Los mitos intentan explicar los hechos permanentes o supratemporales, tratan de ordenar lo que se escapa del razonamiento. Los mitos tienen un importante papel en la sociabilización de todas las culturas, han mostrado siempre el carácter y los valores que rigen a una determinada sociedad, reflejando en cierta manera sus aspiraciones y obsesiones. Argentina es un país de mitos, pero personificados, vivos o muertos, rodeados de interminables y constantes ritos, de historias verdades y falsas que los enriquecen y magnifican. A lo largo del siglo XX, Carlos Gardel, Ernesto “Che” Guevara, Eva Perón, el cantante recién fallecido Rodrigo, Diego Maradona y Charly García fueron los principales protagonistas de las páginas rituales argentinas. Aunque la cantante Gilda fue y seguirá siendo por mucho tiempo uno de los mitos más llamativos y populares de los últimos años.
El 7 de septiembre de 1996 se producía en el kilómetro 129 de la Ruta 12, en territorio entrerriano, un accidente automovilístico que cambiaría la vida de muchos, cuando un micro que se dirigía hacia Chajarí fue violentamente embestido por un camión de origen brasileño. Esa noche moría Myriam Alejandra Bianchi, Gilda, de 35 años, junto a su madre, su pequeña hija, tres compañeros de banda y el chofer del ómnibus. Pero ¿por qué este incidente iba a repercutir tanto en una parte de la sociedad argentina?
Nuestro país vive momentos de descreimiento, de desesperanzas económicas y sociales. Los políticos no son reconocidos como ejemplos y dadores de soluciones. Menos de alegría. El pueblo busca la sencillez y la creencia entre los suyos, entre los que luchan todos los días para hacer un mundo más limpio, más aceptable para la vida. Y encontraron a Gilda.
Esta joven maestra jardinera y profesora de educación física, que a los 28 años dejó su vida pasada para dedicarse a la música bailantera cuando un ex compañero “Toti” Jiménez la escuchó cantar en una fiesta del jardín de infantes donde trabajaba, conquistó con su personalidad magnética el corazón de una parte de la sociedad olvidada por sus responsables.
Triunfadora en Perú y en Bolivia durante su vida, después de muerta gracias a sus canciones “Fuiste”, “Corazón Valiente”, “Entre el cielo y la tierra”, “Por siempre”, “No me arrepiento de este amor”, “Tu cárcel”, entre otras, logró atravesar las barreras sociales y hacerse dueña de una descendiente clase media porteña, siempre con sus aires aburguesados y con la resistencia hacia lo popular.
Pero, más allá de su particular belleza y de su buena voz, sus milagros fueron quienes le abrieron las puertas al resto de la sociedad. Sus seguidores de siempre empezaron, ante enfermedades incurables y falta de trabajo, a rezarle con la esperanza de revertir las diversas situaciones angustiantes. La santificaron sin el permiso papal.
El inesperado mito popular empezó a surgir el día en que inhumaron sus restos, cuando más de cinco mil fans pidieron a la familia llevar el cajón de la cantante. Pero nada hacía prever que con los meses, y lejos de aletargarse, el recuerdo de Gilda se tornaría en fervorosa pasión capaz de convocar a decenas de miles de personas.
Siempre el pueblo supo homenajear a sus queridos, porque él sólo vanagloria a quienes lo hicieron feliz y lo respetaron por lo que es, por su cultura, sus obsesiones, sus deseos, y sus actitudes y no a quienes lo intentan modificar, “civilizar bajo los cánones europeos” olvidando que el pueblo argentino es latinoamericano.
Poco a poco, en el lugar del siniestro, los fines de semana, comenzaron a ser depositadas flores, banderas, remeras, binchas y cartas para la ex maestra jardinera. Estos recuerdos, que con el correr de las primeras semanas se convirtieron en miles, formaron parte de un trabajo de hormiga realizado por sus seguidores que como resultado crearon un santuario al costado de la Ruta 12.
Por él pasaron y pasan millones de personas de todas las clases sociales y de todos los rincones del país. Pasar por el kilómetro 129 y no parar en el “Árbol de la vida”, aunque sea por curiosidad, significa negar y no respetar lo popular.
El santuario de Gilda fue destruido primero por las inundaciones y luego por un incendio. No obstante, fue reconstruido para que los creyentes de los milagros de la cantante tengan un lugar especial para sentirse mucho más cerca de ella.
Gilda fue célebre cuando ya estaba muerta. Entró en las casas porteñas gracias a sus canciones, voz y hermosura, pero, sin ninguna duda, fueron sus milagros los que la llevaron a ser un personaje popular y conocido en su país, Argentina, y el resto de Latinoamérica. “Yo creo sinceramente que uno es famoso cuando por ejemplo la hinchada de Boca canta uno de sus temas. Eso sí es ser famoso”. Hoy no sólo la 12 la canta, sus temas son entonados diariamente. Cuando ya no quedan esperanzas y momentos alegres, ella parece recuperarlos.
Mucho se dijo y se dice acerca de los milagros llevados a cabo por Gilda, sin embargo el más conocido es el caso de la pequeña Jésica Vailatti, quien pese de haber sido aplastada por un colectivo en la Ciudad de Concordia, gracias a los ruegos a la Virgen María Reina de la Paz y a la estrella bailantera, se recuperó cuando ni los médicos lo creían posible.
Jésica, de 17 años, estudiaba danza cuando un día a la salida de sus clases de inglés, al cruzar la calle fue aplastada por un micro de cuatro toneladas de peso que pasó por encima de su torso, aplastando su pelvis.
La joven, que sufrió lesiones en la región pélvica, en los riñones, la vejiga y la cadera, nunca perdió el conocimiento, “cuando la llevaban en la ambulancia, ella pedía que la trajeran a casa”, recuerda su madre.
El diagnóstico médico no dejaba mucho margen para la esperanza: “Síndrome de Crash”, es decir aplastamiento, por lo que no quedaban muchas salidas, solo se podía esperar y orar. Entonces se oró y se esperó. Entretanto, Jésica le rezó a la Virgen María Reina de la Paz y a la cantante Gilda, cuyas canciones eran escuchadas durante la terapia, ya que para muchos la música es muy influyente para la rehabilitación.
Luego de ocho meses de la operación el milagro se concretó. Nadie podía creer lo que estaba pasando. A pesar de tener muy afectados a los riñones y la vejiga, Jésica se recuperó. “Jamás dude en Gilda, ella nunca me abandonó”.
Por Mercedes Engelman para Testimonios de Buenos – Marzo del 2000