Hace varios años surgió en Internet un video, proveniente de las cámaras de seguridad del hotel californiano Cecil, en donde se puede ver un extraño suceso.
Una joven canadiense, de origen chino, entra y sale de un ascensor, en visible estado de pánico. Abre y cierra las puertas, mira desconfiada hacia el exterior. Su actitud es rara, quien observa estas imágenes perturbadoras siente la inminencia del peligro que asedia a la mujer. El metraje termina con las puertas cerrándose y ella parapetada en una esquina del elevador.
Días más tarde de la grabación se encontró el cadáver de Elisa Lam en el tanque de agua del establecimiento. Los residentes del hotel se habían quejado por inundaciones y falta de presión en los grifos, y eso derivó en el macabro hallazgo. Este enorme recipiente de agua, de concreto, tiene una tapa gigante y pesada que no se puede manipular en solitario. Tenía signos de haber pasado muchas horas allí. Nadie vio nada. Nadie supo cómo la mujer consiguió trepar a semejante altura, en un área cerrada para los turistas, consiguió meterse dentro del tanque, sellar lo que sería su tumba para morir, sin signos de violencia visibles.
La causa se caratuló, tras las respectivas investigaciones, en un caso de ahogo accidental, pese a que las pericias forenses no fueron concluyentes. A esto se le sumó que la estudiante china-canadiense sufría de un trastorno de bipolaridad y depresión, que habría desencadenado en el errático comportamiento que derivó en su muerte. Lam había dejado evidencias en la world wide web: un blog en donde no sólo subía fotografías relacionadas a sus intereses por la moda, sino algunos textos en donde daba detalles escuetos sobre su lucha contra sus enfermedades mentales.
El 31 de enero del 2013 Elisa fue vista por última vez con vida, en aquella infame grabación que la policía de California decidió publicar, despertando sospechas entre algunos espectadores puntillosos que notaron supuestas ediciones del metraje que, como suele pasar en estos casos, alertarían a los amantes de las teorías conspirativas.
En aquellos minutos “perdidos” que la policía supuestamente editó se podría ver la identidad de una persona que estaba persiguiendo a la joven. Esto se sumó a los informes forenses en donde se detalló que la mujer no había consumido ninguna droga que la hiciera alucinar. Supuestos rastros de una violación aparecen en el informe médico post-mortem. Esto se combina con varios hechos empíricos: las puertas de acceso al techo estaban cerradas con llaves que sólo poseían los empleados de mantenimiento, y no fueron forzadas porque esto dispararía las alarmas del hotel. Pero los conspiranóicos dejaron de lado una escalera de escape en caso de incendios que otorga fácil acceso a cualquier persona.
Su blog continuó actualizándose un tiempo, y nadie sabe si fue obra de un hacker, alguna herramienta de publicación automática que Elisa había programado anteriormente con contenido inédito, o si alguien tenía acceso a su celular, que jamás apareció ni en su habitación ni en las inmediaciones del tanque donde apareció su cuerpo.
El director Joe Berlinger (quien hizo el muy buen documental Las cintas de Ted Bundy) decidió investigar este apasionante caso intentando dar un enfoque que cubriera no sólo la información empírica, sino aquellas teorías que desde la publicación del video han alimentado incontables horas de videos en YouTube, cientos de páginas en blogs y, por supuesto, los medios tradicionales de comunicación.
Por alguna razón el documentalista no se conformó con las clásicas entrevistas a especialistas en medicina forense y empleados del hotel, sino que apeló a recrear con actrices las horas finales de Elisa Lam, una movida controversial que no aporta mucho a la historia, de por si intrigante, sino que distrae un poco y roza el mal gusto.
Escena del crimen: desaparición en el hotel Cecil sostiene que da una respuesta concluyente sobre las causas de la muerte accidental de Elisa, pese a que muchas preguntas quedaron sin resolver. La policía llevó perros rastreadores al techo pero fueron incapaces de olfatear el cuerpo sin vida a pocos metros de distancia, por ejemplo. La supuesta edición del metraje original también se deja de lado. El director opta por dar su visión de los hechos, y mezcla todo con algunas teorías conspirativas, como la supuesta reputación sobrenatural que tiene el hotel, que ha visto todo tipo de hechos aberrantes: desde suicidios hasta asesinatos, negocios de turbios de drogas en las habitaciones, prostitución y hasta la presencia de asesinos seriales como visitantes temporales.
Este enfoque despertó controversias entre críticos y espectadores, no sólo por la osada declaración de haber resuelto un caso que lleva casi nueve años en el ojo público, sino por exponer algunas de las teorías más “pintorescas”, algo que diluye un poco la necesaria conversación sobre las enfermedades mentales y las trágicas consecuencias que pueden acarrear si no son tratadas y controladas a tiempo.
Sin embargo, Escena del crimen… es, antes que nada, un producto destinado al entretenimiento. Este no es un documento presentado en ningún juzgado con el fin de esclarecer un caso policial, sino una mirada subjetiva sobre un episodio tan trágico como misterioso que viene cautivando a los espectadores desde el 2013. Cientos de videos y notas en blogs han dedicado horas a enhebrar las más descabelladas teorías, desde un asesino que la policía se encargó de cubrir hasta una entidad demoníaca que perseguía a la pobre Elisa, quien desesperada intentó huir de una fuerza sobrenatural ineludible. Esta miniserie documental es sólo un eslabón más dentro de esa cadena virtual de comunicación, y pese a las innecesarias recreaciones con actrics, consigue crear una narración que atrapa a aquellos que no conozcan nada sobre el caso como aquellos que hemos visto más de una vez aquel video del ascensor.
Quienes quieran adentrarse en esta historia pueden encontrar los cuatro capítulos disponibles en Netflix.