Joya que se la luce en los días que valen. Y a veces ni importancia se le da. Pero está, anda alrededor de uno. Entiende lo que se le dice. Pica y ya mismo se estira en alas de furia bajo el ni nacido amago. Y ahí nos llena la sangre con la música de su tendida o vuelo que castiga tierra y viento, cortando aire con las orejas vivas y entregándolo enredado aquí con los crines.
Hervor de sangre el exigirle un pique. Ternura que se cimbra plena sobre este elástico que rasguña tierra pidiendo cancha o alas.
Hay amor para el tuse, la desvasada y al taparlo. Al ir a entregarle la ración, su impaciencia hurga el morral antes de tenerlo colgado junto a las orejas. Mansito y confianzudo cual si fuese de uno. Y es que lo es. Tal lo entiende desde esta llamada que reclama pasto o agua. O un terrón de azúcar. Relinchos que le nacen como habla.
Antes, cuando andaba suelto por el potrero, se las daba de arisco. Ni conocer quería. Pero ahora que vive más en el patio que suelto, se muestra mansito cual agua baja. Buscando hacerse amigo si uno lo olvida.
¡Como para olvidarlo!
Por ahí embriosa un poco su estampa y es todo un amor dormirle los ojos encima. Pero hubo una vuelta que nos dijo lo que era capaz. Fue a buscarlo porque se alzó a lo bruto el malacara de Andrade y había que atajarlo a este loco suelto, para que no se quedase de a pie el jinete de este chuzo de mentas por su furia. Y en las cuadras polvorientas desenrolló lo que guardaba dentro como para hacer ver que él también sabía potar del fuerte.
Desde ese día se entró a considerarlo un serio. Y ya hubo una tarea raspando el filo del segundo canto de los gallos, esta cama tendida, el pasto cuidado, la avena, el maíz y la alfalfa tierna cual si fuese único entre toda la caballada que pisa la tierra del viejo.
Y tras mismo comenzó lo fuerte: “¿Pensás hacerte rico con lo que te dé el Travieso?” “Oh, no; es que me gusta cuidarlo.” “¡Hum!”
Y pisó el paso de la Aurora. Y pisó el pueblo en los días de fiesta. Y anduvo por las canchas del lugar. Pero todavía no corrió. “¿Quién le probará el alza?”
Ningún apuro por nada. Lo intenso y, lindo está en tenerlo.
En soñar que se monta un parejero listo y vivo, inteligente como luz. Lo demás lo dirá el tiempo,
Los días son los que hablan.
Y hoy brama el paisanaje junto a esta cancha con empanadas y tendida al sol. Y bajan unas ganas atrevidas de probarle lo que da. A no perder en el juego. Y ya está la carrera concertada para cuando quede libre la cancha y el Travieso pueda hacerse sentir.
Agenor lo correrá.
Y los tres, los cinco, los seis minutos que golpetean tierra como para hacerle sudar fuerza a quien está mirando y no quiere perder, pasan como refucilo. Y hay un alarido que se acogota adentro y golpea el pecho como martillo, ya que no estala en bríos, todo porque el Travieso ganó y perdió.
La Aurora vendrá y le pondrá la mano encima, como para que se le duerma entre el suave calor de las crines.
Brochazos de Nuestra Tierra – Juan Cornaglia – Colección Centauro – 1952
Copyright by Acme Agency SRL
Ilustración – M. Martínez Parma