El Domingo con Aquella Conmovida Ceremonia del Primer Pantalón Largo…
No, la vieja la llave no te la daba…Porque la llave podía ser el comienzo de la perdición, de la vida nocturna, del café, de todos esos peligros de la noche… ¡Que fiebre que te urgía para ser grande, para llegar a grande…! Porque antes, en ese tiempo, uno estaba obligado a cumplir etapas, ciclos como dicen ahora. El tránsito de los pantalones cortos a los largos exigía todo un largo proceso.
Las medias cortas, después las largas, hasta que las normas del recato ya convencían a la vieja del cambio impostergable, o las sugerencias de las tías más jóvenes…Hasta que en una salida solemne, digna de figurar como una de las efemérides más trascendentales de mi oscura vida, fuimos con la vieja a Casa Muñoz, donde un peso valía dos, según la frase publicitaria tan difundida entonces.
No, si antes también existía el ingenio para publicitar un producto, quizá más candoroso, pero ingenioso al fin… La pilcha era de semiconfección, tipo ojo de perdiz en ton marrón, pantalón al estilo Oxford y saco cruzado a tres botones. Ni me acuerdo cuánto costó, pero eran chirolas, apenas unos pocos pesos…
Uno tendría que hacer conservado esa primera pilcha, ese primer pantalón largo. ¿Por qué? Por lo que representa en la vida de uno, en la vida de la casa, en el sentimiento de la vieja. Fue domingo al día señalado para el acontecimiento. ¿Qué otro día podría ser? Desde muy temprano, desde las cuatro de la tarde, comenzaba la ceremonia. Todo nuevo tenía que ser, como la lengerie de una novia la noche del desposorio. Era obligatorio estrenarlo todo. Se asemejaba a uno de esos rituales propios de ciertas sectas o ghetos cuando se formalizan los compromisos matrimoniales, cuando se custodiaba la puerta del himeneo por la madre del desposado…
Mi ceremonia era como un adiós a los candores de la infancia, encerraba la emoción de una despedida, la dimensión de una pena irreparable. Por eso la liturgia se celebraba en el dormitorio materno. Solo me admitían la intimidad en el trance de ocultar mis vergüenzas; después, ya instalado en mis pantalones de hombre, la violación del aposento era total. No solo estaba vieja sino también las tías solteras, los tíos reos, mi hermano Lelio- condenado todavía a los cortos-, el abuelo y alguna vecina “que me conoció de chiquito así y ahora me veía todo un hombre”. Doña Jerónima, que lagrimeaba con la vieja como si me perdiesen. Hasta que la ceremonia llegó a su fin en medio de observaciones, de la mayor simetría en el lazo de la corbata, que era preferible el saco prendido con el botón interior del saco y no llevarme la mano a los bolsillos. El beso de la vieja, y el de las tías, el gesto siempre austero del abuelo. Un peso para mis gastos del domingo, para festejar el día de mis primeros pantalones largos, para mi primer día de hombre…
Recuerdo que descendí la escalera tieso, casi sin reflexionar las rodillas para no quebrar la rígida e impecable raya del pantalón. Me sentía entre orgulloso e incómodo, consciente de que todas las miradas me perseguían. Cuando asome en el vano de la puerta del zaguán, advertí que el mitin familiar se había instalado en el balcón. Me sentí mas avergonzado, como que experimente un ardor en las mejillas seguramente arreboladas…Bajé la cabeza y aproveche para examinarme la caída de los bajos del pantalón sobre el zapato. Estaba todo irreprochable. Miré hacia la esquina. Allí estaban esperándome mis amigos Nocolita, Adolfo y Nisotro, porque nunca puso decir nosotros…
Me esperaban de acuerdo a lo convenido para atenuar mi incomodidad, fortalecerme…
Echamos a andar los cuatro, no se hacía adonde. Eran las seis de la tarde. Mi barrio se llenaba de gente que vivía el atardecer del domingo. En la avenida Almirante Brown se inauguraba la ronde pueblerina con el paseo de las muchachas y los grupos de muchachos en las esquinas jugando al flirt, el lenguaje de las miradas, el atrevimiento de un requiebro todavía candoroso. Esa noche, como día especial tenía una entrada para ir al cine Dante. Creo que daban una película de Greta Garbo y John Gilbert, “Reina Cristina”, muy famosa…
A veces pienso en aquel día, como lo pienso ahora… ¡Caray, que ceremonia, que candor! Es que para mi madre yo terminaba de archivar para siempre mi bolita puntera, aquella tan lechera que me había dado docenas de ojitos de colores relucientes, para mis tías recién archivadas mi trompo de punta acerada para ganar en la troya contra los trompos más tauras del barrio; recién había abandonado mi balero decorado de tachuelas doradas que relucían en las parábolas diabólicas de la porteña…
Para ellos era pibe todavía, pero los largos… Algo había cambiado en mi vida. Era otro o estaba obligado a ser otro, más compuesto, más formal, más serio, más hombre. Sin embargo la vieja se resistía a admitirlo. Yo advertía sus miradas furtivas, como si temiese descubrir al hombre en mis gestos, en mis ojos, en mi cara… Tal vez por eso se negaba a darme la llave. Le tenía miedo en mi libertad, le tenía miedo a la noche, a la vida…
Hoy los pibes no tienen ese domingo mío, cuando la ceremonias. Tal vez porque ya nacen con los pantalones largos…
Por Osvaldo Ardizzone – Tiempo Argentino – 24-08-84
“Yo Tenía unos Pelos que Parecía el Cholo Simeone y me Ponían Pantalones Cortos”
“ -No, de joven, cuando tocaba el piano en la orquesta típica de Oscar Espósito, en el Parque Japonés, que estaba donde está el Sheraton ahora y era un parque de diversiones. ¡A las distancia, eso fue antes de Güemes!. Yo tenía unos pelos que parecía el Cholo Simeone y me ponían pantalones cortos. Después, a los 14 años, fui pianista estable de Radio Excelsior, donde había que tocar cuando iban a la tanda. Y ahora… ¡me vuela la cabeza que los pibes canten ‘Garganta con Arena’! Es un tema adulto, heavy, ¡cómo lo van a agarrar los pibes! Lo bueno de todo esto es que si yo tenía un público especial, ahora se abrió a la pendejada.”
Entrevista de Karina Micheletto a Cacho Castaña – Página 12 – Espectáculos – 16-03-07