El tiempo pasa, inexorablemente, y uno de los regalos que deja es la perspectiva. Argentina transita un momento denominado hace casi dos décadas como grieta, y pensamos que es algo nuevo o atribuido a creencias políticas. Pero esta infame grieta masiva, esta falla en la geología ideológica del argentino no es una novedad. Unitarios o Federales, peronistas o antiperonistas…
…Menottistas o Bilardistas.
El “fracaso” deportivo en el mundial ‘82 llevó a la AFA a buscar un reemplazante de César Luis Menotti, un entrenador que siempre priorizó el fútbol estético, con fuerte énfasis en la posesión del balón, equipos que atacaban y esquemas tácticos/técnicos bien estudiados. Aquel modelo le dio a la Argentina su primera Copa del Mundo en 1978, jugando de local, en el medio de la peor dictadura militar de nuestra siempre caótica historia. Afuera había quedado nada menos que Diego Armando Maradona, una decisión que aún hoy muchos cuestionan. Menotti optó por otros jugadores, y probó que había tomado la decisión correcta. Pero la suerte, las circunstancias (la Guerra de Malvinas y la inminente caída de la Junta Militar impactaron también en los jugadores) torcieron el rumbo de un equipo que era favorito para ganar en España 1982, pero el Seleccionado terminó volviendo en fase de grupos.
Allá aparece Carlos Salvador Bilardo, surgido en la cantera de San Lorenzo de Almagro, y jugador histórico de Estudiantes de La Plata, con quien supo conseguir un tricampeonato continental y una histórica final del Mundo en Inglaterra contra un temible Manchester United. Bilardo es un obsesivo del fútbol, un hombre complejo, lleno de manías, tics y una personalidad más grande que la vida. Una persona que mientras entrenaba en las divisiones inferiores del Ciclón estudiaba para terminar la carrera de medicina. Siempre movedizo al hablar y siempre movedizo a la hora de pensar.
El “Doctor”, el “Narigón”, inició un proceso de reconstrucción en la Selección Argentina, cambiando de forma radical el estilo de juego, a fuerza de metodologías poco ortodoxas para la época, con un esquema de juego (3-5-2) novedoso. Era la antítesis de Menotti en cuanto a filosofía deportiva. Bilardo fue un entrenador preocupado por la victoria, independientemente del camino tomado para obtenerla.
Si Menotti decía que había victorias “vacías”, Bilardo desmitificó aquello otorgándole a la Argentina la segunda Copa del Mundo, en un certamen que nos regaló la mejor versión de Maradona (los dos goles más importantes de la historia del deporte los hizo él, en el mismo partido, por si hay alguna persona interesada en el fútbol que no lo sepa) y, de yapa, cuatro años más tarde terminaría llegando a otra final en Italia ‘90.
Desde entonces el mundo del fútbol se dividió en dos facciones filosóficas. Los seguidores de Menotti (menottistas) quienes apelan por aquel fútbol preciosista y táctico, y los seguidores de Bilardo (bilardistas) que a menudo se los relaciona con un juego menos elegante y más “exitista”.
En el aspecto comunicacional, el estreno de la serie documental Bilardo: el doctor del fútbol marca una “victoria” para los bilardistas, ya que los del otro lado de la grieta aún no tienen un producto análogo por el momento.
Armado con un increíble acceso a una videoteca compuesta de una cantidad impresionantes de cintas en VHS que el propio Bilardo fue recopilando durante sus décadas de carrera, material audiovisual que no sólo abarca partidos de fútbol de todos los puntos cardinales del planeta sino viñetas de su vida privada, el director Ariel Rotter consiguió complementar las entrevistas a personalidades destacadas del ámbito deportivo y personal del DT, para darle forma a cuatro episodios de cuarenta y cinco minutos de duración que ya se pueden ver en la plataforma HBO MAX.
Uno de los platos fuertes es el testimonio de nada más y nada menos que Menotti, un hombre que a lo largo de los años ha establecido una posición como “rival” ideológico del Doctor, pero siempre desde un sitio de respeto, entendiendo que ambos antagonizaban en las formas de ver el fútbol en su totalidad.
Otro de los testimonios más resonantes es el de Diego Cholo Simeone, actual entrenador del Atlético Madrid, quien ofreció conmovedoras reflexiones sobre la importancia que tuvo el DT en su formación como jugador y persona, aparte de la influencia en su estilo de juego como entrenador, claramente “bilardista”.
La serie no sólo ahonda en las conquistas deportivas de Bilardo sino que repasa, de forma macro, más de sesenta años de carrera, en donde se acentúa la compleja personalidad del hombre detrás del mito.
Las entrevistas a personas de su núcleo permiten construir una narrativa fluida que ofrece un panorama mucho más enriquecido de una personalidad cuyas apariciones públicas causaron el deleite de sus fans y el odio de sus detractores. Sin embargo, acá se consigue apreciar el costado humano —que muchas veces los medios de comunicación opacan— detrás del “personaje”.
Por supuesto que no faltan las anécdotas delirantes que tienen como protagonista al Doctor. Hay muchas que son de público conocimiento, pero que siempre está bueno volver a escuchar, y otras novedosas que van a sorprender hasta a los más versados bilardistas que se le animen a la serie. Sin lugar a dudas las manías y ocurrencias de Bilardo son un condimento fundamental para dotar de encanto cada capítulo, y conocer el contexto de muchas de estas historias de público conocimiento terminan de redondear las ya legendarias “aventuras” del ex-jugador y DT.
Bilardo: El Doctor del Fútbol es una miniserie documental imprescindible para los fanáticos del Narigón; para los amantes del fútbol —estén ubicados del lado de la grieta que estén— y también muy recomendable para que lo vean personas no tan allegadas al deporte. La pasión con la que este hombre encaró su profesión es un ejemplo del cual se pueden extrapolar un montón de enseñanzas para la vida, y también permiten entender por qué millones de seres humanos todos los fines de semana nos sentamos a sufrir en una cancha o delante de una pantalla durante noventa eternos minutos para alentar al equipo dueño de nuestro amor.