De lo que parece no quedar dudas en que el tango, tal cual lo conocemos, es posterior a la milonga.
Miguel Camino lo resume magistralmente en su poema Tango:
Nació en los Corrales Viejos
allá por el año ochenta.
Hijo fue de la milonga
Y de un taita de arrabal
Lo apadrinó la corneta
Del mayoral del tranvía,
Y los duelos a cuchillo
Le enseñaron a bailar.
También dos de los payadores más célebres, José Betinotti y Gabino Ezeiza cultores de la milonga.
De ese destino andariego, de ese vagabundear por pulperías y caminos hermanada a la lanza o al lazo del resero, la milonga derivó en rasguido doble, chamamé milonguero y chamarrita en el Litoral, como acompañando la cadencia del Paraná y el Uruguay.
Incorporó la tristeza de la pampa en la versión sureña y el requiebre compadrón en la inconfundible milonga porteña.
Cuando el tango ocupa el escenario la milonga va quedando relegada.
Basta con recordar que Carlos Gardel, Agustín Magaldi e Ignacio Corsini grabaron muy pocos temas de éste género.
Perdida la ciudad, sobrevive en las provincias en distintas versiones como la surera o en derivaciones como las del litoral.
Recién en 1931 Homero Manzi y Sebastián Piana reviven el género con títulos inolvidables: Milonga del Novecientos, Milonga Triste, Milonga de los fortines, Betinotti y otros que al ser interpretados por artistas de la jerarquía de Rosita Quiroga, Nelly Omar o Edmundo Rivero, se convirtieron en clásicos de la música popular, sin olvidar la legendaria Pinta Brava que Francisco Canaro compone en 1912.
En 1937 Juan D Arienzo estrenó La Puñalada (milonga orquestal), siguiendo después Taquito Militar (Mariano Mores), La Trampera (Aníbal Troilo), Miriñaque (Alberto Mastra) y otros. . Más adelante aparece la milonga-candombe que une el ritmo marcado y contundente del tamboril con el sabor porteño de la milonga pura.
Manzi presenta Pena Mulata y Pedro Blomberg y Maciel Abuelita Dominga.
Negra María es otro logro de Homero Manzi.
Estas milongas candombes en general, no pasan de ser estampas de situaciones y personajes coloridos, pero están enmarcadas en la revalorización de la cultura nacional que comienza a producirse en los inicios de los años Cuarenta.
Hay cierto auge del folklore y el revisionismo histórico atrae la atención sobre la época de Rosas y su cultura.
El renacimiento de la milonga acompaña al tango que alcanza su apogeo y comienza el camino descendente, a mediados de la década del Cincuenta.
Las grandes orquestas ponen de moda milongas cantadas por intérpretes de lujo y un gran despliegue de instrumentos como nunca soñaron los humildes payadores; Silueta Porteña interpretada por Argentino Ledesma con la orquesta de Héctor Varela, es un ejemplo.
Algunos solistas recuperan algo del viejo estilo “reo” en contraste con los cantores considerados “de salón”. Son ellos Edmundo Rivero, Julio Sosa, Jorge Vidal, entre los más populares.
La milonga vuelve a tener sabor a conventillo, a divertir con historias marginales y a desbordar de giros y modismos carcelarios y de prostíbulo.
La irrupción del mambo, el baión y más adelante el rock, dividen los gustos del público y en los grandes bailes de carnaval que solían organizar los clubes, era frecuente ver enfrentamientos entre los cultores de los nuevos ritmos y los defensores del tango y la milonga.
El desembarco de la televisión aceleró ese proceso de transculturación iniciado en esos años y que todavía no se detuvo.
Como sucedió con la poesía gauchesca y campera, muchas piezas lunfardas fueron musicalizadas y convertidas en milongas.
Julián Centeya, Carlos de la Púa, Bartolomé Aprile, pueden iniciar el catálogo de poetas lunfardos que han visto algunas de sus letras transformadas en milongas.
También milongas de Jorge Luis Borges como Jacinto Chiclana y A Don Nicanor Paredes fueron grabadas por Edmundo Rivero.
Hoy la milonga porteña no ha podido recuperar en cantidad y calidad, la producción de sus mejores tiempos.
La milonga-candombe alcanza con Manzi y Piana, su máxima expresión.
A pesar de que el folklore también sufrió un gran retroceso, sólo la milonga campera en sus distintas vertientes puede mostrar cierta perdurabilidad.
El talento de Atahualpa Yupanqui o Alfredo Zitarroza sigue encontrando nuevos intérpretes.
Alberto Merlo, Argentino Luna o José Larralde no cesan de recorrer la Patria deleitando públicos.
Milonga del Solitario (Atahualpa Yupanqui); Los ejes de mi carreta (Yupanqui-Risso); Coplas del canto (Alfredo Zitarroza); La colorada (Alberto Merlo); Camino de los quileros (Osiris Castillo), son apenas algunas de las milongas camperas más célebres.
Hoy la milonga, como su hermano el tango, está en un cono de sombra del que no escapa el resto de la cultura popular.
Indudablemente, los pueblos reelaboran sin cesar nuevas formas de expresión artística No sabemos si la milonga tal cual la conocemos, entró definitivamente en el ocaso, sí sabemos que está presente en muchas cosas y de mil maneras. Es difícil pensar que alguna vez no existió.
Mucho más difícil creer que dejará de existir, porque como dijo Jorge Luis Borges de Buenos Aires:
“…la juzgo tan eterna
como el agua y el aire.”