Buenos Aires es una ciudad gris, sin color, muy conservadora. Tiene una cara que mantiene siempre reluciente, aunque últimamente hay ciertos destellos de tristeza y suciedad, y otra que oculta, que margina, que desplaza del sistema.
Walter María «Batato» Barea fue parte de ese otro rostro, quien con su inteligencia singular supo enfrentar el lado falsamente moralista de la Reina del Plata y conquistar a su público con libertad.
Una libertad que se vio concretada cuando el 3 de abril de 1990 llegó a festejar sus pechos de siliconas con el espectáculo «Todo menos natural». «Mis pechos tienen que ser una muestra de que el ser humano tiene que vivir en libertad, sin importarle la opinión de los vecinos, ni de los parientes», sentenció al dejar bien en claro que su travestismo no era una vergüenza sino una elección personal.
En una oportunidad había expuesto que «yo no imito a una mujer cuando me visto de este modo. Tampoco camino distinto o perfecciono mí físico para ser igual a una mujer. Yo te pongo un ejemplo: hay muchos señores que no son gays y les encanta, en una ocasión especial, vestirse de mujer. No es mi caso, porque entiendo que una cuestión morbosa los mueve. Mi experiencia como persona es distinta. Yo me siento cómodo, feliz. Disfruto con este look».
Pero, ¿cómo hacer entender a la población que las decisiones sobre la vida de uno las toma uno y no la sociedad en su conjunto? Con valentía, sin dejarse atropellar por represiones verbales o de hecho, que le dio a Batato cierta estatura de símbolo.
Batato Barea nació en la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires, donde concurrió como pupilo en una escuela marista y murió el 6 de diciembre de 1991, víctima del SIDA.
«El Ciruja de la Cultura» decidió ir a probar suerte a Buenos Aires y en 1984 logró incorporarse al grupo underground «Los peinados Yoli», banda de clown-rock, precursores en la revelación de la transexualidad como un derecho y no como una enfermedad.
Más tarde el clown-literario-travesti, como gustaba definirse, ingresó a «El Clú del Claun», banda liderada por Hernán Gené, del cual partió porque quería encontrar un orden propio como Oscar Wilde y convertirse en el único exponente de una estética, romántica por cierto, en la que el arte y la vida son indivisibles.
En 1985 el actor empezó su carrera en forma independiente con sus propias producciones. «Los perros comen huesos» fue su primer espectáculo dentro de la corriente poético-humorística sobre textos de la escritora argentina Alejandra Pizarnik. Esta obra expuesta en el Centro Cultural San Martín fue prohibida por Javier Torres, no obstante ante la protesta de Batato y de las Madres de Plaza de Mayo, encabezadas por la misma Hebe de Bonafini, se tuvo que poner nuevamente en escena. El acto que llevó a tal controversia era el final del espectáculo teatral: Batato intentaba tragar una hostia del tamaño de una pizza en cuyo revés versaba la frase «Enemigos del pueblo: Monseñor Plaza, Zaffaroni y Aramburu».
Sus inconvenientes con «la sagrada iglesia argentina» continuaron a medida que sé hacia más conocido y su presencia molestaba a los altos cargos. En julio de 1991, el sacerdote José Lombardero escribió en una revista de la farándula que «lo que prohíbe Dios es que se asesine, matar injustamente. Hay casos en los que uno tiene que matar. El de los homosexuales es uno de ellos». Ante semejante ignorancia Barea respondió con inteligencia al afirmar que «habitualmente asisto a misa con mi atuendo de mujer y hasta ahora, Dios nunca me echó de su casa. Los travestis y prostitutas existimos porque tenemos demanda».
Batato fue el primero en acercar la poesía a las discotecas pero no en forma melancólica sino para divertir, tenía una filosofía de vida independiente y alejada de los cánones habituales que trasladó a sus producciones como «Las Coperas», «Los Yolanda López», «Tres mujeres descontroladas», con sus compañeros Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, «Los papeles heridos de tinta», «Escándalo», entre otros.
Pero su éxito, especialmente entre los jóvenes asistentes al mundo underground de este ex camarero y taxi boy fueron los homenajes sobre la vida y obra de las escritoras Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y la poetisa uruguaya Juana Ibarbourou, «El puré de Alejandra», «Alfonsina y el mal» y «El método de Juana», respectivamente.
En «Alfonsina y el mal», estrenada en 1990 hizo su primera aparición en público la mamá de Batato, María Elvira Amichetti, con el nombre artístico de Nené Bache, quien recordó en el homenaje hecho por sus amigos al cumplirse cuatro años de la muerte de su hijo: «Un día descubrió que yo podía bailar de punta y me puso un tutú para hacer «La muerte del cisne». Él era así; descubría en la gente cosas; le abría la mente; le hacía realizar cosas que ella misma ni pensaba que sabía». «Era un ángel, hablo de lo que representaba como hijo porque como artista no me gustaba. Decía mucho en pocas palabras y no lo entendía. Pero él insistía en que no era cierto, que cada persona entiende a su manera».
