Pese al ruido de sables en ambos países, el 20 de febrero del mismo año, los dictadores se encuentran en Puerto Montt y acordaron seguir negociando con dos comisiones binacionales sucesivas que abordarán todos los temas en debate; desde la distensión militar en la zona hasta las cuestiones de fondo como la soberanía de las áreas en disputa y también delimitar las porciones antárticas reclamadas por ambos países.
Mientras las comisiones se abocaban a su trabajo, en octubre de 1978 Argentina y Bolivia emiten un comunicado conjunto que incluye el reclamo boliviano de una salida al mar, arrebatada por Chile en la Guerra del Pacífico a finales del siglo XIX, conflicto en el que también Perú perdió territorio a manos chilenas. La declaración incluye la demanda argentina de soberanía sobre las Islas Malvinas y las islas del Canal de Beagle.
Obviamente, si se buscaba la paz esa proclama en lo referente al Beagle, no fue la más oportuna.
El 2 de noviembre se agotó el plazo para que la Segunda Comisión negociadora lograra resultados.
En las cuestiones de fondo fue un fracaso total, pese a que en la Primera se alcanzaron acuerdos sobre distensión y navegación en el canal; pero al no resolverse la cuestión de soberanía, todo lo anterior carecía de sentido. Chile entonces, propone llevar el diferendo a la Corte Internacional de Justicia.
Un mes más tarde y mientras la Casa Rosada analiza la situación, el canciller trasandino Hernán Cubillos, habría traído a Buenos Aires una nueva propuesta: la mediación papal. El ministro argentino de Relaciones Exteriores, Carlos Washington Pastor, coincide en principio con su par chileno; pero horas después la Junta Militar argentina rechaza la idea, desairando a su canciller.
A medida que aumentan los aprestos bélicos, la Iglesia argentina se involucra en el tema a través del Cardenal Primado argentino Raúl Primatesta y el Nuncio Apostólico Pío Laghi, quienes tratan de interesar al Vaticano en la mediación. Al flamante Papa, Juan Pablo II quien asumió el 10 de octubre, le espera una tarea ciclópea y contra reloj.
El rechazo argentino al laudo inglés no carecía de fundamento; otorgaba la soberanía total a Chile sobre las islas Lennox, Picton y Nueva (la disputa original), pero también concede al país trasandino derechos marítimos y terrestres sobre espacios que no estaban en discusión, vulnerando el principio históricamente aceptado por ambos países de “”Argentina en el Atlántico, Chile en el Pacífico”. La “generosidad” británica tiene una larga mirada: meter una cuña en la relación argentino – chilena y contar de paso, con un aliado en el conflicto por Malvinas y la futura disputa antártica.
El 10 de diciembre Primatesta llega a Roma para participar de un Sínodo, pero además mantuvo reuniones reservadas con el canciller vaticano, cardenal Agostino Casaroli y con el mismo Papa. Finalmente, la gestión de Primatesta tuvo éxito y el primer resultado fueron sendas cartas del Sumo Pontífice a los gobiernos argentino y chileno. En paralelo, Pío Laghi se había entrevistado con el embajador estadounidense en Argentina, Raúl Castro, para pedirle que el presidente de ese país, James Carter, hiciera gestiones ante el Vaticano para reforzar la solicitud de mediación.
Por esos días los mandos castrenses en Buenos Aires definieron el momento en que desencadenarían las hostilidades. Después de algunos aprestos en la zona, la fecha final del Operativo Soberanía fue el 22 de diciembre a las 22 horas. Es conocida la anécdota de la fuerte tormenta que se desató en la región del Beagle, impidiendo maniobrar a la Flota de Mar argentina y las operaciones aéreas sobre los objetivos. Poco antes de la hora fatal, Roma informó a ambos gobiernos que aceptaba ser mediador; aceptado por Buenos Aires y Santiago. A su vez, Videla ordenó detener la movilización militar.
Finalmente en enero de 1979 y con la mediación del enviado papal, monseñor Antonio Samoré, se firmó el Acta de Montevideo, que puso en manos del Vaticano la paz entre los dos países hermanos.
De haberse iniciado la guerra, las consecuencias habrían sido gravísimas en todos los aspectos.
Más allá del resultado militar, por tratarse de la tercera frontera más extensa del mundo, las víctimas se habrían contado de a miles; militares y civiles. Los gastos bélicos, los daños colaterales y el perjuicio político a los intereses comunes regionales, todavía hoy los estaríamos pagando. Sin dudas, la mediación papal fue providencial.
Samoré se entrevistó tres veces con Pinochet, cinco con Videla y veinte veces con los cancilleres de ambos países. Fueron dos años de trabajo intenso en Roma y en diciembre de 1980, el mediador dio a conocer sus conclusiones. En general benefició más a Chile, pero en menor medida que la gestión inglesa iniciada en 1971. El fallo fue aceptado por la dictadura chilena y provocó disgusto en la Casa Rosada; que no se pronunció. Luego llegó la Guerra de Malvinas con el ocaso del militarismo argentino y el retorno de la democracia en 1983. El presidente Raúl Alfonsín convocó a un plebiscito por la aceptación o el rechazo del laudo papal. La ciudadanía se pronunció masivamente por el “Sí”.
Con el afianzamiento de las democracias a ambos lados de Los Andes, se fueron resolviendo otros problemas limítrofes pendientes.