando no soplan vientos favorables, quienes permanecen son los fieles. Tanto en el fútbol como en la política y en otros ámbitos humanos, el éxito suele tener muchos hijos; pero pocos se hacen cargo en tiempos difíciles y siguen aguantando los trapos. Porque ser futbolero es también una forma de ser argentino. Parte esencial de nuestras grandes pasiones y de la identidad popular, más allá de los colores existe un motor interno que como los códigos no escritos, animan a todas las hinchadas. “La pelota no se mancha”, dijo una vez el Balón Mayor. Los trapos tampoco. Y se bancan aún en las malas, como cantan los paredones en muchos barrios.
Aguantadero: v. Aguantar.
Aguantar: Pop. Aguardar, dar tiempo o esperar a una persona. // Prestar dinero a alguien, sin prisa, por la devolución
… No tengas miedo; te aguanto diez lucas»
Grisbi – Albert Simonin – 1956 – Traducción: Marcelo Menasché
Son extensiones de significado del cast. Aguantar: sufrir, tolerar.
Del. Guarecer: poner a cubierto de persecuciones.
Del pop. Aguantar: dar tiempo o espera. Circula la variante aguantiñar, inclusive en la acepción cast. «tolerar»
…pero si lo aguantiño y no le rajo,…».
Daniel Giribaldi – Sonetos Mugres – Sudestada – 1958
Aguantadero: escondite donde se refugia el delincuente para eludir a la policía.
«Los aguantaderos están, en un 90 por ciento de los casos, en villas de emergencia. Y casi siempre en casa de mujeres sin recursos ni marido, pero con muchos hijos para alimentar. Hace falta el peso y nadie pregunta de dónde viene.»
Horacio de Dios – Semana Gráfica – 24-10-69
«Me pregunto… ¿La Argentina se estará convirtiendo en un aguantadero internacional?.»
Correo Clarín – M. A. Ambertín – 12-11-82
“Se presume entonces, que los jóvenes integrantes de la banda alquilaban la pieza de la pensión como “despìste” y para utilizarla como “aguantadero”, pues allí la policía secuestro el producto de varios robos oportunamente denunciados, consistente uno de ellos en el apoderamiento de valijas de valor y documentación perteneciente a un ingeniero de apellido Medrano. Siempre a estar de los trascendidos, la víctima tendría “algún antecedente penal”, que podría ser derivado de lesiones en riña.”
Clarín – 11-01-85
“Una paciente investigación permitió a los pesquisantes establecer que la banda poseía un “aguantadero” en las proximidades del acceso Los Lagartos, jurisdicción de Pilar. Allanado el lugar, encontraron en su interior al menor, y se procura ahora localizar a los otros tres compinches.”
Clarín – 28-03-85