Fuera de Serie
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Santos y Desconocidos
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Santos y Desconocidos

Las historias sobre la conquista del continente americano por parte de los colonos europeos siempre han sido material que cautivó la imaginación de artistas y público durante siglos. Las miradas sobre estos eventos fundamentales para el moldeado de las tierras que hoy habitamos varían según la perspectiva de quien relata.

Se dice que la Historia la escriben los “ganadores”, y pocas veces podemos acceder a series o películas que cuenten los padecimientos, el desplazamiento y la extinción de muchos pueblos originarios —dueños originales de estos territorios— desde la perspectiva de ellos.

Santos y desconocidos no es la excepción a la regla, pero no por eso deja de ser una miniserie entretenida, muy bien construida y ambientada, que relata la llegada de los primeros colonos, los peregrinos ingleses que arribaron a las costas de lo que hoy se conoce como Massachusetts en 1620.

La miniserie fue un proyecto que se originó para el canal de televisión Nat-Geo y se pensó inicialmente como cuatro episodios de unos cuarenta y cinco minutos de duración, pero tanto la compañía como el director, Paul A. Edwards, optaron por lanzar dos capítulos de noventa minutos (el largo promedio de dos películas) y acortar los tiempos de espera.

El relato comienza con el viaje del barco Mayflower, que partió desde Southampton tras dos intentos fallidos de alcanzar el Océano Atlántico por fallas en la embarcación. Lo que originalmente iba a ser un viaje con dos embarcaciones terminó fusionándose en el mencionado barco, que cargó a ciento dos pasajeros más la tripulación habitual, y tras dos meses de periplos en alta mar consiguieron arribar al nuevo mundo.

Santos y desconocidos concentra su historia en los personajes de Stephen Hopkins (Ray Stevenson), John Carver (Ron Livingston), Dorothy Bradford (Anna Camp) y Massasoit (el actor de raíces nativas americanas Raoul Trujillo) como actores principales dentro de una historia llena de personalidades históricas que dan vida a los inicios de lo que hoy conocemos como Estados Unidos.

Uno de los aspectos más fascinantes de esta miniserie —y una de las razones por la cual recibió las mejores críticas— fue el retrato de los pueblos nativos. El cine estadounidense ha tenido una reputación de representar a estas personas como salvajes, siempre al acecho para infringir daño, casi despojados de la humanidad. Acá tanto el director como el guionista Seth Fisher decidieron contratar actores y asesores descendientes de los pueblos originarios, lo cual derivó en un trato cinematográfico un poco más justo, aunque siempre manteniendo la figura de los extranjeros como gente civilizada, jamás como usurpadores de tierras ajenas.

Así los protagonistas siguen siendo los peregrinos, cómo tuvieron que batallar con el clima, el terreno nuevo, las costumbres diversas, con el fin de establecer una colonia. Todo terminará derivando en una de las tradiciones más antiguas de los estadounidenses, el famoso Día de Acción de Gracias, en donde celebran comiendo un pavo asado. Los espectadores alrededor del mundo hemos visto incontables veces esta celebración, y acá podemos ver el origen de la misma.

Uno de los elementos más predominantes y mejor desarrollados de esta historia es cómo los colonos utilizaron como arma principal la religión para intentar no sólo trabar relación con los nativos sino para convertirlos a su credo e inevitablemente subyugarlos. Acá es donde los papeles asignados a los actores de raíces nativas brillan más que los que representan a los mismos peregrinos. Mientras que los ingleses a lo largo de las tres horas de metraje les cuesta cobrar dimensión como personajes, son los forzados anfitriones del continente quienes toman fuerza en la narración, los que plantean el contrapunto más interesante a la hora del debate posterior. Es una rareza dentro de las producciones hollywoodenses que históricamente han catalogado a estas personas como meros salvajes.

Pese a las fallas del guión en ofrecer personajes multidimensionales, Santos y desconocidos tiene muchos momentos de mucha tensión, drama y acción. Los sets (armados en Sudáfrica) son brillantes, al ver los dos episodios uno siente que está en el nuevo continente a inicios del 1600. El departamento de vestuario también logró un trabajo asombroso, creando un guardarropas que parece usado, desgastado por las inclemencias del viaje y el nuevo territorio. En el campo visual, la miniserie es impecable.

Otro de los aspectos en donde Santos y desconocidos cautiva es en el departamento musical. Hans Zimmer, legendario compositor alemán afianzado en Hollywood hace décadas, fue el productor de la orquestación, y se nota la influencia del músico en cada pista que podemos escuchar. Los soundtracks son el colchón sonoro que termina de redondear la atmósfera de una escena, y en esta miniserie la música juega un papel fundamental. Complementa los momentos dramáticos, acentúa la acción e incluso le inyecta una dosis de interés a los pasajes menos interesantes.

Aquellos que disfruten de la ficción histórica encontrarán una producción de alta calidad técnica y estética, con una narrativa que no se beneficia de los episodios tan largos (podrían haberlo cortado en cuatro en vez de dos sin ningún problema) pero que aun así redondea una producción digna, con personajes nativos americanos bien desarrollados y despojados de los malditos estereotipos que el cine y la televisión se encargaron de cimentar. Santos y desconocidos no es una obra maestra, pero si una opción sólida para salir del algoritmo de las series más populares y conocer un pedacito de historia.

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