Corría el año 1909. El presidente de la Nación Figueroa Alcorta desea que los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo que se conmemorará un año mas tarde, tengan todo el brillo y la jerarquía que el país merece. Las cifras fabulosas obtenidas por las crecientes exportaciones de carne y granos, los suntuosos palacios de la avenida Del Libertador – hoy Alvear -, los miles de kilómetros de vías férreas y telégrafos, parecen confirmar el conocido slogan de que Argentina es el granero del mundo. Sin embargo, no todos están conformes. El 1º de mayo de 1909, una multitud calculada en varias decenas de miles de manifestantes, se concentra en la Plaza Lorea, actual Plaza Congreso para recordar el Día Internacional de los Trabajadores y efectuar una serie de reclamos: jornada de trabajo de ocho horas; el descanso dominical; y la reglamentación de la labor de mujeres y menores eran algunas de las demandas. La movilización fue convocada por los anarquistas de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y habría superado en número a la reunión socialista que con igual motivo se realizaba a la misma hora en Constitución. El mitin de Congreso se estaba desarrollando con normalidad hasta que surgieron incidentes entre la policía y manifestantes, el saldo fue la muerte de una decena de obreros víctimas de las balas policiales.
Según testigos, el jefe de policía coronel Ramón Falcón dirigió personalmente la represión. Al sangriento episodio, siguió una semana de huelgas y movilizaciones que produjeron mas represión con su secuela de muertes. El adusto rostro del coronel Falcón con sus ojos penetrantes y los gruesos bigotes en manubrio que lo hacían fácilmente reconocible, estaba detrás de cada orden de reprimir.
El 14 de noviembre de 1909, cuando el jefe policial se desplazaba en coche por la Avenida Callao acompañado por su secretario Alberto Lartigau, un muchachito que se acercó al vehículo a la carrera, le arrojó una bomba que estalló matando a Lartigau y minutos después al policía. Al ser capturado luego de una corta persecución, el homicida dijo en un trabajoso castellano a los uniformados que lo capturaron: «tengo una bomba para cada uno de ustedes».
El detenido dijo ser Simón Radowitsky, polaco de 18 años y que había actuado para vengar a los muertos de Congreso. Aunque el atentado tuvo todas las características de ser un ataque solitario como los que también habían padecido Sarmiento y Roca entre otros, el gobierno desencadenó una indiscriminada represión contra sindicatos, prensa opositora y dirigentes políticos en el marco del estado de sitio.
La Policía Federal designó a su escuela de formación de cuadros con el nombre del coronel muerto y la dictadura militar en 1976, hizo otro tanto con una plaza del barrio de Floresta que hoy los vecinos han rebautizado con el nombre de Che Guevara, aduciendo que «no queremos rendir honores a un genocida». En un ejercicio de democracia directa en el que votaron hasta los menores, se hizo el cambio de denominación que falta ser refrendado por la legislatura porteña.
Radowitsky se salvó del fusilamiento por su corta edad pero fue condenado a cadena perpetua en el penal de Ushuaia. En 1929 fue indultado por el presidente Yrigoyen y luego combatió en la Guerra Civil Española, naturalmente en las filas anarquistas. Exiliado en México luego de la derrota, murió de un infarto en 1956.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno – Testimonios – 2020