Hablar de autores cinematográficos trabajando para la industria hollywoodense parece un oxímoron. La escena está copada por las grandes producciones, con presupuestos estratosféricos, historias basadas en sagas populares de libros —que aseguran, en teoría, la venta de entradas por el público cautivo— o superhéroes. Las empresas productoras también buscan viejas franquicias o personajes para apelar a la nostalgia, y así intentan salvar la experiencia de ver una película en un cine ante el inevitable avance del streaming como alternativa para consumir material audiovisual.
Las historias originales se van volcando, progresivamente, hacia la pantalla pequeña, en donde creadores de reputación ascendente pero no consolidada pueden dar los primeros pasos narrando aquello que les interesa. No dependen de una marca registrada detrás para el marketing, suelen atraer a grandes estrellas del séptimo arte, actores y actrices en búsqueda de un desafío a la altura de sus talentos, sin tanta “pantalla verde” detrás. Historias más humanas, más concentradas en los personajes que en el vacío espectáculo visual.
Las películas de menor presupuesto o con conceptos originales han perdido tiempo de pantalla en los cines de todo el mundo, y el streaming se ha vuelto un arma de doble filo: si el film no tiene una proyección de recaudación inicial fuerte, rápidamente pasa a alguna plataforma virtual y se retira de las salas para darle lugar a los largometrajes que garantizan el corte de tickets. El público, ante la constante suba de precios que sufren las entradas, elige en su mayoría ir a ver en la pantalla gigante esos espectáculos de efectos especiales que “garantizan” la inversión de esa cantidad obscena de dinero que cuesta ir al cine.
Edgard Wright es un director de cine nacido y criado en Inglaterra, y es uno de esos raros casos de autores trabajando para la gran industria —pese a que sus producciones suelen llevarse a cabo en su tierra natal y después distribuidas en suelo estadounidense— que apela a los géneros populares como el terror, la acción, ciencia ficción y policiales, pero siempre apuesta a contar las historias que él quiere contar. Wright tiene un estilo propio que ya es una marca registrada: edición veloz y precisa; el uso de la cámara movediza, jamás estática; la música como co-protagonista permanente de cada largometraje; muchas dosis de humor; guiones inteligentes y elencos de enorme calidad. Podríamos seguir enumerando, pero el tiempo suele ser tirano.
El artista adaptó una propiedad intelectual ajena, la historieta Scott Pilgrim, escrita y dibujada por Bryan Lee O´Malley, una comedia romántica repleta de acción fantástica, en donde el protagonista debe luchar por el amor de Ramona Flowers enfrentando a los ex de ella, todos malvados y con poderes extraordinarios. La historia y la estética eran idóneas para el director de cine, cuyo amor por las referencias a la cultura pop, a los videojuegos y las historietas se conjugó en un film vertiginoso, adorable, y hoy de culto.
Wright coqueteó con Marvel durante años, desarrollando Ant-Man para la gran pantalla. Las aventuras del héroe capaz de reducir o agrandar su tamaño a voluntad eran una pasión para el director, que luchó muchísimo contra una empresa que comenzaba a crecer cada vez más y a restringir las libertades creativas de los artistas en pos de contar la “gran historia” dividida en muchos films. Aquella experiencia lo frustró de sobremanera, el mundo se perdió una película de superhéroes diferente (aunque retazos de aquel guión original se pueden encontrar en el largometraje final, en donde mencionan a Wright como co-autor) y toda la energía creativa e imaginación volvió a concentrarse en sus propias ideas.
La filmografía de Edgard Wright es un caso raro ya que no podemos encontrar una obra mala. Su afamada Trilogía del Cornetto, protagonizada por Simon Pegg y Nick Frost, es impecable. Shaun of the Dead (aborda el género zombi); Hot Fuzz (incursiona en los policiales y los films de acción) y The World´s End (donde se mete en la ciencia ficción) son mezclas perfectas entre géneros y comedia que le valieron legiones de fanáticos alrededor del mundo. Baby Driver apuesta al sub-género del cine policial de asaltos y persecuciones, y hasta se metió en el documental con The Spank Brothers en donde cuenta la historia del dúo pop-rock oriundo de Los Ángeles.