Batato Barea fue actor, modelo publicitario, vendedor de fiambre, masajista, taxi boy, mozo, camarera, payaso, travesti, además de voraz lector y eficaz cocinero. Llenó de luz a la oscura ciudad de Buenos Aires. Supo hacer reír. Fue un valiente.
Su última función fue un orgullo para él: «La Carancha» o «María Julia, la carancha, una dama sin límites», una sátira referida a la olvidable María Julia Alzogaray, que presentó en un Festival de Teatro Off en Montevideo, junto a Urdapilleta y Tortonese.
Batato lucía siempre un vestuario colorinche propio de un ama de casa en trámite de limpieza, aros enormes de colores llamativos. Era una obra de arte pop caminante, con su voz ronca, sus pechos relucientes y ninguna mariconería en sus ademanes, que supo ser propulsor del movimiento under de los 80, inventó el público, los espacios y los códigos.
Una leyenda. Sincero, profundo y burlón. Quería vivir la vida que eligió y luchó constantemente para hacer su deseo realidad. Se enfrentó a una sociedad conservadora, en guerra. Nunca quiso estar arriba, lo cansaba, ya había encontrado su camino y era abajo, bien abajo.
Mercedes Engelman -Testimonios de Buenos Aires – 2000
Una Bocanada de Luz para Tanta «Oscuridad Militar»
El 20 de julio de 1995 hubo un festejo especial en las entrañas de Buenos Aires. Un grupo de artistas del underground homenajeó con una fiesta en la disco Ave Porco de la calle Corriente a unos de sus principales exponentes: Walter María Batato Barea, en donde participaron algunos de sus grandes amigos y familiares. Fue un verdadero tributo al inolvidable clown-travesti-literario.
«Estamos acá porque vamos a recordar toda nuestra vida. Yo sufrí 101 censuras e hice muchas obras». Desde una pantalla gigante Batato comenzó la función con un discurso que pareció haber sido escrito especialmente para su recordatorio. Su imagen se contorneaba dentro de un largo y ajustado vestido, ante los ojos de 500 invitados, que lo disfrutaron nuevamente.
La fiesta fue organizada por Tino Tinto, amigo, compañero de actuación y asistente de Barea, quien lo describió como «una de las personas más mágicas que conocí. Fue Bambi, por su pureza, o tal vez una cucharada de dulce de leche. La persona que desempolvó la poesía y se la hizo conocer a la gente». En ella también estuvieron Fernando Noy, Los Melli, la ex Gambas al ajillo María José Gabín, sus padres Nené Baché y Hugo Barea, entre otros.
Batato Barea fue una bocanada de luz para tanta «oscuridad militar» y sus compañeros de tabla siempre lo recordaron como a él le hubiera gustado, con mucha alegría, creatividad y sobre todo con libertad.
Mercedes Engelman -Testimonios de Buenos Aires – 2000
Yo sé que Abajo está la Verdad
Batato Barea es un marginal. «Yo me considero marginal no por una cuestión de espacio -dice- sino porque mi estética es marginal. Porque estoy abajo, bien abajo. Yo sé que abajo está la verdad.»
Es travesti, pero no sólo eso. «Lo mío traspasa al travestismo. Yo no hago fonomímica, ni me visto como odalisca o como Marilyn Monroe. Esas son mariconadas. Lo que hace Jean François Casanovas es una hermosa mariconada, por ejemplo. Yo hago de mí. Y eso es lo que más molesta. Yo soy una estética»
Tiene 28 años. Se fue de su casa a los quince. Pasó por colegios de curas, donde estuvo pupilo y luego por el servicio militar.
Fue cadete, mozo, hasta taxi-boy. Estudió teatro, y desde 1984 trabaja de esto. «Esto es hacer lo mío, mostrarme como soy, reírme de mí mismo, de mi ridiculez.» Pasó por los Peinados Yoli, El Clú del Claun, hizo de payaso animando recitales de Los Redonditos de Ricota, trabajó en las calles, plazas, centros culturales barriales, sótanos.
Estuvo haciendo recitales de poesía en el Centro Cultural Ricardo Rojas, donde lee a «poetas maravillosos, marginales, terribles, como Alejandra Pizarnik o Fernando Noy». También, los sábados después de medianoche, hace su espectáculo en el Parakultural, junto a Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta; los lunes, después de la 1 de la mañana, es el anfitrión del Banquete Teatral, en Mediomundo Varieté, un mejunje de números que dura como tres horas. Por último, realiza, junto con Urdapilleta, la obra Los fabricantes de Tortas, los sábados a las 21.30, en el Rojas una farsa donde representan a dos mujeres en un terrible juego de seducción y dominio.
