Principios de la década de 1960. Años de mucho juego en la vereda, en algún baldío de los pocos que quedaban en el barrio y de carpetas asfálticas devorando adoquinado. Con chicas jugando al elástico o balanceándose con el hula – hula; con bandadas de pibes compitiendo con los autitos plásticos, “tuneados” con plastilina o masilla para evitar el derrape. Años de escondida, mancha venenosa y “vigi – ladrón” en plena calle; porque ésta no era peligrosa. En esa Argentina que tímidamente comenzaba a aceptar las pautas de consumo importadas de las metrópolis del mercado mundial, aparecen las Skippy. Hoy son recordadas con nostalgia por muchos usuarios e insultadas por otros tantos.
Se trata de unas sandalias de diseño similar a las clásicas, pero en vez de cuero el material era plástico, cloruro de vinilo (PVC). Además de la materia prima, la diferencia fundamental fue el precio, mucho más accesible que las tradicionales. La variedad de colores las hizo atractivas para el público infantil y también para los adultos; pero en éste caso, por su baratura.
Ante el éxito de las sandalias, poco después Skippy lanzó otro calzado similar al mocasín, pero de plástico y con capellada trenzada como detalle estético. Eran los años de la moda “caquera” y los mocasines de suela de Guido o Los Angelitos, gozaban de enorme prestigio, pese a no ser baratos.
No obstante, los chicos que comenzaban a asomarse a la adolescencia, imaginaban que el mocasín Skippy los colocaba un escalón más arriba de quienes usaban sandalias, consideradas infantiles. “Cosas de pibes” dirán algunos; autoestima en ascenso y primeros ensayos de seducción, pensarán otros. Pero como fuera, Skippy atravesó la vida de toda esa generación.
Skippy es una palabra de origen inglés y podría traducirse como saltarín. La idea de comenzar a utilizar plástico en la industria del calzado, se originó en Europa en la Segunda Posguerra, cuando el cuero escaseaba debido al enorme consumo de esa materia prima durante el conflicto. Por otra parte, el planeta ingresaba a la era del plástico con sus enormes aplicaciones y bajo costo.
En esos años en el mundillo de la farándula y en el jet set de la moda, la actriz francesa Brigitte Bardot casi no tiene rivales; y en algunas fotos de las revistas de actualidad, la diva aparece con sandalias de material plástico llamadas “cangrejeras”, que a mediados de los años ‘50 se ponen de moda en las exclusivas playas de la Costa Azul. La novedad se difunde y Estados Unidos lanza la versión norteamericana llamada jelly sandals y también shoes; Francia las denomina meduse, en la región española de Galicia se las conoce como fanequeras y así las sandalias plásticas se van “nacionalizando” en muchos países, que lanzan al mercado su propia producción.
En nuestro país la firma Skippy Plastic SAIC es la pionera en ese tipo de calzado. En una antigua planta que había pertenecido a un fabricante de zapatillas desde 1936 en la localidad de Los Polvorines (La Matanza) en la provincia de Buenos Aires, se fabricaban las sandalias y mocasines que calzan a buena parte de los argentinos durante años.
Skippy utiliza como lema en sus publicidades la frase “El auténtico calzado plástico americano”, como para desalentar presuntos rivales; pero a esa altura de su popularidad, Skippy ya es un nombre genérico.
En 1963 la empresa da a conocer una serie de concursos destinados a estudiantes primarios y secundarios, explicando que “… ha creado éstos certámenes, cuya finalidad esencial es alentar y estimular a todos los estudiantes argentinos” (1). Los suculentos premios consisten para secundarios, en $250 mil para la división que obtuviera el mejor promedio; y otra suma similar para la cooperadora del establecimiento educativo. A los alumnos primarios menores de 14 años, se los premia con un viaje a Disneylandia para cuatro personas con todos los gastos pagos durante 15 días.
El furor de éste calzado popular languidece como el consumo de otros tantos productos que hicieron historia. Pero en 1980 se registra el retorno de Skippy; entonces como moda cool.
La moda excéntrica mayormente adolescente, se caracteriza por usar las otrora sufridas sandalias, con medias de poliestireno metálicas y de colores vivos. La curiosa vuelta se debió a que una prestigiosa marca brasileña instaló sus Melisa en sectores exclusivos de la moda mundial. Pero también éste breve auge pasó.Y Skippy ganó el territorio siempre subjetivo de la memoria. Entre la niebla de los recuerdos y la nostalgia, también sobrevive la queja. Un lamento por el insoportable olor que en verano, emanaba de aquellas sandalias y mocasines sometidos a rigores que un soldado de infantería no hubiera soportado.
Pero no cabe duda que pese al fuego cruzado entre críticos y admiradores, en el baúl de nuestra memoria las sandalias Skippy ya se han ganado un lugar de privilegio.
1) Revista Primera Plana – Buenos Aires – 19-11-63