En todas las épocas, los personajes de la ficción tuvieron émulos en la vida real y a su vez fueron recreados por otros artistas. Desde los caballeros andantes de Medioevo, parodiados por Miguel de Cervantes Saavedra con su inmortal Don Quijote de La Mancha hasta el pibe que en la juguetería de su barrio compra un modesto traje plástico del Hombre Araña, todos alguna vez hemos sentido la caricia de la gloria al imitar en los juegos infantiles, a los grandes héroes de la historieta o el cine.
Así como los diferenciaba la indumentaria, cada personaje también alimentaba su narcisismo con algún otro rasgo distintivo: El Zorro castigaba puertas y cortinados trazando una zeta con la punta de la espada; El Llanero Solitario se daba el lujo de usar balas de plata en su lucha contra el mal, El Fantasma se sentía cómodo viviendo en una caverna con forma de calavera y trompeando a sus enemigos con un anillo que dejaba estampado el símbolo de la muerte. Pero no solo los buenos tuvieron seguidores, también los villanos generaban admiración. Ese es el caso de Chucky, el muñeco maldito. Se trata de un muñeco de cara regordeta, de aspecto común a cualquiera de sus congéneres salvo en los ojos, en los que se advertía la maldad. Fue creado en 1988 por Don Mancini, un joven estudiante de cine cuya criatura le permitió ingresar a Hollywood por la puerta grande. Fue tal el éxito del muñeco que dos años más tarde se estrena Chucky Dos y Chucky Tres en 1991. En 1997 aparece la novia de Chuky con rasgos de humor y algo de parodia al género, y la zaga continuó en 2005 con El Hijo de Chucky.
El émulo de Chucky apareció en la Ciudad de Buenos Aires a principios de 2005. Se trataba de un hombre de unos 20 años que junto con algunos amigos, integraba una banda de delincuentes que durante un tiempo asoló la zona de Parque Chacabuco. El grupo asaltaba comercios y de noche desvalijaba viviendas en el mismo barrio que vivían, exhibiendo en algunos casos, una ferocidad asombrosa contra sus víctimas. Lo llamativo de la operatoria de los delincuentes, es que luego de perpetrar el hecho firmaban la acción, estampando el sobrenombre del líder del grupo en las paredes de las casas saqueadas.
A tal punto había llegado la vanidad del Chuky criollo, que no se percató de que esa actitud insólita seria su perdición, como efectivamente ocurrió, ya que la banda fue desarticulada y sus miembros detenidos. El apodo del Chuky de Parque Chacabuco tenía que ver con la maldad de que hacia gala, según testimonios de sus víctimas. Pero la agresividad del delincuente no se agotaba en la ejecución de los delitos, sino que en muchos casos, ejercía la violencia rompiendo vidrios, porteros eléctricos y cometiendo otras tropelías, aparentemente sólo por el placer de provocar daño. Este tipo de personaje no era la primera vez que aparecía en las páginas policiales de los diarios, pero el certero ojo popular le dio trascendencia al asociarlo al siniestro muñeco y su pasión por la destrucción. Una vez más, la creatividad anónima ejercitando el apodo con la destreza habitual, le concedió a un oscuro personaje de la vida real, un momento de la discutible fama cosechada por el muñeco maldito de Hollywood.