El mundo deportivo dispone de muchas leyendas en sus respectivos campos, figuras de importancia innegable, cuyos nombres se tallaron en piedra, pasaron a la posteridad. En fútbol podemos hablar de Pelé y Diego Armando Maradona, por nombrar solamente dos que no están en actividad en la actualidad. La Fórmula 1 tuvo exponentes como Michael Schumacher o Juan Manuel Fangio, y en basquet podemos mencionar a ídolos como Larry Bird o, tal vez, su máximo exponente moderno: Michael Jordan.
Nacido un 17 de febrero de 1963 en Nueva York, se crió en Carolina del Norte, donde inició su impresionante recorrido deportivo en el equipo de la Universidad Estatal, para pasar después a lo que sería su casa en lo mejores años de su carrera, los Chicago Bulls. En 1984 comenzaron sus aventuras en la mejor liga del planeta, la NBA, en donde ganaría seis títulos convirtiéndolo en una estrella para su equipo y el deporte en general.
Tras un breve retiro en donde intentó sumarse a un equipo de baseball, los Chicago White Sox, para cumplir una promesa a su padre, según declaró. Entre 1994 y 1995 tuvo un modesto paso por el popular deporte estadounidense, para luego dar un paso al costado y volver a su alma mater, los Bulls, que venían de capa caída tras los tres títulos obtenidos con anterioridad bajo el dominio de Jordan.
El jugador hizo una pretemporada exhaustiva tras un retorno sin títulos, y junto a figuras como Dennis Rodman, Scottie Pippen y Bison Dele (desaparecido en alta mar en el 2002 y asesinado, presuntamente, por su hermano) consiguieron los títulos de las temporadas 95/96, 96/97 y 97/98 consolidando así un fabuloso three-peat, lo que conocemos acá como tricampeonato, y consagrando no sólo a los jugadores sino a Phil Jackson como el entrenador más ganador de la historia del deporte.
Michael Jordan también supo vestir la camiseta de su selección en dos Juegos Olímpicos, en Los Ángeles (1984) y en Barcelona (1992). Este último se considera como la conformación del dream team original, y los especialistas del deporte afirman que esa selección es el mejor equipo de basquet de la historia, equipo del cual Jordan jugó codo a codo con Magic Johnson, Charles Barkley, Karl Malone o John Stockton, por mencionar algunos de los nombres que fueron parte de aquel infalible conjunto de hombres.
El retiro volvió a tocar las puertas del jugador, pero le duró poco. Tras tres años fuera de las canchas, en el 2001 anunció que volvería a desplegar su magia, pero esta vez en los Washington Wizards, en donde disputó dos temporadas sin ningún título bajo su tutela. En el 2003 colgó para siempre la camiseta, dejando detrás un legado repleto de glorias, de récords, y comenzando una segunda etapa como empresario y filántropo, dedicando tiempo a su familia, escribiendo libros, jugando al golf e, incluso, incursionando en el mundo de las carreras automovilísticas NASCAR el pasado 2020.
Con una trayectoria y una fama pocas veces vista para algún deportista, es lógico que hayan proliferado múltiples documentales explorando la vida y obra de Jordan, pero hubo uno que se destacó del resto.
Producido por la cadena televisiva deportiva ESPN y distribuida posteriormente por Netflix, los diez episodios de El Último Baile llegaron a las pantallas el 19 de abril del 2020, y desde entonces se han convertido en una de las docu-series más aclamadas, y también fue blanco de ciertas polémicas por cómo se contaron (u omitieron) hechos, lo que despertó varios comentarios negativos dentro de la comunidad de la NBA, con Scottie Pippen a la cabeza, afirmando que la serie se editó para glorificar a Jordan y que a él lo habían dejado mal parado.
El Último Baile, dirigido por el documentarista Jason Hehir, toma el título de una frase del entrenador Phil Jackson, quien había anunciado que la temporada 97/98 sería la última a cargo de los Bulls, a la cual calificó como su “último baile”. Con esta premisa como punto de partida —la cobertura de la consolidación histórica de aquel triplete— y con más de noventa entrevistados, la serie toma la inteligente decisión de ir desarrollando aquel campeonato con lujo de detalles y un archivo de imágenes impresionante, muchas filmaciones nunca antes vista, junto a una retrospectiva de la carrera de Micahel Jordan que se narra en paralelo.
Ambas líneas temporales mezclan los inicios de la carrera como jugador universitario junto con los juegos de la temporada, para ir mostrando cómo Jordan llegó a convertirse en ese mítico jugador que ayudaría a conquistar una de las rachas ganadoras más importantes de la NBA. El contraste entre ambas facetas temporales es tan efectivo como apasionante.
En el aspecto narrativo, es una decisión sumamente inteligente porque el formato documental se beneficia mucho del ida y vuelta temporal. Por un lado tenemos a un jugador consagrado, que no tenía nada que probarle al mundo del deporte, y por otro lado vamos viendo como se forma aquel deportista, pasando por los juegos de estrellas, los récords y sus primeros campeonatos. El espectador puede ir construyendo al hombre detrás del mito.
El relato es apasionante incluso para los que no son fanáticos de ese deporte, como quien escribe. Más allá de las críticas sobre la parcialidad del relato (que es evidente, pero también hay que considerar que es un documental sobre la carrera de Jordan) el director consigue establecer una tensión dramática impresionante, con una atmósfera épica que sobrevuela cada episodio. El trabajo que hizo su equipo de investigación para conseguir todo tipo de material audiovisual es destacable, y las múltiples entrevistas aportan dinámica ya que siempre hay algún personaje nuevo copando la pantalla.
Uno de los aspectos que más sorprende cuando se termina de ver los diez episodios es el nivel de trabajo, la doctrina y filosofía que aportó Jackson como entrenador a su equipo. La importancia del hombre, a cargo de un ejército de estrellas, es fundamental y muchas veces pasada por alto cuando se habla de los máximos exponentes de la NBA. El Último Baile se encarga de dejar en claro que si bien Jordan fue la cara visible de la operación, la mente maestra fue él. La “dinastía” de los Bulls no hubiese existido sin estos dos actores.
Cada episodio dura menos de una hora, y componen una serie ejecutada con precisión. Las controversias y las posturas parciales sobre la historia son de esperar en un documental, y más aún cuando ese documental se concentra en una leyenda de algún campo. Figuras como Michael Jordan generan hordas de fanáticos y centenares de detractores.
Siempre habrá gente dispuesta a hacer lo imposible para desmitificar al mito.
Pero una imagen vale más que mil palabras. El Último Baile tiene cientos de imágenes imborrables. Ver a Jordan volar hacia el aro, con la pelota pegada a su mano, casi como el dios de alguna mitología pagana, es un show hipnótico y épico que vale cada minuto de los 500 disponibles en Netflix.