El misterio de Soho cuenta la historia de Ellie (Thomasin McKenzie) una joven huérfana criada en la zona rural de Inglaterra, apasionada de la moda y obsesionada con la década del ‘60. Adora la música en formato vinilo, escucha bandas clásicas de la época, y la estética de aquella era es una influencia fundamental en cómo se viste y en los diseños que crea. El film comienza con ella tras recibir la aprobación para ir a estudiar diseño de moda a Londres. Su abuela está preocupada no sólo por el abrupto cambio de vida, por los peligros inherentes de la vida en una gran ciudad, sino porque Ellie tuvo episodios en el pasado en donde visiones fantasmales la agobiaron. La imagen de su madre aparecía en los espejos, observándola silente. La mamá se suicidó en el pasado cuando fue a perseguir la misma carrera que su hija, también abrumada por esa percepción extrasensorial.
La adaptación en las habitaciones comunes para los estudiantes no es sencilla, la jovencita tímida sufre el acoso de sus compañeras, que la ven como un “bicho raro”, y a los pocos días consigue una habitación en los suburbios londinenses, regenteada por la Señora Collins — último papel de la legendaria Diana Rigg, a quien los más memoriosos recordaran como Emma Peel en la serie Los Vengadores, y el público más reciente la tendrá en la memoria por su aclamado rol en Juego de Tronos, como Olenna Tyrell.
Ellie comienza a soñar con una joven mujer rubia y misteriosa que quiere triunfar como cantante en el barrio Soho, en la década del ´60. Ella es Sandie —interpretada por la siempre talentosa Anya Taylor-Joy—, ambiciosa, talentosa, sensual y determinada. Va al Café de París en pleno centro nocturno de Londres y encara a un hombre que dice ser capaz de darle un futuro como artista. Jack (Matt Smith) le promete la carrera que ella soñó, y ella no tarda en caer bajo el encanto del seductor hombre.
Ellie se siente extasiada con esos sueños vívidos ambientados en la época que tanto ama, e incluso toma como inspiración a Sandie, no sólo en el look de su modelo ideal sino en las vestimentas, que traduce como diseños propios. La joven diseñadora tiñe su cabellera de rubio, consigue ropa vintagee incluso cambia un poco su actitud, luce más confiada y hasta consigue un empleo en una barra de un pub.
Pero los sueños pronto se convierten en pesadillas cada vez más violentas, que derivan en un asesinato. La soñadora no puede escapar noche a noche de esas visiones infaustas, el rumbo de su vida, aparentemente exitoso, se tuerce junto a su estado mental. Ellie está determinada a resolver el crimen que vio, con la esperanza de así terminar su padecimiento y salvar a su musa. Sin embargo los hechos no son tan claros como ella quiere ver, y los fantasmas del pasado podrían no ser sólo imágenes que aparecen cuando entra en el mundo de los sueños. La vida de la emergente diseñadora está en peligro real, la amenaza parece invisible al resto, y sus antecedentes familiares de locura y suicidio no la ayudarán en nada a la hora de acudir con las autoridades policiales.
El misterio de Soho es un film que se toma su tiempo para establecer los personajes. La primera media hora está concentrada principalmente en Ellie, en sus sueños, su personalidad y en sus aspiraciones. El sueño de ser diseñadora de modas es un doble desafío: por un lado es algo a lo que ella aspira, es su pasión, pero también era la ambición de su madre. Conseguir consagrarse en el siempre competitivo mundo del diseño de indumentaria significaría cumplir los deseos de ambas, seguir el camino de su progenitora y honrar su memoria. Edgard Wright es un especialista en contar las historias a través de sus personajes, creando empatía por sus “criaturas” para que los eventos futuros tengan impacto.
