Candor de sentimientos finamente prendidos a la campeada seguidora. Ni temporal ni fríos ni leguas sujetarán la necesidad de dar con el que complete la yunta. Parejos en lo que caiga.
“¿Vamos?” “Meta”.
Amigos hay que ni la muerte los tapa. Más grandes los levanta dentro de los troncos que nos quedan. Una hermandad que ni la sangre es capaz de darla. Cosa del alma es ésta. Fijada arriba pero que el varón crea en sus propias virtudes.
Aparceros andan, tan firmes, tan buenamente enteros sobre la encontrada linda, que se prenden para todo el viaje. ¿Otros? ¡Hum!…” ¡Ni para dar con ellos en las buenas!…” Pero apenas asomó uno grande ya se anda dándole las gracias a la vida porque quiso arrimarlo. Es que se le mira los ojos cual encontrándonos espejados en esa lindura de verlos claritos y dados con su calor de alma.
Una mano a tiro hoy y mañana. Limpia. Recia.
“Como novios son”. “Sombra el uno del otro”
Real. Tiran parejo. El mismo afán los mueve. Y los alegra o los enoja.
“¡No te toques el ladero!”
Y el aviso vale como chuceada o como prevención. Saltará éste cual si el tocado no fuese otro que él mismo. Y eso es lo entrador. Darse es lo varón.
Gustada grande sobre el pausado tranquear penas. Bizcochos hay que ven cual muchacho a quien se mueve curcuncho de tanto arañar años. En una línea el medio siglo, o más, pisoteando en yunta este claro hablarle al cielo de todos los días. Eso es lo que importa. Es que prendido a los sacudones de la amistad el hombre vale por dos. O por muchos.
Esta Collara Del amigo tiene la suavidad de lo que está lejos, azulado brillo de lucero al caso, o de la ternura de mirar las mismas cosas. Un mismo acento para las mismas palabras. Ciñe como manea y pareciera que no fuese así. Al contrario: falta aire si no se sabe de él. “¿Por dónde andará?” “¿Qué le habrá pasado?”.
Un trote sagrado sin habérselo propuesto ni el uno ni el otro. Y se lo cumple con la naturalidad que el niño campea pájaros o el hombre triste se ahonda en la noche.
Real canto de fe y varón pegado al áspero bregar. Dormir se puede si hay confianza. Ni se llega a abrir la boca que ya estará sabiendo lo que se le iba a decir. O ni la abre él y se está redondamente dentro lo que quiere, trama o sueña. No brujos para entenderse tanto.
Nada mella este filo impagable. Ni nuestras propias caídas. Que no siempre se cae parado; cuevas aparecen que ni el más prevenido las espera. Mandobles que manda al aire para que el hombre aguante cimbronazos.
Años y más años sobre el mismo trato. Por ahí una separación. Y vuelta a encontrarse. Y vuelta a contarse cosas y fracasos y golpea y alegrías grandotas como montañas, en este trance, para ver que caen dentro de un surco ni arado por las mismas manos.
Y prenden. Como que en realidad no se sabe si son suyas o son de uno.
Un amigo, cabal, y el alma es otra.
Brochazos de Nuestra Tierra – Juan Cornaglia – Colección Centauro – 1952
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Ilustración – M. Martínez Parma