Duda Post Mortem
Siempre he creído que hay vida después de la muerte y que es posible volver transformada, solo que aún no tengo claro quién seré. Me carcome la duda existencial, sobre todo ahora que el viento no cesa de soplar mis cenizas.
Ana Caliyuri
De Creencias y Otros Menesteres
“Pienso, luego existo”, “cogito ergo sum” en latín o «I think, therefore I am» en inglés, es una frase del filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650), la cual se resume a que la única forma de encontrar la verdad es mediante la razón.
Me gusta pensar sobre los temas que atañen al ser, la sociedad y sus circunstancias y para ello hay que nutrirse primero. Sin embargo, para arribar a un pensamiento propio, hay que tener la capacidad de dudar. La duda es el vaso que origina la sed de saber más, dudar es una chispa que no se apaga.
Ahora bien, dudar de lo que escuchamos o nos dicen, me retrotrae a un viejo dicho que mi nonna solía repetirnos: “De lo que te dicen no creas nada, y de lo que veas, la mitad”. Por obvias razones, mi abuela no era de andar de chimento en chimento, por lo cual hacía oídos sordos a todo tipo de rumores y siempre iba a la fuente, pero en lo que respecta a ver, tenía la capacidad de ver los sucesos con los anteojos adecuados. Los que otorgan distancia, los que se embeben de viejas sabidurías que habrán mamado del desarraigo o serán enseñanzas originadas por las penas del inmigrante que debía moverse con sabiduría dentro de su comunidad e incluso en su vida familiar.
Cuenta una antigua anécdota que mi abuelo (analfabeto y de muy mal carácter) llegó a almorzar y no le gustó lo que mi abuela había cocinado, razón por la cual tironeó la punta del mantel y los platos fueron a parar al piso. Parece que nadie almorzó ese día, pero todos los integrantes de la familia vieron como mi abuela se ponía su mejor vestimenta, la que usaba para salir, y se ausentaba de la casa. A las dos horas la vieron llegar cargada de cosas que había comprado, más precisamente, un juego nuevo de vajilla. Y no solo eso, nadie supo jamás el gasto que había hecho, excepto mi abuelo que lo tuvo que pagar. Dicen que mi abuela italiana se presentó en la casa funeraria donde mi abuelo trabajaba y le dijo : “acá está la boleta de todo lo que usted rompió” y se fue cantando bajito y sonriente como era ella. El carácter de mi abuelo no mejoró, pero ante la duda de nuevas visitas al trabajo, se abstuvo de romper cosas materiales, aunque las roturas que ocasionó al corazón de la familia no se pudieron enmendar con tanta facilidad.
Pienso, luego recuerdo. En tiempos de desmemoria siempre es bueno pensar en aquello que nos ha dañado como seres humanos y como sociedad para no repetir caminos hostiles y aunque mi abuela Rosa decía “de lo que te digan no creas nada y de lo que veas la mitad”, yo elijo creerle, después de todo, siempre demostró ser una mujer inteligente y no tuvo dudas de ir hacia donde debía ir: hacia la fuente, hacia el centro de gravedad de mi abuelo. Él era analfabeto, no zonzo, y prefirió no perder el empleo, empleo que le duró por muchos años hasta que se jubiló. Si bien no transformó su carácter, al menos lo sublimó.
Recuerdo, dudo, aprendo y existo hasta nuevo aviso.