Cuando las hermosas visiones del pasado se tornan en una pesadilla surrealista —con claros homenajes al cine de horror clásico italiano, el famoso giallo que tuvo como exponentes fundamentales a Mario Bava y Dario Argento— el espectador ya conoce a los protagonistas, sabe quiénes son y qué los motiva.
Cada nuevo suceso en el desarrollo de la historia tiene fuerza gracias a las actuaciones, todas de altísimo nivel, combinadas con la experta habilidad del director, que también oficia como guionista junto a Krysty Wilson-Cairns.
Este es un film de terror psicológico durante la mayor parte del metraje, y apela a algunos elementos sobrenaturales especialmente en el tercer acto de la historia. Una lectura superficial del film (que es por completo válida) puede ser que El misterio de Soho es una narración de suspenso, sobre un crimen del pasado no resuelto y los problemas que la protagonista encara para poder encontrar paz en ambas líneas temporales.
Sin embargo, el recorrido de Ellie permite una segunda lectura: este es un largometraje que habla sobre el peligro inherente de la nostalgia.
Es casi una moda glorificar épocas pasadas bajo el concepto “antes las cosas eran mejores”, y es un mecanismo de pensamiento que puede aplicarse a cualquier cosa. “En los ´80 el cine de terror era mejor”; “la música de los ´70 jamás será igualada”; “la ropa en los ´60 tenía más estilo que la actual”; etc. La nostalgia es una sensación personal, en donde quien la experimenta tiene argumentos que se amparan en los gustos propios, y son muy difíciles de discutir o refutar. Ellie glorifica una década que no experimentó, su conocimiento proviene del cine, de la música, las revistas de moda y los posters que decoran su pared. Cree que Londres hace sesenta años era su lugar en el mundo, una era en donde un alma creativa como ella podría haberse desenvuelto con libertad.
¿Cuántas veces hemos escuchado, o dicho, “debería haber nacido en tal o cual época”?
El misterio de Soho explora esa premisa, permite a su protagonista experimentar la aparente gloria pasada que tanto evoca, le muestra toda la belleza, la bohemia y el estilo de a década que venera, para después “contaminar” aquel sueño con espantosas dosis de realidad. Ellie piensa que encajaría mejor como mujer en el Soho de los ‘60 porque sus compañeras la discriminan por sus gustos estéticos y culturales, anhela una era que cree mucho más pura. Cuando empieza a conocer la verdadera naturaleza de la década soñada descubre que también pasaban cosas horribles antes, que los peligros para las mujeres jóvenes y emprendedoras de antaño eran iguales o peores que en el presente. El film es una hermosa y violenta parábola sobre los peligros inherentes a la nostalgia, esa lupa que deforma la percepción, que filtra lo malo, limpia las imperfecciones y, en contraste, cualquier época pasada es mejor al presente.
Pero el Flaco Spinetta lo advirtió en la canción Cantata de puentes Amarillos, del disco Artaud, editado en 1973:
Aunque me fuercen yo nunca voy a decir/que todo tiempo por pasado fue mejor…/ ¡Mañana es mejor!
Wright parece emular aquella proclama esperanzadora de Spinetta a lo largo y ancho de su fabuloso largometraje. El pasado es importante para no repetir los errores, pero el ser humano sólo posee futuro, y siempre es un riesgo llevar puestos los anteojos/antiojeras (concepto jauretchiano siempre vigente) de la nostalgia.
El misterio de Soho está aún en cartelera, y es una experiencia cinematográfica que, probablemente, polarice a la audiencia. Aquellos que conozcan la filmografía de Edgard Wrigt encontrarán todos los elementos que componen su particular estilo, pero dentro de una historia mucho más seria, que no apela a la comedia más que para descomprimir en unos pocos pasajes. Este es un film de terror original, ambicioso desde lo visual, cargado de tensión y con un final que permite el debate posterior, algo que las producciones audiovisuales modernas parecen evadir cada vez más.