«Todos esos lugares son sitios de diversión, son varietés. Y nosotros cumplimos una función: divertir a la gente en una sociedad que está en guerra. Por la crisis económica, por todos los problemas que hay, la Argentina es un país en guerra, y nosotros tenemos que divertirnos. Como dice Fernando Noy: La Argentina es el país de la muerte habitado por zombis.»
Pero esa sociedad en guerra no siempre permite esas manifestaciones, Hay censura, por ejemplo. «A mí me censuran siempre. Me censuraron en ATC, me censuró Javier Torre, cuando hice de payaso en el Centro Cultural San Martín, me echaron de programas de rock, hasta en lugares under. Y, por último, en el Alvear».
¿Qué pasó en el Alvear?
«Es largo. Yo no quiero atacar a Lorenzo Quinteros, pero nos echaron del ciclo de Teatro Joven que recién empezó. Lo que pasó es que se hizo una fiesta, el lunes 14 de agosto, en el Alvear, donde yo iba a recitar un poema de Alejandro Urdapilleta que se llama Sombra de Conchas. Era una cosa careta, con la televisión, llena de consagrados, que a mí no me representan en lo más mínimo, al único de esos que respeto es a Pinti, y al final fuimos desplazados, no pudimos actuar. Y después se hizo un baile donde las personas que trabajaban conmigo en Las Coperas, la obra que íbamos a presentar, se subieron al escenario y bailaron. Estaban Klaudia con K y La Pochocha, vestidas como les gusta a ellas, como para actuar. Los acusaron de entorpecer el espectáculo, que en realidad ya había terminado. Al otro día Quinteros mi llamó a su escritorio y me dijo que ellos no actuaban porque no son actores, que hiciera mis números más chicos, los de varieté. Eso es ridículo, si no va una cosa no va la otra, ellos trabajan conmigo y yo no permito ningún tipo de discriminación. Al fin de cuentas, al participar en ese ciclo yo les estaba haciendo un favor a ellos, y no al revés».
Lo que les molestó, dice Batato, no fue el travestismo, «eso no causa ningún escándalo».
«¿Escándalo? ¡No! El travestismo es antiguo, ya pasó, es ingenuo, infantil. Lo que les molesta es que yo hago de mí, que muestro mis propios conceptos, mi propia ideología. Una ideología que tiene que ver con la poesía de Noy, de Pizarnik, de Perlongher, que tiene que ver con la realidad de la calle, con lo bajo, con lo marginal, con las prostitutas».
¿Y en la entrega? ¿Y en el cuerpo? ¿Y en la libertad?
«Yo entrego todo, apuesto todo. Vivo a partir de eso. Respiro a partir de eso. Las pasé todas. En la colimba casi voy a las Malvinas, y yo me negué, les dije que preferían que me matasen, me encerraron y me amenazaban con un fusilamiento, como a un desertor. Y a mí no me importa, todo lo que es obligatorio me jode, prefiero que me maten».
«Todo tiene que ver con la libertad. Yo quiero ir vestido como se me dé la gana, decir lo que quiera, ser como soy. Y eso lo logré gracias a lo que hago. Mi laburo es una forma que encontré para se libre, para no esconder mi homosexualidad, por ejemplo. A mí nadie me jade por eso, ni me gritan cosas por la calle, ni nada. El problema son los demás, los que no pueden permitirse esto. Si puedo, convoco a esa gente para que trabaje conmigo. Y voy a seguir haciendo las cosas lo más abajo posible, donde está la verdad».
«Fernando Noy, Las Gambas al Ajillo, Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta, Los Melli, somos parte de un movimiento under que vamos a tomar el lugar de los que están ahora. Ya nos están llamando de los teatros oficiales porque los otros ya no dan. Somos un movimiento que trabajamos con lo tragicómico, con una estética propia. Y vamos a llegar. Yo sé que un día me van a dar un programa de televisión porque no les va a quedar otra, porque no va a haber nadie. Y ahí voy a poner todas las condiciones, y me van a hacer un divo, o una diva, pero si no llego es solo porque me rompí el culo, y no transé con las mariconadas que piden los productores, que me quieren llenar de lentejuelas como a un travesti cualquiera. Yo ya conozco mi camino, y quiero estar en el lugar que estoy, bien abajo. Estar arriba es el hastío total, y yo quiero divertirme, en una sociedad en guerra, Divertirme más allá de todo».
Eduardo Hojman